El Problema del Dolor
por RC Sproul
El problema del mal ha sido definido como el talón de Aquiles de la fe cristiana. Por siglos la gente ha luchado con el dilema, ¿cómo un Dios bueno y amoroso podría permitir que el mal y el dolor sea tan frecuente en Su creación. Los problemas filosóficos han generado una abundancia de reflexión y debate, algunas de las cuales se ha reiterado en este tema, pero en última instancia, el problema es uno que se mueve rápidamente desde el nivel abstracto al ámbito de la experiencia humana. Lo filosófico choca en lo existencial.
Históricamente, el mal se ha definido en términos de privación (privatio) y negación (negatio), especialmente en las obras de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. El punto de estas definiciones es definir el mal en términos de una falta o negación de lo bueno. Se define el pecado, por ejemplo, como cualquier falta de conformidad con, o la transgresión de la ley de Dios. El pecado es característicamente definido en términos negativos.
Hablamos del pecado como desobediencia, ilegalidad, inmoralidad, comportamiento poco ético, y similares. Así que, por encima y más allá del problema del mal siempre está la medida del bien por el cual el mal está decidido a ser malo. En este sentido, el mal es parasitario. Depende de una infinidad fuera de sí mismo para su propia definición. Nada puede decirse que sea mal sin el estándar previo de lo bueno. Sin embargo, en tanto hablemos del mal como una privación o negación del bien, no podemos escapar del poder de su realidad.
En el tiempo de la Reforma, los reformadores magistrales abrazaron la definición del mal que heredaron de los padres de la iglesia anteriores en términos de privatio, de privación y negación. Lo modificaron con una palabra crítica. Privatio comenzó a ser descrito como privatio actuosa (una real, privación). El objetivo de esta distinción fue para llamar la atención sobre la realidad del mal. Si pensamos en el mal y el dolor simplemente en términos de negación y privación, e intentamos evitar la realidad de ella, fácilmente podemos caer en el error absurdo de considerar el mal una ilusión.
Cualquiera otra cosa que sea el mal, no es ilusoria. Experimentamos la angustia de su impacto, no sólo en un sentido individual, sino en un sentido cósmico. La creación entera gime, se nos dice en la Escritura, a la espera de la manifestación de los hijos de Dios. El juicio de Dios sobre la raza humana era un juicio que se extendió a todas las cosas sobre las que Adán y Eva tuvieron el dominio, incluyendo toda la tierra. La maldición se extiende mucho más allá de la casa de Adán hasta en cada grieta de la creación de Dios. La realidad de esta maldición pone una carga pesada y un manto incómodo a todo en la vida. De hecho, es un manto de dolor.
Hace muchos años tuve una amiga cristiana muy querida que estaba en el hospital pasando por una serie de rigurosos tratamientos de quimioterapia. La quimioterapia en ese momento provocó una violenta náusea en ella. Cuando hablé con ella acerca de su experiencia, le pregunté cómo su fe estaba de pie en medio de esta prueba. Ella contestó, “RC, es difícil ser cristiano con la cabeza en el inodoro.” Esta respuesta gráfica a mi pregunta causó una impresión duradera en mí. La fe es difícil cuando nuestros cuerpos físicos se retuercen de dolor. Y, sin embargo, es en este punto quizá más que cualquier otro en el que el cristiano huye a la Palabra de Dios para consuelo. Es por esta razón que la base para la fe cristiana es la afirmación de que Dios es soberano sobre el mal y sobre todo dolor. No sirve para cesar el problema del dolor al reino de Satanás. Satanás no puede hacer nada, excepto bajo la autoridad soberana de Dios. Él no puede lanzar un dardo de fuego único a nuestro camino sin la voluntad soberana de nuestro Padre celestial.
No hay porción de las Escrituras que más dramáticamente comunique este punto que todo el libro del Antiguo Testamento de Job. El libro de Job habla de un hombre que se lleva al límite absoluto de la resistencia con el problema del dolor. Dios permite que Job sea un blanco sin protección para la maldad de Satanás. Todo lo estimado a Job es despojado de él, incluyendo a su familia, sus bienes y su propia salud física. Sin embargo, al final del día, en medio de su miseria, mientras que su casa está encima de un estercolero, Job exclama: “El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR.” (1:21). Es fácil citar esta afirmación de Job en una manera simplista y petulante. Pero es necesario ir más allá de lo simplista y penetrar en el corazón de este hombre en medio de su miseria. Él no estaba poniendo en un acto espiritual, o tratando de sonar piadoso en medio de su dolor. Más bien, expuso un sorprendente nivel de confianza inquebrantable en su Creador. La máxima expresión de esa confianza se produjo en sus palabras: “Aunque El me mate, en El esperaré” (13:5). Job prefigura la vida cristiana, una vida que no se vive en la Quinta Avenida, el lugar de celebración del desfile de Pascua, sino en la Vía Dolorosa, el camino de los dolores que termina al pie de la cruz. La vida cristiana es una vida que abraza el sacramento del bautismo, lo que significa, entre otras cosas, que somos bautizados en la muerte, la humillación y las aflicciones de Jesucristo. Se nos advierte en la Escritura que, si no estamos dispuestos a aceptar esos males, entonces no vamos a participar en la exaltación de Jesús. La fe cristiana bautiza a una persona no sólo en el dolor, sino también en la resurrección de Cristo. Cualquiera que sea el dolor que experimentamos en este mundo puede ser agudo, pero siempre es temporal. En cada momento que experimentamos la angustia del sufrimiento, late en nuestros corazones la esperanza del cielo - que el mal y el dolor son temporales y están bajo el juicio de Dios, el mismo Dios que le dio una promesa a Su pueblo que habrá una momento en que el dolor no será más. El privatio y el negatio será vencido por la presencia de Cristo.
Traduccion: Armando Valdez
Tomado de aqui
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