Octubre 31, día de Martín Lutero
Por Les Thompson
En el mes de octubre de nuevo nos toca recordar al famoso reformador, Martín Lutero.
En referencia a Martín Lutero, me interesó ver que el 10 de agosto del 2005 los periódicos en México anunciaron que “la Iglesia Católica reconoce el aporte de el famoso reformador Protestante”. El artículo sigue: Tras ofrecer una breve explicación sobre el papel que el teólogo alemán Martín Lutero (1486-1546) jugó en la Reforma Protestante, el teólogo especialista en la iglesia católica y el papado, Pablo Miguel Bravo indicó en entrevista que lo anterior ha llevado a que la gente “se repiense como sujetos históricos y de cambio” a través de formas nuevas.
Lo que no cuentan, sin embargo, es la razón por la cual la Iglesia Católica sigue objetando las creencias y enseñanzas de Lutero y por qué el reformador sigue siendo tan “protestante”. En esta ocasión revisamos uno de los más interesantes libros de Lutero que escribió en Agosto de 1520: Una carta abierta a la nobleza cristiana de la Nación Alemana sobre la Reforma del Estado Cristiano. El libro tenía como objeto desenmascarar el proceso usado por Roma para subyugar a una nación por medio de la religión. El efecto de su lectura fue la declaración de independencia de Alemania tanto del Imperio de Carlos V como del Vaticano.
Este resumen lo extraigo de mi propio libro sobre Lutero: El triunfo de la Fe, publicado por Editorial Portavoz. En el libro inicio el relato indicando como poco a poco Lutero llegó a la conclusión de que Roma no iba a arrepentirse de su avaricia, ni de su violencia, ni de su duplicidad, ni de su inmoralidad, ni de su explotación, ni mucho menos de sus desvíos espirituales. A pesar de esta conclusión, hizo un esfuerzo final para tratar de convencer al Papa León X de las verdades del evangelio. Le escribió un breve libro: La libertad del hombre cristiano. El tema tratado era la justificación sólo por la fe, un resumen muy claro sobre lo que es la vida cristiana. No sabemos lo que el Papa pensó del libro, aparte de que después de recibirlo pronunciara la bula papal (1520) contra Lutero.
A pesar de estas buenas intenciones, Lutero reconoció que el Papa no iba a cambiar, no importaba lo que él —o cualquier otro como él— dijera o hiciera. Por tanto, si el pontífice y la Iglesia Romana no estaban dispuestos a responder a las apelaciones de la Santa Palabra de Dios, no había otra alternativa que denunciar abiertamente las desmesuradas manipulaciones espirituales y políticas tanto del Papa como de la iglesia. En nombre del Dios al que amaba y servía de todo corazón, se propuso exponer ante el mundo las imperdonables desviaciones de la que antes había sido la Santa Iglesia Universal de Jesucristo.
Las armas que Lutero tenía para hacerlo eran sencillas: la Biblia, el púlpito y la pluma. Sabiamente escogió esta última como primer instrumento de ataque. El título era largo: Una carta abierta a la nobleza cristiana de la nación alemana concerniente a la reforma de este estado cristiano. 1 Pero, como veremos, su mensaje era directo, agudo y sumamente convincente. Es obvio que Lutero sentía gran dolor por la aflicción sufrida por su pueblo debido a las acciones de la iglesia, dolor que llegó a convertirse en furia ante la tiranía y avaricia de los papas, cardenales y obispos de Roma.
