¿Adoramos a un Matón?
Martes, 20 de octubre 2009
(por Kelly Wright)
La ira de Dios impregna las páginas de la Escritura. Su presencia no puede ser pasada por alto. La presencia de la ira en la Biblia ha llevado a un autor a concluir que:
El Dios del Antiguo Testamento es, sin duda el personaje más desagradable en toda ficción: celoso y orgulloso de ello, mezquino, injusto, controlador implacable, un vengativo limpiador étnico sediento de sangre, un misógino, homofóbico, racista, infanticida, genocida, filicida, pernicioso, megalómano, sadomasoquista, caprichosamente malévolo. (Richard Dawkins, El espejismo de Dios, 31)
Otro autor ha formulado la pregunta: “¿Quién - con excepción de un sacerdote antiguo intentando ejercer poder por el probado y comprobado medio del miedo - puede desear que esta madeja irremediablemente anudada de fábula [El Antiguo Testamento] tuvo alguna veracidad?” (Christopher Hitchens, Dios no es grande, 103). El autor de la pregunta no fue capaz de llegar a un acuerdo con sus observaciones de la ira de Dios hacia los hijos de Israel y de otras naciones. También estaba preocupado por las leyes aparentemente inhumanas dadas al pueblo por medio de Moisés, “La Biblia puede, de hecho lo hace, incluir una autorización de traficar con seres humanos, de una limpieza étnica, de la esclavitud, de un precio por la novia, y de una matanza indiscriminada...” (Ibid., 102). Estos autores creen que la Biblia, y así todos lo contenido en ella, es un mito. Esta es una manera conveniente para ellos de descartar cualquier cosa que afirme la Biblia, incluyendo la descripción de la ira de Dios.
Estos autores exponen la dificultad de comprender la ira de Dios. Las ideas erróneas sobre el carácter de Dios y su relación con el mundo, son frecuentes. Los estudiantes de la Palabra de Dios deben estar preparados para abordar la cuestión del supuesto carácter de Dios como un “matón caprichosamente malévolo”. La Escritura no se intimida al revelar la ira de Dios, pero si parece que lo hacen muchos cristianos. “Es triste el hecho de encontrar muchos cristianos profesantes que parecen considerar la ira de Dios como algo de lo que es necesario realizar una disculpa, o que al menos desearían que no hubiese tal cosa” (Arthur W. Pink, Atributos de Dios, 82).
¿Adoramos a un matón? En el Antiguo Testamento se lee de un diluvio mundial que mata a todos excepto a una sola familia. Luego nos tropezamos con las diez plagas enviadas por Dios contra Egipto. Más tarde, Israel es castigado por creer en el informe de los diez espías temerosos y son enviados a vagar en el desierto por cuarenta años hasta que cada persona de más de veinte años de edad muere (excepto Moisés, Caleb y Josué).
El Nuevo Testamento registra la muerte espantosa de la inocencia del Dios-hombre, Jesucristo. Vivía con justicia y nunca pecó, sin embargo, Dios lo puso a la muerte en la cruz. Isaías 53:10 registra “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo.” Hechos 2:23 dice que Jesús fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios.” Fue la voluntad de Dios aplastar a Su hijo. La muerte de Jesucristo fue un plan definido de Dios. ¿Estas realidades hacen a Dios un matón?
Es importante que recordemos como Dios se revela en la Escritura. La Biblia es nuestra fuente de entendimiento sobre la naturaleza de Dios. Tres recordatorios de la esencia de Dios nos ayudarán a responder a la pregunta sobre a quien adoramos.
En primer lugar, Dios es santo. La Santidad de Dios implica tanto el aspecto de ser apartado, además de ser moralmente puro. La visión de Isaías de los serafines revela que “Santo, Santo, Santo Jehová de los Ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3). Esta canción de los serafines habla de la alteridad de Dios. Dios es apartado de su creación.
La visión de Isaías también pone de manifiesto la pureza moral de Dios. En el v. 5 Isaías clama, “!!Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” La pureza moral de Dios es también declarada por Juan, ”Dios es luz y en él no hay tinieblas” (1 Juan 1:5). Dios no ha pecado, no puede pecar, y no pecará. De hecho, es la santidad de Dios, la que le hace reaccionar con firmeza contra el pecado.
En segundo lugar, Dios es justo. Todo lo que Dios hace está bien. Ningún acto de El podría estar equivocado. Job 37:23, “Es el Todopoderoso; no le podemos alcanzar; El es grande en poder, y no pervertirá el juicio ni la abundante justicia” (LBLA) Dios no puede violar las reglas que Él ha creado. La santidad de Dios exige que El haga lo correcto, siempre.
La justicia de Dios se aplica al castigar a los infractores. La ley de Dios se puede resumir de esta manera, “Sed santos, porque yo soy santo.” Cualquier persona que no vive de manera santa (Romanos 3:23 expone que se trata de todo el mundo) se ha ganado el castigo. Romanos 6:23 nos enseña que la paga del pecado es la muerte. Esto significa que todos los infractores a la ley de Dios, los cuales son todo el mundo, son dignos de la muerte. La consecuencia del pecado es algo justo. Dios es tan justo para castigar a los infractores de la ley como lo son los jueces humanos para castigar a los criminales.
En tercer lugar, Dios es amor. El amor de Dios es un amor de elección, compromiso y acción. La Escritura revela que es Dios quien nos amó primero. El amor es mejor apreciado en contra de la realidad de que somos indignos de amor. Somos rebeldes, enemigos, muertos, e hijos de ira, sin embargo, Dios sigue prefiriendo a amarnos.
Primera Juan 3:16 nos enseña que hemos conocido el amor porque Jesús sacrificó su vida por nosotros. Jesús era el sustituto de nosotros en la cruz. Él sufrió la justa recompensa de nuestro pecado, la ira de Dios. La muerte del Hijo de Dios no fue un acto de un matón, sino más bien fue una exhibición de su dulce amor sacrificado.
Dios en Su santidad odia el pecado. Dios en su justicia castiga el pecado. Dios en su amor se liquida nuestra deuda de pecado por la muerte de su Hijo. No adoramos a un matón. Adoramos a un Dios santo, justo, y amoroso. Amén y Amén.
Tomado de Shepherds Fellowship Pulpit Magazine
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