Génesis de la Reforma en Alemania
Por Alejandro Moreno Morrison(*)
(*) ©1996.
Lutero debe ser considerado como un hereje convicto… nadie debe darle albergue. Sus seguidores también serán condenados. Sus libros serán arrancados de la memoria humana. —Edicto de Worms 1
…Que lleven con furor Los bienes, vida, honor, Los hijos, la mujer… Todo ha de perecer… De Dios el Reino queda. —Martín Lutero (himno congregacional Ein’ feste burg ist unser Gott) 2
Entre los avisos clavados en la puerta de la Iglesia de “Todos los Santos” de Wittenberg (Sajonia, Alemania) el 31 de octubre de 1517, se encontraba una convocatoria para debatir el tema de las indulgencias, publicada por ese medio, siguiendo la costumbre académica de aquel lugar y aquella época, por Martín Lutero (1483-1546): Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum 3 Por amor a la verdad y con el deseo de sacarla a la luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones, bajo la presidencia del Reverendo Padre Martín Lutero, Maestro en Artes y Sagrada Teología, y profesor ordinario de las mismas en este lugar. Por consiguiente, ruega a todos aquellos que no puedan estar presentes y discutir oralmente con nosotros quieran hacerlo por carta. 4
Este premio venía seguido de 95 proposiciones o “tesis”, las cuales Lutero sometía a la consideración y crítica de todos los interesados (principalmente clérigos y académicos, pues el documento estaba en latín) para debatirlas públicamente conforme a la práctica medieval académica bien establecida y conocida como disputatio (la disputa). Dicha práctica era no solamente común y aceptada, sino que se consideraba esencial para la educación de todo universitario. Como lo indica su título, las tesis que Lutero proponía y sometía a debate se oponían a la venta de indulgencias que, aunque ya practicada desde el tiempo de las cruzadas, había crecido en uso y abuso. Esto se debía principalmente a la necesidad que el papa León X (de la casa Medici) tenía de aumentar sus ingresos para la construcción de la Catedral de San Pedro (en el Vaticano), y para sostener su opulento estilo de vida. Las noventa y cinco tesis (como también se le conoce a la convocatoria de Lutero) pueden resumirse en tres puntos principales:
- Una objeción al destino confesado del dinero
- Una negación de los poderes del papa sobre el purgatorio,
- Una consideración de la salvación del pecador. 5
Wittenberg, donde Lutero era sacerdote y profesor universitario, estaba bajo el principado de Federico “el Sabio”, elector de Sajonia, quien contaba con su propia concesión de indulgencias mediante la adoración de su colección de 5005 reliquias sagradas el Día de Todos los Santos, más la debida contribución pecuniaria, lo cual aseguraba indulgencias hasta por más de medio millón de años.
Ya en 1516, Lutero predicaba desde su púlpito contra estas indulgencias. Aún antes de su enfrentamiento con el Vaticano, a Lutero no lo disuadía el afrentar a los poderes civiles o religiosos cuando lo que estaba de por medio era la sana doctrina cristiana y, consecuentemente, el bienestar espiritual de su feligresía.
Para 1517, el Príncipe Alberto de Brandemburgo comenzaba a explotar una concesión otorgada por el Vaticano para dispensar indulgencias en su territorio. La explotación de dicha concesión era parte de la estrategia político-eclesiástica mediante la cual Alberto había obtenido el arzobispado de Maguncia, convirtiéndose así en el primado de Alemania. La mitad de las ganancias provenientes del pago de las indulgencias iban a parar a las arcas del Vaticano, mientras que la otra mitad se destinaba al pago de un préstamo por diez mil ducados que la casa de banca alemana Fugger pagó al Vaticano a nombre de Alberto como anticipo por su designación. Y aunque esta concesión no podía explotarse en territorio de Federico, Wittenberg no estaba lejos de la frontera, por lo que los feligreses podían viajar y comprar dichas indulgencias. El vendedor a cargo era el dominico Tetzel, quien explotaba los sentimientos religiosos y de culpa del pueblo, además de hacer exageradas promesas respecto a la eficacia de su mercancía. Pero la preocupación de Lutero por su feligresía no conocía de fronteras o jurisdicciones, y su ataque contra la venta de indulgencia era tanto contra las de Alberto como contra las de Federico. No obstante, Lutero no tomó ninguna medida para difundir sus tesis entre el pueblo. Meramente invitaba a los eruditos a disputar y a los dignatarios a definir, pero hubo quienes tradujeron subrepticiamente estas tesis al alemán y las dieron a la imprenta. Al poco tiempo se convirtieron en la comidilla de Alemania… 6 Como consecuencia, Lutero se vio pronto envuelto en una controversia en la que ya contaba con el apoyo de muchos agustinos, de miembros de la Facultad de Teología de Wittenberg, y de muchos eruditos alemanes. Y si bien su intención no era romper con el papa ni con la iglesia romana, tampoco lo era retractarse.