Comienza de manera intrigante: Lutero muestra que Roma había construido tres murallas protectoras, que no eran más que puras mentiras: (1) Roma establecía una clara distinción entre el clero y el laicado; (2) Roma pretendía que sólo el Papa tenía derecho de determinar cuál era la interpretación correcta de las Sagradas Escrituras; y (3) Roma afirmaba que sólo el Papa tenía autoridad para convocar los concilios eclesiásticos. 2 Pero, ¿quiénes eran esos papas? ¿Cuál era su calidad espiritual? ¿Qué compromiso tenían con el evangelio y Jesucristo? En la primera parte de su escrito, Lutero da ejemplo del grado de corrupción al que había llegado el oficio del sumo pontífice. Para ello cita una de las leyes canónicas: «Si un Papa se portara de manera tan escandalosa y vil que llevara a las multitudes al diablo, aun así no se le pude destituir». 3 Y comenta correctamente: «Sobre tal fundamento diabólico Roma ha sido edificada». Lo que más entristecía a Lutero era que, aún cuando se portaban vilmente —incluidas sus abominables inmoralidades—, esos llamados herederos del trono de Pedro lo hacían todo en el nombre de Jesucristo. ¡Qué fácil es, tras un velo de falsa espiritualidad, engañar a los feligreses que buscan sinceramente el camino a Dios!
En su libro, Lutero muestra las distintas maneras como Roma utilizó estos tres muros para establecerse cual máxima autoridad política y espiritual sobre los alemanes, a la vez que con su poder eclesiástico y político liquidaba toda oposición. Muestra cómo siglo tras siglo la iglesia fue conquistando a Alemania, una conquista tan eficaz como si se hubiera hecho con un ejército militar. Enseña cómo, bajo el disfraz de piedad y santidad, poco a poco llegó a dominar el país por completo, tanto política como religiosamente. Los alemanes—un pueblo sano, crédulo y temeroso de Dios— aceptaron a Roma de buena fe, pero la iglesia se aprovechó de ellos de mala fe. Se apoderó de sus tierras, se posesionó de su gobierno y se adueñó de sus tesoros. «¿Por qué debe pagar un tributo perpetuo la iglesia alemana a un poder extranjero?» Preguntó Lutero a los príncipes. Deben quitarse de encima ese yugo político, deben establecer su propia iglesia, deben nombrar a sus propios obispos y sacerdotes. Deben abolir las órdenes mendicantes, ya que lo que estos hacen es robarles. Deben permitir a los sacerdotes casarse, después de todo, se casaban hasta el año 1079, cuando Bonifacio impuso el celibato. Deben acabar con los peregrinajes, las misas por los muertos, los días santos —nada de lo cual aparece en la Biblia— y conformarse con adorar a Dios sólo los domingos.
Además, deben anular las leyes canónicas especiales para establecer una sola ley igual tanto para laicos como para clérigos. Y sobre todo, deben echar de sus tierras los legados papales que, con sus pretendidos poderes, vendían las tierras, legalizaban los sobornos, disolvían juramentos y contratos, afirmando que el Papa les había dado el poder para hacerlo. Era el momento adecuado para que los príncipes alemanes tomaran el poder del país en sus manos y dieran al pueblo la verdadera libertad que Cristo vino a darle al hombre.
Entonces, para que vieran cómo habían sido engañados, Lutero — apelando sólo a la Biblia y a la sana razón— comenzó a desmantelar uno por uno aquellos tres muros tras los cuales se escondía Roma:
- EL MURO DE LA DIFERENCIACIÓN ENTRE CLERO Y LEGO
Lutero enseñaba bíblicamente que Dios no hace diferencia entre un clérigo y un lego. Toda persona que cree en Cristo es un sacerdote ante Dios (1 P 2:9; Ap 5:10). Así lo afirmó:
Es un puro invento que el Papa, los obispos, sacerdotes o monjes deban ser reconocidos como «estado espiritual», y los príncipes, nobles, artesanos y campesinos como el «estado temporal»; Todo eso es pura ficción, mentiras e hipocresía. Nadie debe asustarse por ello; por esa razón: Todos los cristianos pertenecen al «estado espiritual», no habiendo diferencia alguna, excepto en lo relativo a cargos particulares, como dice Pablo en 1 Corintios 12:12, que todos somos un cuerpo, aunque cada miembro tiene su propio trabajo, a través del cual se sirven unos a otros. Todos somos iguales, tenemos un solo bautismo, un solo evangelio, una sola fe —la que nos hace cristianos. Por medio del evangelio, por medio de la fe y porque somos bautizados, todos llegamos a ser «espirituales» y un pueblo cristiano [sin distinciones].
