lunes, septiembre 23, 2013

Soli Deo Gloria: Sólo a Dios sea la gloria

clip_image002Soli Deo Gloria: Sólo a Dios sea la gloria

Por RC Sproul

 

Soli Deo Gloria es el lema que surgió de la Reforma protestante y se utilizó en todas las composiciones de Johann Sebastian Bach. Él fija las iniciales SDG en la parte inferior de cada manuscrito para comunicar la idea de que es Dios y sólo Dios quien ha de recibir la gloria por las maravillas de su obra de la creación y de la redención. En el centro de la controversia del siglo XVI sobre la salvación estaba el tema de la gracia.

No era una cuestión de la necesidad del hombre por la gracia. Era una cuestión sobre el alcance de esa necesidad. La iglesia ya había condenado a Pelagio, que había enseñado que la gracia facilita la salvación, pero no es absolutamente necesaria para ello. El Semi-Pelagianismo desde entonces siempre ha enseñado que sin la gracia no hay salvación. Pero la gracia que se considera en todas las teorías semi-pelagianas y arminiana de la salvación no es una gracia eficaz. Es una gracia que hace posible la salvación, pero no es una gracia que hace a la salvación segura.

En la parábola del sembrador, vemos eso en relación con la salvación, Dios es el que toma la iniciativa para llevar a cabo la salvación. Él es el sembrador. La semilla que se siembra en Su simiente, lo que corresponde a Su Palabra, y la cosecha resultante es Su mies. Y recoge lo que se había propuesto a cosechar cuando inició todo el proceso. Dios no deja la cosecha a los caprichos de las espinas y las piedras en el camino. Es Dios y sólo Dios quien se asegura de que una parte de Su Palabra caiga en buena tierra. Un error fundamental en la interpretación de esta parábola sería suponer que la buena tierra es la buena disposición de los pecadores caídos, aquellos pecadores que toman la decisión correcta, respondiendo positivamente a la gracia preveniente de Dios. La comprensión Reformada clásica de la buena tierra es que si el suelo es receptivo a la semilla que es sembrada por Dios, es sólo Dios quien prepara el terreno para la germinación de la semilla.

La pregunta más grande que cualquier semi-pelagiano o arminiano tiene que hacer frente a nivel práctico es la siguiente: ¿Por qué elegí creer el evangelio y entregue mi vida a Cristo cuando mi vecino, que escuchó el mismo evangelio, decidió rechazarlo? Esa pregunta ha sido respondida de muchas maneras. Podríamos especular que la razón por la cual una persona opta por responder positivamente al Evangelio y a Cristo, mientras que otro no lo hace, es porque la persona que respondió positivamente era más inteligente que la otra. Si ese fuera el caso, entonces Dios seguiría siendo el proveedor final de la salvación, porque la inteligencia es Su don, y podría explicar que Dios no le dio la misma inteligencia que al vecino que rechazo el Evangelio. Pero esa explicación es evidentemente absurda.

La otra posibilidad que hay que tener en cuenta es la siguiente: que la razón por la que una persona responde positivamente al evangelio y su vecino no, se debe a que la persona que respondió era una mejor persona. Es decir, que la persona que tomó la decisión correcta y la buena elección la hizo porque era más justo que su vecino. En este caso, la carne no sólo aprovechó algo, le valió todo. Esta es la perspectiva que se celebró por la mayoría de los cristianos evangélicos, es decir, la razón por la que son salvos y otros no, es que hicieron la respuesta adecuada a la gracia de Dios, mientras que los otros hicieron la respuesta equivocada.

Podemos hablar aquí no sólo de la respuesta correcta en lugar de una respuesta errónea, sino podemos hablar en términos de una buena respuesta en lugar de una mala respuesta. Si estoy en el reino de Dios porque tomé la buena respuesta en vez de la mala respuesta, tengo algo de que presumir, a saber, la bondad por la que he respondido a la gracia de Dios. Nunca he conocido a un arminiano que respondería a la pregunta que acabo de plantear diciendo: “Oh, la razón por la que soy un creyente es porque soy mejor que mi vecino.” Ellos serían reacios a decir eso. Sin embargo, a pesar de que rechazan esta implicación, la lógica del semi-pelagianismo requiere esta conclusión. Si, efectivamente, en el análisis final la razón por la que soy un cristiano y alguien que no lo es, es que tomé la respuesta adecuada a la oferta de salvación de Dios, mientras que la otra persona lo rechazó, y luego por la lógica irresistible efectivamente he tomado la buena respuesta, y mi vecino ha tomado la mala respuesta.

Lo que la teología reformada enseña es que es cierto que el creyente hace la respuesta correcta y el no creyente hace la respuesta equivocada. Pero la razón por la que el creyente hace la buena respuesta se debe a que Dios en su elección soberana cambia la disposición del corazón de los elegidos para llevar a cabo una buena respuesta. No puedo tomar ningún crédito por la respuesta que he hecho por Cristo. Dios no sólo inició mi salvación, no sólo sembró la semilla, sino que se aseguró de que esa semilla germinara en mi corazón al regenerarme por el poder del Espíritu Santo. Esa regeneración es una condición necesaria para que la semilla eche raíces y florezca. Por eso, en el corazón de la teología reformada resuena el axioma, a saber, que la regeneración precede a la fe. Es esa fórmula, ese orden de la salvación que todos los semi-pelagianos rechazan. Ellos tienen la idea de que en su condición caída de muerte espiritual, ellos ejercen la fe, y después nacen de nuevo. En su opinión, responden al evangelio antes que el Espíritu haya cambiado la disposición de su alma para traerlos a la fe. Cuando eso sucede, se comparte la gloria de Dios. Ningun semi-pelagiano nunca puede decir con autenticidad: “¡Sólo a Dios sea la gloria!” Para el semi-pelagiano, Dios tiene piedad, pero además de la gracia de Dios, mi trabajo de respuesta es absolutamente esencial. Aquí la gracia no es eficaz, y esa gracia, a fin de cuentas, no es realmente la gracia salvadora. De hecho, la salvación es del Señor de principio a fin. Sí, tengo que creer. Sí, tengo que responder. Sí, tengo que recibir a Cristo. Pero para poder decir “sí” a alguna de esas cosas, mi corazón debe primero ser cambiado por el soberano poder eficaz de Dios el Espíritu Santo. Soli Deo Gloria.

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