(Por John MacArthur)
Ninguna doctrina es más despreciada por la mente natural que la verdad de que Dios es absolutamente soberano. El orgullo humano odia la sugerencia de que Dios ordena todo, controla todo, predomina sobre todo. La mente carnal, ardiendo de enemistad en contra de Dios, aborrece la enseñanza bíblica de que nada ocurre excepto lo que sea según Sus decretos eternos. Sobre todo, la carne odia la noción de que la salvación es enteramente una obra de Dios. Si Dios escoge quién ha de salvarse, y si Su elección es decidida antes de la fundación del mundo, entonces los creyentes no merecen un mérito por su salvación.
Pero eso es, después de todo, precisamente lo que enseña la Escritura. Aun la fe es un regalo de gracia de Dios a Sus elegidos. Jesús dijo: “ninguno puede venir a Mí, sino le fuere dado del Padre” (John 6:65). “nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mat. 11:27). Por eso nadie que se salva tiene algo de que jactarse (cf Efes. 2:8, 9). “La salvación es de Jehová” (Jonás 2:9).
La doctrina de la elección divina es explícitamente enseñada a todo lo largo de la Escritura. Por ejemplo, en las epístolas del Nuevo Testamento solamente, aprendemos que todos los creyentes son “escogidos de Dios” (Tito 1:1). Fuimos “predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efes. 1:11, énfasis añadido). “según nos escogió en él antes de la fundación de mundo. . . en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (vv. 4, 5). los que conforme a su propósito son llamados…Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos… Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (Rom. 8:28_30).
Cuando Pedro escribió que fuimos “elegidos según la presciencia de Dios” (1 Pedro 1: 2), no estaba usando la palabra “presciencia” en el sentido de que Dios era consciente de antemano de quienes creerían y por lo tanto los escogió debido a que vio con anticipación su fe. Más bien, Pedro quiso decir que Dios determinó conocerlos, amarlos y salvarlos desde antes de que el tiempo comenzase a; y El los escogió sin considerar alguna cosa buena o mala que podrían hacer. Regresaremos a este punto otra vez, pero por ahora, note que esos versículos explícitamente manifiestan que la elección soberana de Dios es hecha “según el puro afecto de Su voluntad” y “conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” _ es decir, no por ninguna razón ajena El mismo. Ciertamente El no escogió a ciertos pecadores para salvarse por algo digno de alabanza en ellos, o porque él previó que le escogerían. El los escogió solamente porque le complació hacerlo. Dios anuncia “lo porvenir desde el principio. . . que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Isa. 46:10). Él no está sujeto a las decisiones de los demás. Sus propósitos de escoger a algunos y rechazar a otros están escondidos en los consejos secretos de Su voluntad.
Además, todo lo que existe en el universo existe porque Dios lo permitió, lo decretó, y lo llamó a la existencia. “Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal. 115:3). “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, En los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Sal. 135:6). Él “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efes 1:11). “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Rom. 11:36). “para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:6).
¿Qué acerca del pecado? Dios no es el autor de pecado, pero El ciertamente lo permitió; es integral a Su decreto eterno. Dios tiene un propósito para permitirlo. Él no puede ser culpado del mal o contaminado por su existencia (1 Sam 2:2: “No hay santo como Jehová”). Pero a El ciertamente no le tomó por sorpresa o fue incapaz de detenerlo el pecado cuando entró en el universo. No sabemos Sus propósitos para permitir el pecado. Si nada más, El lo permitió para destruir al mal para siempre. Y Dios algunas veces usa el mal para lograr un bien (Gen. 45:7, 8; 50:20; Rom. 8:28). ¿Cómo pueden suceder estas cosas? La Escritura no nos contesta todas las preguntas. Pero sabemos desde Su Palabra que Dios es completamente soberano, El es perfectamente santo, y él es absolutamente justo.
Reconocidamente, esas verdades son duras de aceptar para la mente humana, pero la Escritura es inequívoca. Dios controla todas las cosas, directamente escogiendo a quienes han de ser salvos. Pablo indica la doctrina en términos ineludibles en el noveno capítulo de Romanos, demostrando que Dios escogió a Jacob y rechazó a su hermano gemelo Esaú “pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama” (v. 11). Algunos versículos después, Pablo agrega: “Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. 16Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” (vv. 15, 16).
Pablo anticipó el argumento en contra de la soberanía divina: “¿¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (v. 19). En otras palabras, ¿Elimina la soberanía de Dios la responsabilidad humana? Pero en vez de ofrecer una respuesta filosófica o un argumento metafísico profundo, Pablo simplemente reprendió al escéptico: “¿Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? 21¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Vv. 20, 21).
La Escritura afirma tanto la soberanía divina como la responsabilidad humana. Debemos acoger ambos lados de la verdad, aunque no podamos comprender cómo corresponden el uno para con el otro. Las personas son responsables por lo que hacen con el evangelio –o con cualquier luz que ellos tengan (Rom. 2:19, 20), a fin de que el castigo sea justo si rechazan la luz. Y aquellos que rechazan lo hacen voluntariamente. Jesús se lamentó: “y no queréis venir a mí para que tengáis vida.” (Juan 5:40). Él dijo a los incrédulos: “porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.” (Juan 8:24). En Juan capítulo 6, nuestro Señor combinó la soberanía divina y la responsabilidad humana cuando dijo: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (v. 37); “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (v. 40); “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (v. 44); “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.” (v. 47); y, “Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (v. 65). El cómo pueden ser verdaderas estas dos realidades simultáneamente no puede ser comprendido por la mente humana _ sólo por Dios.
Sobre todo, no debemos concluir que Dios es injusto porque elige otorgarle gracia a algunos pero no a todo el mundo. Dios nunca es medido por lo que parece justo al juicio humano. ¿Somos tan tontos como para asumir que nosotros quienes somos criaturas caídas y pecaminosas tenemos un estándar más alto de lo que es correcto que un Dios no caído e infinita y eternamente santo? ¿Qué clase de orgullo es eso? En el Salmo 50:21 Dios dice: “Pensabas que de cierto sería yo como tú”. Pero Dios no es como nosotros, ni a El se le puede hacer cumplir estándares humanos. _ “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. 9Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8,9).
Nos salimos un fuera de los límites cuando concluimos que todo lo que Dios hace es injusto. En Romanos 11:33 el apóstol escribe: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! 34Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (Rom. 11:33, 34).
(El post de hoy fue adaptado del libro de John Ashamed of the Gospel [Avergonzados del Evangelio] publicado por Crossway Books.)
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