En Cristo no hay diferenciación entre un sacerdote y un laico, entre el Papa y un plomero, entre un cardenal y un carpintero, entre un obispo y un oculista, entre un hombre y una mujer. Ante Dios no hay diferencias; ante Él no hay grupos preferidos. Todos somos pecadores indignos. «La ordenación», como señala Lucién Febvre en su comentario sobre este pasaje del libro, «no es un sacramento que confiera a los sacerdotes un carácter indeleble, sino simplemente una designación de empleo, revocable a voluntad por el poder civil».
Todo creyente —sea Papa, cardenal, obispo, sacerdote, carpintero, albañil, campesino, príncipe, noble, siervo o ama de casa— es pecador, teniendo cada uno, individualmente, que allegarse a la gracia divina para ser salvos y aceptados como «hijos de Dios». Una vez que han sido aceptados como «hijos», cada uno —no importa su rango aquí en la tierra— tiene exactamente los mismos derechos y privilegios. Por supuesto, admite que hay diferencias de puestos y rangos, pero estos son para el buen control de la sociedad, no para que alguien se enseñoree sobre otro; nunca para que uno se crea superior a otro.
Por tanto, nadie tiene derecho a imponerse sobre otro; sólo es ante Dios que nos sometemos. Es más, el deber real de los príncipes alemanes sería someterse a Dios, no a los jerarcas de la iglesia. Si era cuestión de «su misión», la Biblia enseña claramente que todo hombre, incluso el clero y hasta el Papa, tiene el deber de someterse y obedecer a las autoridades civiles (Romanos 13.1-5: Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas. Por consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, sobre sí recibirán condenación. Porque los gobernantes no son motivo de temor para los de buena conducta, sino para el que hace el mal. ¿Deseas, pues, no temer a la autoridad? Haz lo bueno y tendrás elogios de ella, pues es para ti un ministro de Dios para bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que práctica lo malo. Por tanto, es necesario someterse, no solo por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia).
Aunque la Biblia habla mucho de someterse a Dios y a Jesucristo, en ninguna parte menciona someterse a algún poder eclesiástico. En Efesios 5.21 san Pablo más bien nos instruye, como cristianos, a someternos unos a otros en el temor de Cristo. El hecho de que un Papa o un obispo unjan, confiera tonsuras, ordene, consagre y se cubra con vestimentas coloridas y especiales, es sólo cuestión de su oficio, y no les hace más espirituales ni los eleva por encima de otros seres humanos. La idea de que el clero es una especie humana superior y más digna —y que por lo tanto tiene que ser obedecida— es un puro invento romano que no tiene respaldo alguno en la Biblia.
- EL MURO DE LA INTERPRETACIÓN DE LAS ESCRITURAS
Lutero ataca la pretensión de que la interpretación de las Sagradas Escrituras es un derecho exclusivo del Papa. Ridiculiza la idea de que un sumo pontífice —que puede ser un hombre malo o bueno, ya que han habido de ambos— no pueda errar en asuntos que tienen que ver con la fe. Muestra que si eso fuera verdad, ¿de dónde aparecieron todas esas leyes canónicas que se contradicen? ¿De dónde vinieron esas prácticas necias que contradicen la Biblia, llenas de errores y herejías? ¿No fueron los papas quienes las dictaron? Ahí está la prueba incontrovertible de que pueden errar y de que no poseen infalibilidad.
