Para la Gloria de Dios
Por RC Sproul
En la iglesia a la que co-pastoreo, Capilla de San Andrés, en Sanford, Florida, estamos deliberadamente tratando de asegurarnos de que tanto los miembros de nuestra iglesia y los visitantes a comprendan la base doctrinal de nuestra confraternidad. Como una pequeña manera de ayudar a promover ese fin, señalamos en nuestro boletín de la iglesia cada domingo por la mañana que “afirmamos las solas de la Reforma Protestante.”
A modo de recordatorio, las cinco solas son cinco puntos que resumen la teología bíblica recuperadas y se proclamadas durante la Reforma Protestante. Como señalamos en nuestro boletín, estos cinco solas son:
- Sola Scriptura: La Biblia es la única revelación divina escrita y sólo puede obligar a la conciencia del creyente absolutamente.
- Sola Fide: La justificación es por la fe solamente. El mérito de Cristo, que nos es imputada por la fe, es el único motivo de nuestra aceptación por Dios, por el cual nuestros pecados son perdonados, e imputados a Cristo.
- Solus Christus: Cristo es el único mediador a través de cuya obra somos redimidos.
- Sola Gratia: Nuestra salvación descansa exclusivamente sobre la obra de la gracia de Dios para nosotros.
- Soli Deo Gloria: A sólo Dios pertenece la gloria.
Cada sola es importante, pero el primero de las cuatro realmente existe para preservar la última, es decir, la gloria de Dios. Por la sola Scriptura, declaramos la gloria de la autoridad de Dios señalando que sólo Su Palabra inspirada nos puede mandar absolutamente. Sola fide, Solus Christus, y sola gratia todas exaltan la gloria de Dios en la salvación. Dios y sólo a Dios a través de Su Hijo, Jesucristo –salva a Su pueblo del pecado y de la muerte.
Necesitamos que la gloria de Dios sea reforzada porque es la verdad más difícil de todas que la gente acepte. La negativa a glorificar a Dios de una manera apropiada y adecuada es fundamental para nuestro estado corrupto. Como dice Pablo en su penetrante descripción de condición caída humana en Romanos 1: “Ellos no le glorificaron como a Dios” (v. 21).
Muy a menudo, cuando hablamos de Dios, lo describimos de tal manera que Él no es reconocible como el Dios de la Biblia. Lo he dicho más de una vez que si nuestro Dios no es soberano, nuestro dios no es Dios. Pero tengo que ir más allá. Si no reconocemos la soberanía de Dios, si no reconocemos la justicia de Dios, si no reconocemos la omnisciencia de Dios, la inmutabilidad de Dios, entonces cual sea al dios que estamos reconociendo, no es Dios. No estamos glorificando a Dios como Dios, estamos glorificando algo menos que Dios, como si fuera Dios, y glorificar a algo que no sea Dios, o algo menos que Dios, como si se tratara de Dios es la misma esencia de la idolatría.
La idolatría es nuestro pecado más básico, y en ella se hace un intercambio: Dios revela Su verdad sobre sí mismo, y nosotros cambiamos esa verdad y andamos con la mentira. Intercambiamos la gloria de Dios por la gloria de la criatura. Esto se puede hacer de una manera burda de adorar algo que elaboramos con nuestras propias manos, como una estatua o un icono. Pero también hay un más sofisticado tipo intelectual, de idolatría –la reconstrucción de nuestra doctrina de Dios de una manera tal como para despojarlo de los atributos con los que estamos incómodos. Todos nosotros tenemos una propensión a reconstruir un dios que no es santo, que no está airado, que no es justo, que no es soberano. Nos resulta fácil tomar los atributos de Dios que nos gustan y rechazar los que no. Cuando hacemos eso, somos tan culpables de la idolatría como una persona que está adorando a un ídolo.
Cada día en Estados Unidos, escuchamos una de las grandes mentiras perniciosas acerca de Dios, a saber, que todos adoramos al mismo dios. Se nos dice que todo lo que le llamamos o –Alá o Jehová o Tao o Buda – no importa. Todos nosotros adoramos lo mismo. A eso yo respondo: “No, no lo hacemos.” La parte que da miedo de la religión en general es que subraya la culpabilidad del hombre ante Dios, pero luego pasa a crear soluciones ineficaces a esta culpa. El impulso por crear alternativas a la religión que Dios revela en la naturaleza y en la Escritura es idolatría. Pero incluso si confesamos con valentía esta verdad, debemos estar en guardia contra la idolatría, incluso dentro de la comunidad cristiana. Debido a que somos criaturas caídas, podemos ser religiosos y ser idólatras, al mismo tiempo. Todos nosotros podemos rehacer Dios a nuestra imagen, restando importancia o ignorar aquellos aspectos de su carácter que no nos gustan. Si hacemos eso, estamos reteniendo la gloria que pertenece sólo a Dios.
Toda la meta de nuestra salvación es llevarnos a un lugar donde adoramos a Dios y lo honramos como Dios. El gran peligro es que nos hacemos a nosotros mismos el centro de preocupación, y nos robamos la gloria de Dios. En todo lo que hacemos, la pasión que conduzca al cristiano debe ser siempre Soli Deo Gloria, sólo a Dios sea la gloria. Y la única manera de que esta pasión pueda realizarse es honrar a Dios como Dios, de entenderlo como Él se ha revelado en Su Palabra y no en función de las meras opiniones de criaturas caídas.
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