¿Es Cristo Tu Señor?
Arthur W. Pink
No te preguntamos: “¿Es Cristo Tu “Salvador?” Sino ¿Es El, de verdad y realmente tu Señor? Si él no es tu Señor, entonces con toda seguridad El no es tu “Salvador.” Aquellos que no han recibido A Cristo Jesús como su “Señor” y aun suponen que es su “Salvador,” están engañados, y su esperanza descansa sobre un fundamento de arena. Multitudes son engañadas acerca de este punto vital, y por consiguiente, si el lector aprecia su alma, le rogamos que haga una lectura más cuidadosa a este pequeño tratado.
Cuándo preguntamos, ¿Es Cristo tu Señor? No preguntamos, ¿crees en la Divinidad de Jesús de Nazareth? ¡Los demonios hacen eso (Mat. 8:28,29) ya a pesar de eso perecen! Usted puede firmemente quedar convencido de la Deidad de Cristo, y aún puede estar en sus pecados. Usted puede hablar de El con mucha reverencia, llamarle por sus títulos divinos en sus oraciones y aún puede no ser salvo. Usted puede abominar a aquellos que menosprecian Su persona y niegan Su divinidad, y sin embargo no tener ningún amor espiritual hacia El.
Cuándo preguntamos, Es Cristo tu Señor, queremos decir, ¿Ha ocupado El de verdad el trono de tu corazón? ¿Gobierna realmente El tu vida? “Todos nos descarriamos como ovejas, cual se apartó por su camino” (Isa 53:6) describe el camino que todos seguimos por naturaleza. Antes de la conversión cada alma vive para complacerse a sí misma. Antiguamente estaba escrito, “cada uno hacía lo que bien le parecía” y ¿por qué? “En estos días no había rey en Israel” (Jueces 21:25). ¡Ah! ese es el punto que queremos poner en claro al lector. Hasta que Cristo se convierta en tu Rey (1 Tim 1:17; Apocalipsis 15:3), hasta que te rindas a Su gobierno, hasta que Su voluntad se convierta en la regla de tu vida, el ego llevará el control, y así Cristo es negado.
Cuando el Espíritu Santo comienza Su obra de gracia en un alma, El primero convence de pecado. Él me muestra la naturaleza verdadera y horrible del pecado. Él me hace consciente de que se trata de una rebelión, un desafío a la autoridad de Dios, colocar mi voluntad en contra de la de El. El me enseña que al “ir por mi camino” (Isa. 53:6), al agradarme a mí mismo, he estado luchando en contra de Dios. Cuando mis ojos son abiertos para ver la rebelión de toda mi vida, y ver que tan indiferente he sido respecto al honor de Dios, qué tan indiferente he sido respecto a Su voluntad, me lleno de angustia y horror, y me maravillo que el tres veces Santo no me haya arrojado al infierno. Lector, ¿ha experimentado usted alguna vez esto? Si no, ¡hay razón muy seria para temer que usted aún esté muerto espiritualmente!
La conversión, la verdadera conversión, la conversión que salva, es una volver del pecado hacia Dios en Cristo. Es un abandonar las armas de mi guerra en contra de El, un cese de despreciar e ignorar Su autoridad. La conversión del Nuevo Testamento está descrita así: “os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir [estar sujetos, obedecer] al Dios vivo y verdadero” (1 Tes. 1:9). Un “ídolo” es cualquier objeto para al cual rendimos lo que solo le pertenece a Dios –el lugar supremo de prioridad de nuestros deseos, la influencia que modela nuestros corazones, el poder que domina nuestras vidas. La conversión es un cambio completo, donde el corazón y la voluntad repudian el pecado, el ego, y el mundo. La conversión genuina es siempre evidenciada por “Señor ¿qué quieres que haga?” (Acto 9:6); es una claudicación incondicional de nosotros mismos hacia Su santa voluntad. ¿Te has rendido a El? (Rom. 6:13).
