miércoles, octubre 26, 2011

Libre de Consecuencia

 

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Por Tim Challies

Tuve una experiencia inusual e inesperada el domingo –una que me pareció bastante significativa. He estado haciendo un poco de predicación en la iglesia Grace Fellowship y en otros lugares y sabía que el domingo marcaría la última vez que tendría que preparar un sermón fresco hasta el final del año calendario. De alguna manera esto me hizo sentir como si se cruzara una línea de meta cuando el servicio llegó a su fin. Fue un hito que estaba deseando que me permitirá concentrarme en otras cosas por un tiempo (cosas buenas, cosas del ministerio, pero no predicar cosas).


Terminé el sermón –muy emocional y difícil para mí –y, después del servicio, fui a saludar a la gente y haciendo cualquier otra cosa que hay que hacer al final de un servicio. Muy pronto, y muy inesperadamente, me encontré con una tentación a pecar –cometer un pecado al que me siento particularmente propenso. No voy a decir cual pecado es porque temo que iría en detrimento de lo que estoy escribiendo aquí. Podría ser la envidia o la codicia o el miedo del hombre o la idolatría o cualquiera de los pecados de los que encontramos de particular interés. Es un pecado por el cual he experimentado la gracia del Señor en la cual soy por lo general capaz de redirigir mi corazón, al menos en los momentos que estoy dispuesto a honrar a Dios. Y eso es lo que hice. Vi a la tentación de pecar y de inmediato dirigí mi corazón a algo mejor.

Pero entonces ocurrió algo. Yo ni siquiera sé cómo esto puede suceder, pero en tan sólo una fracción de segundo, menos de un segundo, un pensamiento pasó por mi mente. Era algo como esto: “Vamos. Ya terminaste de predicar, así que adelante a disfrutar. Dios no te va a castigar ahora. “Me paró en seco por un momento. Era un pensamiento feo y que de alguna manera parecía controlarme. Yo realmente no sé de dónde vino. Al menos, yo no creo que alguna vez haya pensado eso antes.

Creo que hay dos formas en que podría tomar esto. Lo pude ver como una invitación a recompensarme con algún pecado, ahora que la tarea de la predicación estaba completa. Me lo había ganado, ¿verdad? ¿Me había ganado el derecho a disfrutar de un poco de pecado sobre la base de todo el esfuerzo que había puesto en servir al Señor? He oído de otros pastores que esto es una tentación habitual en su ministerio y que los pastores son más propensos al pecado el domingo por la tarde o la noche que en cualquier otro momento.
Yo podría haberlo tomado de esa manera, pero me llamó la atención un poco diferente. Me pareció que era una invitación a disfrutar del pecado, porque Dios ya no me podía castigar avergonzándome en la tarea de la predicación. En otras palabras: “Anda, y peca, porque ahora Dios no puede hacerte caer en ridículo de que frente a toda la iglesia. Después de todo, la próxima vez que tú prediques, Dios ya te habrá perdonado y olvidado. Simplemente debes ir adelante, eres libre de consecuencia.”

Estoy agradecido de que Dios me impidió seguir ese pensamiento o esa intuición ó cualquier cosa que haya sido. Pero todavía me molesta que me haya enfrentado a ese seguimiento de la invitación al pecado. Eso me hizo preguntarme, ¿He estado tratando de honrar a Dios en mi vida durante los últimos días o semanas, simplemente porque temo a su mano castigadora en mi predicación? ¿Era acaso un pequeño vistazo de la gracia, que me permitía ver que yo había estado tratando de vivir una vida moral en la esperanza de que Dios no usaría mi pecado contra mí para humillarme delante de la iglesia? Ese pensamiento me repugna.

Lo consideré por algún tiempo y simplemente no pude llegar a una conclusión. No es verosímil, pero ciertamente no está fuera del ámbito de lo que es posible (conociendo mi corazón como lo conozco). Al final, he tenido simplemente ir de la mano del Señor. No quiero vivir una vida moral por temor al castigo, como tampoco yo quiero que mis hijos me obedezcan, porque no quieren hacer frente a las consecuencias de su desobediencia. Dios sabe que yo quiero hacer lo que es verdaderamente bueno, yo quiero vivir como alguien que ha sido transformado por el Espíritu Santo, porque esto es lo que le honra. Y ahora veo que necesito de Su gracia, más que nunca, si voy a vivir de esa manera.

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