Martes, Abril 7, 2009
(Por John MacArthur)
Como cristianos debemos tener por entendido que cualquier cosa que se oponga a la Palabra de Dios o se aparte de ella en cualquier forma es un peligro para la misma causa de la verdad. La pasividad hacia el error conocido no es una opción para el cristiano. La intolerancia inquebrantable del error está basada en la misma tela de la Escritura. Y la tolerancia del error conocido es cualquier cosa menos una virtud.
Jesús claramente y abiertamente afirmó la exclusividad absoluta del cristianismo. Él dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Obviamente, esa clase de exclusividad es fundamentalmente incompatible con la tolerancia postmoderna.
La verdad y el error no pueden ser combinados para producir algo beneficioso. La verdad y el error son tan incompatibles como la luz y la oscuridad. “¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?” (2 Corintios. 6:14-16)
No le podemos decir al mundo: “ésta es la verdad, pero cualquier cosa que ustedes quieran creer está bien, también.” No está bien eso. La Escritura nos ordena que seamos intolerantes de cualquier idea que niegue la verdad.
Para que alguien no me malentienda, no estoy defendiendo el dogmatismo en todos los asuntos teológicos. Algunas cosas en la Escritura no son perfectamente claras. Pero las enseñanzas centrales de la Escritura (en particular, aquellas cosas relacionadas al camino de la salvación) son tan simples y tan claras que incluso un niño las puede entender.
Las cosas que necesariamente deben saberse, creerse y guardarse para conseguir la salvación, se proponen y declaran en uno u otro lugar de las Escrituras, de tal manera que no solo los eruditos, sino aún los que no lo son, pueden adquirir un conocimiento suficiente de tales cosas por el debido uso de los medios ordinarios. (Confesión de Westminster, 1:7).
Toda la verdad que es necesaria para nuestra salvación puede fácilmente ser comprendida en una forma verdadera por alguien que aplica el sentido común y la diligencia debida en buscar comprender lo que enseña la Biblia. Y esa verdad –el mensaje de central de la Escritura –es incompatible con cualquier otro sistema de creencia. Debemos ser dogmáticos acerca de eso.
No es de extrañar que el pos-modernismo, el cuál se enorgullece en ser tolerante de cada cosmovisión irreconciliable, es no obstante hostil al Cristianismo bíblico. Aun el postmodernista más decidido reconoce que el Cristianismo bíblico por su misma naturaleza es completamente incompatible con una posición de amplio criterio sin sentido crítico. Si aceptamos el hecho de que la Escritura es la verdad objetiva y autoritativa de Dios, debemos ver que cualquier otra visión no es igualmente o potencialmente válida.
No hay necesidad de buscar una posición intermedia a través del diálogo con proponentes de cosmovisiones anticristianas, como si la verdad pudiese ser pulida por el método dialéctico. Es una insensatez pensar que la verdad dada por revelación divina necesite ser pulida o modernizada. Ni deberíamos imaginarnos que podemos responsabilizarnos por oponernos a las cosmovisiones en alguna posición filosóficamente neutral. El suelo entre nosotros no es neutral. Si nosotros en realidad creemos que la Palabra de Dios es cierta, sabemos que todo lo que se le oponga es error. Y no debemos dar ningún lugar al error.
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