lunes, junio 30, 2014

El Pecado y la Obra del Espíritu

clip_image002El Pecado y la Obra del Espíritu

Por John MacArthur

Hay confusión colosal sobre lo que significa ser cristiano. A través de la comunicación de masas, la cultura recibe mensajes contradictorios sobre lo que define el cristianismo auténtico. Las sectas, oradores y líderes carismáticos, de la iglesia penalmente condenados sólo confunden la confusión a gran escala.

Lo que quizás sea peor que confundir a la cultura es dar una falsa confianza a los cristianos profesantes y dudas falsas a los verdaderos creyentes. La falsa confianza viene de un evangelio de una gracia barata donde uno puede creer sin ningún costo para ellos mismos (en contra de las palabras de Jesús en Marcos 8:34-38). Las falsas dudas surgen de la acusaciones de legalismo y obras-justicia.

Estos problemas no son nuevos.. Casi tan pronto como comenzó la iglesia, los cristianos falsos trajeron confusión. El apóstol más longevo que fue testigo de las falsificaciones de todo tipo abordó estas mismas cuestiones en relación con la inspiración del Espíritu.

El libro de 1 Juan trata acerca del probar la autenticidad de su fe. Se trata de saber como debe ser la vida de un verdadero cristiano, y evaluarse cuidadosamente a usted mismo de acuerdo a la norma que el apóstol Juan explica a sus lectores.

El retrato de Juan de la verdadera fe subraya el conflicto entre el pecado y la fe salvadora. Una y otra vez, se deja en claro que los verdaderos creyentes no pueden y no siguen viviendo en pecado abierto y no arrepentido después de la salvación. Eso es particularmente claro en los versículos que hemos estado discutiendo durante las últimas semanas (1 Juan 3:4-10).

Y a medida que nos acercamos al final de este pasaje, Juan nos ofrece una razón más de porque el pecado y la fe salvadora son incompatibles. Las dos primeras se centran en la naturaleza del pecado y de la obra de Cristo; hoy nos centramos en la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente.

Antiguo Pecado Versus Nuevo Nacimiento

Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano. (1 Juan 3:9-10)

El nuevo nacimiento —lo que Juan llama “nacer de Dios”— el epítome de la obra del Espíritu Santo (cf. Juan 3:3-8). El Espíritu implanta en los que Él regenera la esencia de su vida divina, que Juan describe como una “simiente.” Así como el nacimiento de un ser humano resultada de de una semilla implantada que crece a una nueva vida física, así también la vida espiritual comienza cuando, en el momento de la regeneración, la semilla divina es implantada por el Espíritu en el que cree.

El instrumento por el cual el Espíritu da nueva luz a los pecadores es la Palabra de Dios. Como el apóstol Pedro explicó a los lectores de su primera carta,

Pues habéis nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece. Porque: Toda carne es como la hierba, y toda su gloria como la flor de la hierba. Secase la hierba, caese la flor, mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que os fue predicada. (1 Pedro 1:23-25)

El nuevo nacimiento es de la simiente incorruptible, asegurar la salvación del creyente para la eternidad. Ilumina la mente de manera que uno puede discernir las realidades espirituales (1 Corintios 2:10, 13-14). Provee a los creyentes la mente de Cristo para que puedan entender las cosas de Dios (1 Corintios 2:16). Libera y da poder a la voluntad esclavizada y antes no podían obedecer a Dios, pero ahora libremente pueden y están dispuesto a hacerlo (Juan 6:44, 65; Colosenses 2:13).

El nuevo nacimiento señala el final de la vieja vida del pecador. Los que estaban irremediablemente corruptos para ser nuevas criaturas en Cristo (2 Corintios 5:17), son sepultados con Él y resucitados a una nueva vida de justicia (Romanos 6:4, Efesios 4:24). Por lo tanto, él afirma una vez más que los creyentes no pueden practicar el pecado porque nacen de Dios.

¿La Obra de Dios o la Mía?

El nuevo nacimiento es también una operación monergista, lo que significa que el Espíritu de Dios solamente logra (a diferencia de la sinérgica, lo que significa que el esfuerzo humano participa en el proceso). El lenguaje de Pablo en Efesios 2:4-6 es inequívocamente claro al respecto:

Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados), y con El nos resucitó, y con El nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús.

Debido a que las personas no regeneradas están espiritualmente muertas, no son capaces de responder a la verdad divina. Esta doctrina de la depravación total –mejor entendida como la doctrina del total incapacidad –no quiere decir que los no redimidos son tan pecadores como podría ser. Más bien, significa que la naturaleza caída y pecaminosa afecta a todos los ámbitos de la vida y los hace incapaces de salvarse a sí mismos. Así, la persona espiritualmente muerta tiene que ser vivificada por Dios solamente, por medio de Su Espíritu. Ese mismo poder energiza cada aspecto de la vida cristiana (Efesios 1:19-20, Colosenses 2:12-13).

El Resultado del Poder del Espíritu en la Salvación

Juan concluye el pasaje con el resumen del versículo 10: “En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano.”

Sólo hay dos grupos de personas en el mundo: “Los hijos de Dios y los hijos del diablo.” Los primeros muestran el carácter justo de Dios por medio de la obediencia a Su ley; Los segundos muestran el carácter pecaminoso de Satanás al hacer caso omiso de la Palabra y habitualmente pecar. No importa lo que la gente puede profesar, o lo que el ritual religioso del pasado o la experiencia pueden apuntar, la verdadera naturaleza de su fe se muestra en última instancia en la forma en que viven.

El evangelio popular hoy en día no tiene tiempo para esa verdad. Sólo quiere reunir un momento emotivo y afirmar la salvación de las personas sobre la base de ese momento, más que en la evidencia de una vida transformada. Pero un evangelio sin arrepentimiento, sin santidad, sin sumisión, sin transformación es la mentira del diablo para dar una falsa seguridad al pueblo maldecido.

Si realmente amas al Señor, tu vida va a evidenciar la autoridad de Su Palabra, la justicia de Su Hijo, y la obra manifiesta de Su Espíritu. Si no es así, entonces tu tienes una buena razón para preguntarte si realmente le perteneces.

(Adaptado de The MacArthur New Testament Commentary: 1-3 John .)


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