lunes, marzo 25, 2013

Lo Que Nos Avergüenza

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Por Tim Challies

Al hablar en una conferencia o en una iglesia que no es la mía, a menudo tengo la oportunidad de conocer a gente sólo por un breve período de tiempo. En una iglesia o conferencia típicamente se me pide que hable sobre un tema específico - a veces le hablo a los hombres acerca de la pornografía y de tratar edificar una vida sana y una visión basada en la Biblia de la sexualidad. A veces le hablo a una audiencia mixta sobre tecnología y qué pocos de nosotros estamos pensando en nuestras tecnologías digitales y el uso de nuestras tecnologías digitales en formas claramente cristianas. Otras veces hablo del discernimiento espiritual o madurez espiritual.

En cualquier caso, he notado un fenómeno interesante en las discusiones que tengo después de hablar o predicar. Pensé en esto ayer mientras yo seguía leyendo a través de Jerry Bridges “The Discipline of Grace (La Disciplina de la Gracia) con los adultos jóvenes en mi iglesia. Bridges da conferencias en todo momento y se ha dado cuenta de este mismo fenómeno.

Cuando la gente viene a mí después de que hablo, a menudo preguntan sobre cómo pueden dejar de cometer un pecado en el que se encuentran sobre todo en ataque. El Espíritu Santo les ha declarado ser culpables de un pecado y están buscando un poco de orientación sobre cómo hacer morir ese pecado. Los hombres van a plantear y hacer preguntas específicas acerca de cómo dejar de ceder a la tentación de mirar pornografía o la tentación de permitir que sus ojos y su mente divaguen. Las mujeres pueden venir y preguntar acerca de cómo dejar de ser tan sensibles a su teléfono celular cada vez que suene o vibre o acerca de su apatía hacia la madurez espiritual. Estas son buenas preguntas y siempre estoy encantado de hablar sobre ellos.

Pero aquí hay algo interesante que he notado: Si bien es común que alguien se pregunte cómo poner fuera un pecado en particular, es raro que alguien a pida orientación sobre el ponerse un rasgo piadoso en particular. Estamos avergonzados de nuestro pecado y nos molesta. Esto es bueno. Pero estamos menos avergonzados de nuestra falta de carácter cristiano y poco nos molesta. Esto no es bueno.

Y creo que aquí es donde muchos de nosotros fracasamos en nuestros intentos por crecer en la santidad. Esta vida cristiana es una vida en que continuamente nos despojarnos del viejo hombre con todas sus características, y nos revestimos del hombre nuevo. Pero nuestro mayor deseo no es ser sin pecado, sino ser verdaderamente piadosos. No debemos aspirar a ser no-carne, sino aspirar a ser marcados por el carácter cristiano. Experimentamos el mayor de los éxitos en la lucha contra el pecado en que nuestro deseo no es sólo dejar de pecar, sino que nuestras vidas estén marcadas por el rasgo de carácter opuesto. El ladrón tiene que hacer más que dejar de robar, sino que tiene que aprender a ser generoso. El joven adicto a la pornografía tiene que hacer más que dejar de mirar pornografía, sino que tiene que aprender a amar y honrar a las mujeres más jóvenes, como a hermanas. La mamá enojada tiene que hacer más que dejar de arremeter contra sus hijos, ella tiene que aprender a mostrar paciencia y amabilidad. En cada caso, el objetivo no es dejar de pecar, sino ser una exhibición de carácter semejante a Cristo.

El reto para cada uno de nosotros que quiere ser santo no es sólo identificar el pecado en nuestras vidas, sino identificar el mejor y más santo rasgo. Y esto, este fruto del Espíritu, esta evidencia de la gracia de Dios, es lo que buscamos en nuestros deseos, en nuestras oraciones, en nuestras labores.

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