Tres Argumentos en Contra del Presuposicionalismo
Por Greg Bahnsen
La palabra de Dios se ha visto como fundamental a todo conocimiento. Tiene autoridad epistémica absoluta y es el presupuesto necesario de todo el conocimiento que el hombre posee. Todo nuestro conocimiento debe ser una reconstrucción receptiva de los pensamientos primarios de Dios; el Señor es el autor de toda verdad. La palabra de Dios debe entonces ser tomada como la norma final de verdad para el hombre. Aquellos que fingen autosuficiencia intelectual y se abstienen de presuponer la palabra de Cristo en las Escrituras son guiados en una ignorancia necia. Uno debe comenzar con Cristo en el mundo del pensamiento o de lo contrario renunciar a cualquier esperanza de alcanzar el conocimiento de sí mismo, el mundo, o Dios. Este ha sido el testimonio de la Escritura como hemos examinado en nuestros estudios anteriores: “El temor del Señor es el principio de la sabiduría; los necios desprecian la sabiduría y la instrucción.” (Prov. 1:7); “Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento." (Col. 2:3).
Juan Calvino reconoció esta perspectiva bíblica y la hizo fundamental para su Institución de la Religión Cristiana:
Casi toda la sabiduría que poseemos, es decir, la verdadera y sana sabiduría, se compone de dos partes: el conocimiento de Dios y de nosotros mismos. Pero, mientras unidas en muchos lazos, cuál precede y da a luz la otra no es fácil de discernir. En primer lugar, nadie puede verse a sí mismo sin necesidad de encender inmediatamente sus pensamientos a la contemplación de Dios, en los que vive y se mueve... Una vez más, lo cierto es que el hombre nunca logra un claro conocimiento de sí mismo, si primero no ha mirado al rostro de Dios y, entonces, desciende contemplarlo para escudriñarse sí mismo (Bk. I, cap. I.1).
Con razón el antiguo proverbio recomienda fuertemente el conocimiento de sí mismo al hombre. Para ello se considera una vergüenza para nosotros no conocer todo lo relacionado con el asunto de la vida humana... Pero puesto que este precepto es tan valioso, nosotros debemos evitar más diligentemente de aplicarlo de manera perversa. Observamos que esto, ha sucedido a ciertos filósofos, que mientras instan al hombre a conocerse a sí mismo, se proponen el objetivo de reconocer su propio valor y excelencia ... Pero el conocimiento de nosotros mismos yace primero en considerar lo que se nos ha dado en la creación y cuan generosamente Dios continúa su favor hacia nosotros ... tener en cuenta que no hay nada en nosotros que sea nuestro, sino que nos aferramos en sufrimiento a todo lo que Dios nos ha dado. Por lo tanto, dependemos siempre de él... Nos corresponde reconocer que hemos sido dotados de razón y entendimiento para que, llevando una vida santa y recta, podemos seguir adelante con el objetivo señalado de la bendita inmortalidad” (Bk. II, cap. I, 1).
Estas son las primeras palabras del Libro I y el Libro II de los Institutos; Calvino consideró necesario presuponer la palabra de Dios, tanto en “El conocimiento de Dios el Creador,” así como en “El conocimiento de Dios el Redentor.” Para saber sobre cualquier cosa relacionada con el asunto de la vida humana, ya sea tocante a la creación o salvación, hay que rechazar la autonomía promovida por las filosofías paganas y presentar la verdad de Dios y admitir absoluta confianza en Él para origen, dirección, y permitiendo de nuestro uso de la razón.
En resumen, Cristo debe tener la preeminencia (Col. 1:18), incluso en el mundo del pensamiento. Con tal perspectiva Calvino activa la reforma más significativa y bienaventurada de la Iglesia y de la cultura occidental de la que la historia moderna ha sido testigo.
No es sorprendente que el principio bíblico y reformado de presuponer la palabra y la autoridad de Cristo en el mundo del pensamiento y haciéndola fundamental a todo el conocimiento nos parecería como “dogmática” o “absolutista.”
Vivimos en una cultura que desde hace mucho tiempo está saturada con las afirmaciones de autonomía intelectual y la demanda de la neutralidad en la erudición que esta perspectiva impía se ha arraigado en nosotros: al igual que la supuesta “música de las esferas,” que es tan constante y estamos tan acostumbrados a ello que no somos capaces de discernirlo. Es el costo común, y nosotros simplemente lo esperamos.
¡No es de extrañar, entonces, que la posición epistemológica del pensamiento bíblico y reformado destaca en marcado contraste! Desafía el status quo, demanda una reorientación de nuestras vidas y pensamientos, y amenaza con “poner el mundo al revés.” Parece ser dogmático y absolutista, ya que, es dogmático y absolutista. El cristiano no debería avergonzarse de este hecho.
Él debe tener la audacia humilde como para decirle a un mundo perdido que el mensaje cristiano es incondicionalmente verdadero y el presupuesto necesario de todo pensamiento (absolutista), que el evangelio de Cristo demanda arrepentimiento (incluyendo un “cambio de mente”), y que la palabra de Dios tiene contenido doctrinal definida que es la autoridad revelada “directamente de arriba” (dogmática). Por supuesto, la perspectiva bíblica no es “dogmática y absolutista” en el sentido despectivo que a menudo se atribuye a estas palabras. La afirmación cristiana de que todo pensamiento requiere la presuposición de la palabra de Cristo no es arrogante, irracional o infundada.
Otra crítica a la posición de la presuposición bíblica es que, si el conocimiento sólo puede ser alcanzado primeramente al presuponer la palabra autoritativa de Dios, entonces los incrédulos se ven privados de todo conocimiento; no pueden decir conocer cualquier cosa, incluso sobre los hechos más elementales de la experiencia o las verdades de la ciencia. Y eso parece claramente absurdo, pues sin duda algunos de los mejores científicos del mundo han sido incrédulos. Entonces, ¿cómo el presuposicionalismo explica que los incrédulos conocen ciertas cosas?
Un tercer argumento esgrimido en contra de la perspectiva de presuposición es que evitaría cualquier discusión significativa o argumentación con el incrédulo. No habría un “terreno común” sobre la cual tal argumentación podría comenzar. Siendo privado del conocimiento, el incrédulo podría no tener nada que aportar o aprender de una discusión con un cristiano. Es decir, hasta que el incrédulo se convierta no hay necesidad de hablar con él.
Por supuesto todos estos ataques a la posición de la epistemología bíblica descansan sobre ya sea malentendidos o información incompleta. En el curso de los estudios posteriores de esta serie vamos a considerar los tres principales críticas al presuposicionalismo desde la perspectiva de la enseñanza bíblica. Se hará evidente que la posición bíblica en la epistemología no es infundada y arrogante, que garantiza (en vez de privar) el incrédulo de un conocimiento de la verdad, y que es la única base sobre la que el argumento con los incrédulos se puede llevar adelante. Una vista previa de nuestro tratamiento se puede dar aquí al final desde las palabras Cornelius Van Til:
Los mismos creyentes no han optado por la posición cristiana, ya que son más sabios que los demás. Lo que tienen, lo tienen por gracia solamente. Pero esto no significa que acepten la problemática del hombre caído como correcta ... El hombre caído, en principio, trata de ser una ley en sí mismo. Pero él no puede llevar a cabo su propio principio a su grado completo. Él está impedido de hacerlo... A pesar de lo que hace en contra de Dios, él puede y debe trabajar para Dios; por lo tanto es capaz de hacer una “contribución positiva” a la cultura humana. (A Christian Theory of Knowledge, New Jersey: Presbyterian and Reformed, 1969, pp. 43, 44).
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