(Por John MacArthur)
Si usted alguna vez ha visitado las grandes catedrales en Europa, usted pensaría que los apóstoles fueron más que santos de vidrio con dibujos de colores vivos con acabado brilloso que representan un grado exaltado de espiritualidad. Pero realmente, fueron hombres mucho muy comunes.
Es una lástima que tantas veces han sido puestos en pedestales como figuras magníficas de mármol, o representados en pinturas como un cierto tipo de dioses romanos. Eso los deshumaniza. Fueron simplemente doce hombres – humanos en todos los aspectos – completamente comunes y nosotros no deberíamos perder el contacto de quiénes realmente fueron.
Así que ¿Qué los capacitó a esos hombres para ser apóstoles? La verdad es que, no fue alguna habilidad intrínseca o cualquier talento sobresaliente de ellos. Fueron galileos. No fueron de la elite. Los galileos fueron consideradas personas de clase baja, rurales, incultas. Fueron plebeyos, don nadie. ¡Pero esos don nadie se convertirían en los líderes preeminentes de la iglesia recién nacida – su mismo fundamento!
Ahora cuando vamos al liderazgo de la iglesia, hay ciertas cualidades evidentes morales y espirituales que los hombres deben cumplir. La Biblia establece un estándar sumamente alto (vea 1 Timoteo 3:2-7; Tito 1:6-9; Hebreos 13:7).
¿Pero sabe usted algo? El estándar no es más inferior para el resto de la iglesia. Los líderes deben ser ejemplos para todos los demás que se esfuerzan por encontrar el mismo estándar. No hay tal cosa como un estándar “inferior” aceptable para miembros de la iglesia enlistados. De hecho, en Mateo 5:48, Jesús dijo a todos los creyentes, “sed perfectos, como vuestro Padre en los cielos es perfecto”.
¡Eso es mucho pedir! Francamente, nadie cumple tal estándar. Humanamente hablando, nadie “califica” cuando el estándar es perfección absoluta. Qué alegría hay en saber que es Dios mismo es quien debe salvar a los pecadores, los debe santificar, y luego los debe transformar a los descalificados en instrumentos que él puede utilizar.
Los doce eran como el resto de nosotros; fueron seleccionados de lo indigno y lo incompetente. Fueron, como Elías, hombres sujetos “a pasiones semejantes a las nuestras” (Santiago 5:17). No se elevaron a un nivel más alto de servicio porque fueran un tanto diferentes de nosotros. Más bien, su transformación en vasijas de honor fue una obra divina y su influencia increíble es un resultado del mensaje divino que predicaron.
Por Qué Dios Nos Escoge
¿Alguna vez usted se ha desalentado y decepcionado cuando su vida espiritual y testimonio sufren por el fracaso o el pecado personal? ¡Tendemos a pensar que somos un don nadie sin valor – y abandonarnos a eso sería cierto! Pero anímese – los don nadie sin valor son simplemente el tipo de personas que Dios utiliza. ¡Si usted piensa esto, eso es todo lo que El tiene que trabajar!
¿Pero usted alguna vez se ha detenido a considerar por qué es cierto eso? Óigalo bien: Dios escoge lo humilde, lo bajo, lo manso, y lo débil para que no haya nunca ninguna duda acerca de la fuente del poder cuando sus vidas cambien el mundo. No es el hombre; es la verdad de Dios y el poder de Dios en el hombre. La próxima vez que usted lea los evangelio o el libro de los Hechos, tome algunos minutos para considerar la obra de Dios en los apóstoles. ¡Fueron lentos para creer, para comprender, y tenían memorias terribles! ¿Le suena familiar?
No se preocupe – eso es perfectamente consistente con la forma en que el Señor siempre trabaja. 1 Corintios 1:20-21 dice: “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.” Esa es la misma razón por la cual no hubo filósofos, ni escritores brillantes, ni debatientes famosos, ni maestros distinguidos, y ningún hombre que se halla distinguido como grandes oradores ente los dice que Cristo escogió. Se convirtieron en grandes líderes espirituales y grandes predicadores bajo el poder del Espíritu Santo, pero no por tener ciertas habilidades de oratoria innata, habilidades de liderazgo, o aptitudes académicas que tuvieran. Su influencia está en deuda con una cosa y nada mas que una: El poder del mensaje que predicaron.
En un nivel humano, el evangelio fue considerado un mensaje tonto y los apóstoles fueron estimados como predicadores poco sofisticados. Su enseñanza estaba debajo de la elite. Fueron meros pescadores y don nadie de la clase obrera. Los peones. Gentuza. ¡Esa fue la valoración de sus contemporáneos y esa ha sido la opinión de la mayoría de la iglesia genuina de Cristo a lo largo de la historia y hasta el día de hoy! “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles “ (v. 26).
Pero piense acerca de esto: “sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (vv. 27-29). Los instrumentos favoritos de Dios son personas don nadie, a fin de que ningún hombre pueda jactarse ante Dios. En otras palabras, Dios escoge a quien él escoge para El recibir así la gloria. Él escoge instrumentos débiles para que nadie le atribuya poder a los instrumentos sino más bien a Dios quien esgrime los instrumentos. Aquellos que persiguen su propia gloria tristemente encontrarán la estrategia de Dios inaceptable – y se perderán de la gloria verdadera y el gozo verdadero.
Con la excepción notable de Judas, los apóstoles no fueron así. Ciertamente lucharon contra el orgullo y la arrogancia como cada ser humano caído. Pero la pasión que conducía sus vidas se convirtió en la gloria de Cristo. Y fue esa pasión, sometida a la influencia del Espíritu Santo – no cualquier habilidad innata o cualquier talento humano – la que explica por qué dejaron un impacto tan imborrable en el mundo.
Traducido por Armando Valdez
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