Hay muchas personas que les gustaría ser salvos del Infierno, pero quién no quiere ser salvado de su voluntad propia, de apartarse de su propio camino ni de una vida (alguna forma) de cosas mundanas. Pero Dios no los salva según sus términos. Para salvarse, debemos someternos a Sus términos: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia” (Isa. 55:7). Dijo Cristo: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:33). Los hombres tienen que ser convertidos “de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios para que reciban… perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:18).
“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Col. 2:6). Esa es una exhortación a los cristianos, y su implicación es que debemos continuar como comenzamos. Pero ¿cómo hemos comenzado? Por recibir a “Cristo Jesús el Señor,” rindiéndose a El, por someternos a Su voluntad, dejando de agradarnos a nosotros mismos. Ahora pertenecen a Su autoridad y Sus mandamientos se han convertidos en su regla de vida. Su amor los constriñe a una obediencia alegre e incondicional. “Se dieron primeramente al Señor” (2 Cor. 8:5). ¿Ha hecho usted esto, mi estimado lector? ¿Si? ¿Se manifiesta en tu vida? ¿Pueden ver aquellos con quienes tienes contacto de que ya no vives para complacer tu ego (2 Cor 5:15)?
¡Oh mi querido lector, no yerres en este punto: La conversión que el Espíritu Santo produce es algo muy radical! Es un milagro de gracia. Es cuando se le entrona a Cristo en la vida de uno. Y tales conversiones son muy raras. Multitudes de personas tienen suficiente “religión” para hacerles miserables. Se rehúsan a abandonar cada pecado conocido –y no hay verdadera paz para un alma hasta que lo haga. Ellos nunca han “recibido a Cristo Jesús el Señor” (Col 2:6). Si lo hubieran hecho entonces, “el gozo del SEÑOR” serían su fuerza (Neh. 8:10). Pero el lenguaje de sus corazones y sus vidas (no de sus “labios”) es, “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). ¿Es este su caso?
El gran milagro de gracia consiste en transformar a un rebelde impío en un súbdito cariñoso y leal. Es una “renovación” del corazón, donde la persona ha llegado a aborrecer lo que antes amaba, y las cosas que le parecían molestas ya le son muy atractivas (2 Cor. 5:17). “Según el hombre interior” el, “se deleita en la ley de Dios” (Rom. 7:22). Él descubre que los mandamientos de Cristo “no son gravosos” (1 Juan 5:3), y que “en guardarlos hay grande galardón” (Sal. 19:11). ¿Es esta su experiencia? ¡Tendría que ser si hubieras recibido a Cristo Jesús EL SEÑOR!
Pero el recibir a Cristo Jesús el Señor está totalmente más allá del poder humano. Esa es la última cosa que desea el corazón no renovado. Debe haber un cambio de parecer sobrenatural en el corazón antes de que pueda existir aun el deseo de que Cristo ocupe su trono. Y ese cambio, nadie lo puede realizar sino solamente Dios (1 Cor. 12:3). Por lo tanto, “Buscad a JEHOVA mientras pueda ser hallado” (Isa. 55:6). Vaya en busca de El con todo su corazón (Jer. 29:13). Lector, puede ser que hayas profesado ser cristiano por muchos años, y hayas sido muy sincero en tu profesión. Pero si a Dios le ha agradado utilizar este tratado para mostrarte que nunca en verdad o con sinceridad has “recibido a Cristo Jesús el Señor,” si ahora en tu propia alma y conciencia te das cuenta de que el EGO te ha gobernado hasta ahora, ¿podrías ponerte de rodillas y confesarlo a Dios, confesarle tu obstinación, tu rebelión hacia El, y rogarle que obre en tu vida para que de una vez, puedas entregarte por completo a Su voluntad y convertirte en Su súbdito, Su siervo, Su esclavo amado, de hecho y en verdad? - Por A.W. Pink
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