Lutero había enviado una copia de su convocatoria y tesis a Alberto, ahora arzobispo de Maguncia, con una carta muy sumisa, humilde y respetuosa. 7[ref]Cf. Ibid., p. 88.[/ref] Fue por este medio que las tesis llegaron a manos del papa León X, quien les restó importancia al principio. No obstante, la controversia se volvió cada vez más intensa y extensa, llegando Lutero a declarar que, “tanto el papa como los concilios generales podían errar, que sólo las Escrituras era autoritativas, y que él reconocería que estaba en error sólo cuando se le convenciera de que lo que él creía era contrario a la Biblia y a la sana razón”. 8 También rechazó la supremacía material que la iglesia romana había adquirido por encima de las demás iglesias (situación derivada de circunstancias históricas después del papado de Gregorio I). Finalmente, Lutero fue citado por el papa para responder en Roma a los cargos de herejía y contumacia en el verano de 1518.
A pesar de que también se veía afectado por la controversia, Federico le brindó a Lutero su protección y la seguridad de que no iría a Roma, obteniendo para él un salvoconducto imperial. El elector fue fiel a su promesa a pesar de las expresas indicaciones del Vaticano para que se los entregase. Federico también logró que la audiencia se trasladase a Alemania y se llevara a cabo en Worms mediante un representante del papa que sería el cardenal Cayetano, “un alto papalista, íntegro y erudito”. 9 No obstante, Lutero no se retractó sino que apeló al juicio de las universidades, lo cual también le fue negado. Habiéndole llegado rumores de que sería arrestado y llevado a Roma para ser condenado, huyó a caballo con la ayuda de algunos ciudadanos amistosos. Ya estando en Nuremberg, Lutero apeló a un concilio general de la Iglesia. Cayetano volvió a requerir al elector Federico que enviara a Lutero preso a Roma o que lo exiliara de sus territorios. “¿Cuál es mi deber como príncipe cristiano?”, se preguntaba Federico. 10 Entre tanto, hacía falta un pronunciamiento papal que afirmara la posición oficial del Vaticano respecto de las indulgencias, a fin de que Lutero pudiese ser excomulgado. Dicho pronunciamiento se hizo mediante la bula Cun postquam, de fecha nueve de noviembre de 1518, la cual definía la posición del Vaticano acerca de muchos de los temas controvertidos por Lutero. 11 Pero eso ya no era suficiente, la controversia ya había excedido el tema de las indulgencias. Lutero había respondido a los argumentos del Vaticano arremetiendo en contra la autoridad del papa y de los concilios y argumentando favor de la exclusividad y supremacía de la autoridad de la Biblia. Por otro lado, la circunstancias políticas rebasaban los límites territoriales de Alemania, teniendo implicaciones continentales, todas las cuales fueron elementos que ninguno otro de los anteriores intentos de Reforma había tenido.
Carlos V
El 12 de enero de 1519, murió el emperador Maximiliano avivándose en Europa el problema de la sucesión del Santo Emperador Romano. Los principales candidatos eran Carlos I de España (nieto de Maximiliano), Francisco I de Francia (a quien posteriormente le dedicara Juan Calvino su Institución de la Religión Cristiana) y Federico de Sajonia, quien seguía protegiendo a su súbdito Lutero de la furia papal. No obstante, incrementar el poder de Francisco I de Francia o de Carlos I de España, “destruiría el equilibrio del que dependía la seguridad papal”, 12 por lo que el papa dio su apoyo a Federico. Pero, considerando lo inadecuado de su posición (particularmente en vista del asunto “Lutero” y de los deseos papales a ese respecto), Federico se derrotó a sí mismo votando por Carlos, quien fue elegido como del Santo Imperio Romano el 28 de junio de 1519. Pero Carlos V estaba más orientado a los problemas de España, por lo que Federico seguía siendo la figura central de Alemania. Siendo así la situación, el papa no deseaba enemistarse con Federico y, por el contrario, trató de ablandarlo mediante el otorgamiento de nuevos privilegios para la iglesia de Wittenberg (conocida también como “la Iglesia del Castillo”), además de conferirle la distinción de una rosa de oro. El enviado papal que portaba la rosa, Miltitz, contaba con un escrito que condicionaba su entrega a la extradición de Lutero, pero se dio cuenta que era una necedad pretender “comprar el monje al príncipe”, 13 por lo que entregó la rosa de oro sin imponer condiciones.
