jueves, febrero 19, 2015

El Peligro de Seguir la Tradición Religiosa

clip_image002El Peligro de Seguir la Tradición Religiosa

Por Mike Gendron

El celo del apóstol Pablo por seguir las tradiciones de su religión le llevó a perseguir implacablemente a la iglesia de Jesucristo. Como Judio, le fue confiada la palabra de Dios, pero estaba tan adoctrinado con las tradiciones religiosas que trató de destruir la iglesia de Cristo. Él escribió: “Porque vosotros habéis oído acerca de mi antigua manera de vivir en el judaísmo, de cuán desmedidamente perseguía yo a la iglesia de Dios y trataba de destruirlas” (Gálatas 1:13). Pablo dio testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia (Rom. 10:2).

Él tenía un conocimiento de su religión, pero no un conocimiento espiritual de Dios del cual Dios imparte sólo a aquellos que intercambian su religión a una relación con Cristo (1 Cor. 2:14). Su orgullo religioso y arrogancia le habían cegado por la luz gloriosa del evangelio (Fil. 3: 5-6; 2 Cor. 4:4). Cuando Dios le dio ojos espirituales para ver la verdad de su Palabra fue milagrosamente transformado de perseguidor implacable de la iglesia a un evangelista apasionado por la iglesia.

Trágicamente, muchos católicos romanos son como los no convertidos Pablo. Ellos tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Tratan de llegar a ser justos delante de Dios, porque no conocen la justicia de Dios requiere una justicia perfecta, que nunca podrán alcanzar. Al igual que los Judíos, que eran "ignorantes de la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios" (Rom. 10: 3). El sistema religioso católico hace que las personas crédulas crean que pueden lograr su propia justicia ante un Dios perfectamente justo. Ellos no tienen una comprensión espiritual de Dios y le han traído a su nivel. Dios ha alarmantes palabras para decir a esas personas religiosas: “pensaste que yo era tal como tú; pero te reprenderé, y delante de tus ojos expondré tus delitos.”

La única esperanza que tenemos es recibir el don de la justicia perfecta de Dios (. Rom 5:17). Ese es nuestro único pasaporte al cielo. Está disponible gratis para concederla a los que se arrepienten de sus propios trapos sucios de justicia y confíen en Cristo para salvación (Isa. 64:6).

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