Manteniendo las Prioridades del Hogar a la Vista
Por Tony Reinke
El Estudioso de la Biblia Don Carson nos advierte sobre la hipocresía paternal al recordar el impacto duradero del ejemplo de oración de sus padres:
Mi padre fue un plantador de iglesias en Québec, en los años difíciles, cuando hubo una fuerte oposición, algunas de ellas brutal. Los ministros Bautistas pasaron un total de ocho años en la cárcel entre 1950 y 1952. Las congregaciones de papá no eran grandes, estaban generalmente en el extremo inferior del rango de dos dígitos.
El domingo por la mañana después del servicio de las once, papá solía tocar el piano y llamar a sus tres hijos a unirse a él en el canto, mientras que mamá completaba los preparativos para la comida. Pero un domingo por la mañana a finales de los años cincuenta, recuerdo, papá no estaba en el piano, y ya no se le encontró.
Finalmente lo localicé. La puerta de su estudio estaba entreabierta. La empuje hasta abrirla, y allí estaba él, de rodillas delante de su sillón, orando y llorando en silencio. Esta vez pude oír lo que estaba diciendo. Él estaba intercediendo con Dios en nombre de un puñado de personas a las que él había predicado, y en particular por la conversión de unos pocos que asistían regularmente pero que nunca habían confiado en Cristo Jesús.
En las filas de las jerarquías eclesiásticas, mi padre no es un gran hombre. Él nunca había servido en una gran iglesia, nunca había escrito un libro, nunca había cumplido las funciones de un oficio denominación elevado. Sin duda, su oración, también abarca modismos e idiosincrasias estilísticas que no deben ser copiados.
Sin embargo, con mucha gratitud a Dios, testifico que mis padres no eran hipócritas. Esa es la peor herencia posible que le puedes dejar a los hijos: altas pretensiones espirituales y un bajo rendimiento. Mis padres eran lo opuesto: pocas pretensiones, y un rendimiento disciplinado.
Lo que ellos oraron eran por las cosas importantes, las cosas que se congregan en torno a las oraciones de las Escrituras. Y a veces cuando miro a mis hijos, me pregunto si, en caso de que el Señor nos diere otros treinta años, ellos se acordarán de su padre como un hombre de oración, o pensarán en él como alguien lejano, que no estaba en casa pero que escribió una serie de libros oscuros.
Esa reflexión en silencio a menudo me ayuda a ordenar mis días.
Fuente: Don Carson, A Call to Spiritual Reformation: Priorities from Paul and His Prayers (Baker, 1992), página 26.
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