Lutero entonces pasa al concepto creído respecto a que el Espíritu Santo siempre está con el Papa y que lo inspira —no importa lo inmoral e iletrado que sea, al grado de que de su boca sólo sale verdad. Entonces se pregunta: «Si tan cierta es la palabra del Papa, ¿para qué necesitaríamos la Biblia?» Y añade: «Me es difícil creer que el diablo haya inventado tales pretextos en Roma y que la iglesia haya encontrado gente tan incauta para creerlo».
Y sigue aclarando: San Pablo dice en 1 Corintios 14.30: Pero si Dios le revela algún sentido de su Palabra a una persona que está sentada escuchando a otro interpretar la Biblia, este que estaba interpretando debe callar para escuchar lo que el otro dice. ¿Qué propósito tendría este mandamiento si sólo debiéramos escuchar a uno que habla, a aquel que tiene el puesto más importante? Además, Cristo nos dice en Juan 6:45 que Dios instruirá a todos. Es posible, pues, que el Papa y sus seguidores, siendo hombres pecaminosos y no verdaderos creyentes, no sean enseñados por Dios, ni tengan un entendimiento correcto. Por otra parte, una persona común podría tener verdadero entendimiento; ¿por qué no escucharle? ¿No es cierto que los papas se han equivocado muchas veces? ¿Quién ayuda al mundo cristiano cuando un Papa se equivoca? ¿No necesitaríamos a uno que tenga la verdadera interpretación en lugar del Papa? Por tanto, es una fábula eso que han inventado en Roma de que la interpretación o la confirmación de una interpretación de la Sagrada Biblia le pertenece únicamente al Papa.
Todo creyente es sacerdote ante Dios y como tal tiene el derecho de interpretar las Escrituras de acuerdo a la luz que obtenga. Dice la Biblia que …el Espíritu de verdad, Él los guiará a toda verdad; Porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes. Todo lo que el Padre tiene, es mío también; por eso dije que el Espíritu recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes (Jn 16:13-15). El derecho de leer las Escrituras y comprenderlas es de todos; no es un privilegio exclusivo ni del clero ni del Papa.
Como cada creyente es sacerdote, tiene el derecho de probar y juzgar las interpretaciones de quien sea, sacerdote o Papa, para ver si cuadran con lo que dice la Escritura. ¿No es esta la instrucción de San Pablo en 1 Corintios 2.15: el que es espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie? Se nos dice en 2 Corintios 4:13 que teniendo el mismo espíritu de fe todos como creyentes podemos escuchar y estudiar las interpretaciones que se dan acerca de la Palabra de Dios, para acertar si son verdad o mentira. ¿Es que sólo un Papa, especialmente uno incrédulo, tiene esa autoridad?
Cualquier creyente tiene el «espíritu de libertad», como dice Pablo, para defenderse en contra de los inventos fabricados por los papas. Debemos denunciar con valentía, pues, toda interpretación errada y juzgar lo que todo hombre dice para establecer dónde está el error y dónde la verdad. Es deber de todo cristiano entender la verdad bíblica y defenderla, así como denunciar el error. La idea de que sólo el Papa tiene tal autoridad es puro invento de aquellos que se han apoderado de la Iglesia Romana.
- EL MURO DE LA CONVOCATORIA DE CONCILIOS
«No tienen base en las Escrituras», afirma Lutero, «aquellos que afirman que corresponde sólo al Papa convocar o confirmar las acciones de un concilio. Esta idea la basan meramente en las leyes que ellos mismos establecieron para su propia conveniencia; de ninguna manera proviene de la Biblia. Por ejemplo, leemos en Hechos 15:6 que no fue San Pedro el que convocó al Concilio de Jerusalén, sino los apóstoles y los ancianos. Si tal derecho hubiera pertenecido sólo a Pedro, el concilio no hubiese sido cristiano, sino una asamblea herética. Aún el concilio de Nicea —el más famoso de todos— no fue reunido por convocatoria de un Papa, sino por el Emperador Constantino. Después de este, otros emperadores también hicieron convocatorias y esos concilios fueron considerados muy cristianos. Si sólo el Papa tuviera el derecho a convocar concilios, entonces todos los anteriores hubieran sido reuniones heréticas. Es más, si consideramos las acciones tomadas en aquellos concilios que los papas convocaron, vemos que muy poco se realizó en ellos».
