¿Vale la Pena Luchar por la Verdad?
Jueves, 1 de octubre 2009
(Por John MacArthur)
El post de hoy viene del nuevo libro de John, El Jesús que No Puedes Ignorar.
Ninguna idea es más políticamente inexacta entre los nuevos evangélicos hoy en día que la antigua noción fundamentalista de que vale la pena luchar por la verdad - inclusive las proposiciones esenciales de la doctrina cristiana. De hecho, muchos consideran que los argumentos sobre las creencias religiosas son el más inútil y arrogante de todos los conflictos. Eso puede ser verdad - y es verdad en los casos en que las opiniones humanas son lo único en juego. Pero donde la Palabra de Dios habla con claridad, tenemos la obligación de obedecer, defender y proclamar la verdad que El ha dado, y debemos hacerlo con una autoridad que refleje nuestra convicción de que Dios ha hablado con claridad y firmeza. Esto es particularmente crucial en contextos donde las doctrinas cardinales del cristianismo bíblico están bajo ataque.
Por cierto, las verdades fundamentales de la Escritura están siempre bajo ataque. La misma Escritura claramente enseña que el principal campo de batalla donde Satanás emprende su lucha cósmica contra Dios es ideológica. En otras palabras, la guerra espiritual en la que todo cristiano está involucrado está primero que todo en el conflicto entre la verdad y el error, no es simplemente una competencia entre actos buenos y malos. El objetivo principal de la estrategia de Satanás es confundir, negar, y corromper la verdad con tanta falacia como sea posible, y eso significa que la batalla por la verdad es muy seria. Ser capaz de distinguir entre la sana doctrina y el error debe ser una de las más altas prioridades para todos los cristianos - al igual que la defensa de la verdad contra las falsas enseñanzas.
Sin embargo, tome hoy tal posición, y se le reprenderá por una cacofonía de voces que dicen que usted está fuera de línea y usted necesita tranquilizarse. La metáfora de la “guerra” no funciona en una cultura posmoderna, insisten. Las epistemologías posmodernas empiezan y terminan con la presuposición de que cualquier cuestión de lo que es verdadero o falso es meramente académica. Nuestras diferencias son en última instancia triviales. Sólo el tono de nuestra discusión no es trivial. Cada insinuación de militarismo se considera inapropiada en estos tiempos complejos.
Tomar hoy una posición de la verdad fue igualmente popular en el siglo primero. Pero eso no impidió a los apóstoles el enfrentamiento frontal con el error.
Tome al apóstol Pablo, por ejemplo. Pablo fue ciertamente justo con sus adversarios en el sentido de que nunca había tergiversado lo que ellos enseñaron o habló mentiras acerca de ellos. Pero Pablo claramente reconoció sus errores, por lo que eran y los etiquetó adecuadamente. Él decía la verdad. En su estilo de enseñanza de cada día, Pablo habló de la verdad con suavidad y con la paciencia de un tierno padre. Sin embargo, cuando las circunstancias justificaban un mayor tipo de franqueza, Pablo podía hablar sin rodeos - a veces incluso con sarcasmo crudo (1 Corintios 4:8-10).Como Elías (1 Reyes 18:27), Juan el bautista (Mateo 3:7-10), y hasta Jesús (Mateo 23:24), también podría emplear burla de manera eficaz y adecuada, para resaltar lo ridículo del error grave (Gálatas 5:12). El era un volquete de vacas sagradas en el molde de Moisés o de Nehemías.
Pablo no parecía sufrir de la misma angustia escrupulosa que hace que muchas personas hoy en día encubran todo error tanto como lo permite el lenguaje; otorgar incluso al más grosero de los falsos maestros en beneficio de la duda, e imputar las mejores intenciones posibles, incluso al grado de herejes. La idea del apóstol sobre la “bondad” no era la del tipo de gente educada artificial benevolente de hoy que a veces piensan que es la verdadera esencia de la caridad. Nunca lo vemos incitando una sola vez a los falsos maestros o principiantes ocasionales en error religioso a un diálogo, ni aprobó una estrategia, incluso cuando alguien de la talla de Pedro sucumbió al miedo de lo que otros pudieran pensar y mostró un respeto impropio a los falsos maestros (Gálatas 2: 11-14).
Pablo comprendió que vale la pena luchar por la verdad. Se puso de pie por la verdad, incluso cuando no era popular hacerlo.
Tomado de Shepherds Fellowship Pulpit Magazine
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