Lutero sigue mostrando que la máxima autoridad en cuanto a doctrina o práctica cristiana es la Palabra de Dios, y no la palabra de algún hombre, Papa o concilio (véanse 2 Ti 3:16; 2 P 1:21; Ap 14:13). En ninguna parte de la Biblia se encuentra que la autoridad para convocar un concilio sea de patronazgo papal. La única autoridad que Dios ha dado a la iglesia es la de la edificación. Como dice San Pablo: El Señor nos dio la autoridad para edificación de la comunidad y no para destruirla (2 Corintios 10.8).
Esta tercera muralla, afirma Lutero, cae por su propio peso. Porque cuando un Papa obra en contradicción con las Escrituras, es deber de todo cristiano levantarse y, con la misma Palabra de Dios, retarlo y reprenderlo. ¿No es esto lo que nos dice Mateo 18.15? Si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más… Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos. Este es el deber de todos nosotros, deber que se aplica a las más altas autoridades así como también a los más insignificantes pecadores, pues, si el pecado no es reprendido, perjudica a muchos en la congregación cristiana.
Si un hombre se cree superior a los demás, si sólo a él se le da autoridad para interpretar las Escrituras para así determinar lo que todos deben creer; si sólo un hombre tiene el derecho de convocar un concilio para determinar lo que todo el mundo debe hacer, ¿qué tenemos? ¿No se le ha elevado a este por encima de toda la humanidad? Se le ha hecho un monarca; se le ha hecho un emperador o dictador —por no decir un dios. Lo que las Sagradas Escrituras declaran es que Dios el Padre sometió todo bajo los pies de Jesucristo, y a Cristo lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Ef 1:22). Lo que esta muralla muestra es que el Papa, dejándose llevar por sus avaricias y ambiciones ha usurpado gradualmente el lugar que sólo le pertenece a Jesucristo.
Al terminar de leer este resumen del libro de Lutero y al reconocer todos los abusos que hoy ocurren tanto por la Iglesia (sea Protestante o Católica) como por el Estado nos preguntamos, ¿A dónde están los hombres fieles a Dios y a su Santa Palabra que hoy tienen la valentía para igualmente desenmascarar todos los engaños que se llevan acabo contra nuestros pueblos hoy? Hoy desesperadamente necesitamos una reforma tanto política como religiosa. Pero, ¿dónde están los Luteros que con la Biblia abierta denuncian los males de nuestros días?
Notas:
- Es interesante observar que para poder haberse protegido bien, al Vaticano le faltó la cuarta muralla: la muralla de la verdad; esta le hubiera protegido las espaldas. Pero nunca la quiso edificar, como se demostró tan claro durante los últimos años ante los notorios casos de pedofilia, tanto en Estados Unidos como en Sudamérica. Roma siempre ha preferido disimular antes que enfrentar la verdad. Precisamente, fue por su falta de verdad que Lutero pudo atacarla tan eficazmente.
- Esta declaración se encuentra en el Decretum de Gratian, Dist. XL, c. 6, Si Papa. Es interesante notar que fue este decreto el que citó Prierias al criticar las 95 tesis de Lutero, diciendo: «Un Pontifex indubitatus (es decir, un Papa que no es acusado de herejía o cisma) no puede ser depuesto legalmente ni juzgado, séase por un concilio y ni siquiera por el mundo entero, aunque su forma de vivir sea tan escandalosa que lleve consigo a multitudes al mismo infierno». Al recibir el informe de Prierias, Lutero exclamó: «Asómbrense oh cielos, tiemble oh tierra. He aquí, cristianos, lo que Ro ma es en verdad». (Weidmar, ed., VI:336).
Tomado de aquí
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