Mientras tanto, Juan Eck (antiguo amigo de Lutero) promovió (con la ayuda del duque Jorge) un debate entre las universidades de Leipzig y Wittenberg para exhibir y rebatir públicamente a Lutero, siendo los principales paladines de cada universidad el propio Juan Eck y Martín Lutero, respectivamente, con sus equipos de asesores. El duque Jorge (quien se convertiría más tarde en el enemigo más implacable de Lutero) le consiguió un salvoconducto para viajar a Leipzig en el verano de 1519. La participación de Lutero en el debate versó sobre el papado y su invención tardía (y por lo tanto humana y no divina). En el desarrollo de la discusión, Lutero afirmó que el papa es el Anticristo (no sólo determinado para en especial, sino el papado como institución); impugnó la autenticidad de las Decretales Isidorianas (que hoy en día son reconocidas como apócrifas aún por los católico-romanos) sobre las que se fundamentaba el papado; y rechazó toda autoridad que no tuviese fundamento en la Biblia. Eck llevó astutamente a Lutero a identificarse con las enseñanzas de Juan Huss (las cuales habían sido declaradas heréticas hacía poco más de un siglo), y aunque Lutero rechazó tal cargo, después de revisar las actas del Concilio de Constanza (que examinó y condenó a Huss) en la biblioteca de la Universidad de Leipzig, declaró: “Entre los artículos de Juan Huss encuentro muchos que son claramente cristianos y evangélicos, y que la iglesia universal no puede condenar”. 14 A lo largo de toda esta controversia, las enseñanzas evangélicas habían sido ampliamente difundidas y cada vez involucraban a más gente.
Para 1520 Lutero declaró su posición mediante cinco tratados considerados como la exposición primordial de sus convicciones distintivas: Sermón sobre las buenas obras, El papado en Roma, Discurso a la nobleza germana, El cautiverio babilónico de la Iglesia y La libertad del cristiano, todos los cuales fueron impresos en Alemán y gozaban de una extensa circulación. En el primero de los tratados declaró que “la más noble de las buenas obras es creer en Cristo”; que, “el cristiano que vive con su confianza puesta en Dios, sabe qué cosas debe hacer, y todo lo hace gozosa y libremente, no con el fin de acumularse merecimientos y buenas obras, sino porque es su gran gozo agradar a Dios y servirle sin pensar en la recompensa”. En el tratado A la cristiana nobleza de la Nación Germánica respecto de la reforma del Estado Cristiano, Lutero afirmó que la Iglesia romana había levantado tres murallas en su defensa, por cause de las cuales el cristianismo había sufrido: la superioridad de papas, obispos, sacerdotes y monjes sobre los laicos; la arrogación papal de convocar un concilio y confirmar sus actos; y la prohibición de la lectura de la Biblia. En lugar de ello, sugería que cada ciudad eligiera a un “ciudadano piadoso preparado de entre la congregación y le encargara del oficio de ministro”, que fuera sostenido por la congregación; y que la Biblia fuese enseñada a todos en las escuelas.
En El cautiverio babilónico de la Iglesia aumentó sus críticas respecto del empleo de las indulgencias y equiparó al papado con el reino de Babilonia que había llevado cautiva a la Iglesia. En La libertad del cristiano, dirigido al papa, Lutero afirma: “Un cristiano es el más libre señor de todos, y no está sujeto a nadie; un cristiano es el más obediente siervo de todos, y está sujeto a todos”. Con esto Lutero quería decir que, por cuanto la justificación es por la sola fe y no por algún mérito que tuviesen las buenas obras, el que tiene esta fe es liberado de la servidumbre de la ley y de la necesidad de procurar la salvación por obras: “Una cosa y una sola cosa es necesaria para la vida, la justificación y la libertad cristianas; y ella es la santísima Palabra de Dios, el evangelio de Cristo”. 15
Aunque hubo un breve paréntesis en las tensiones político-religiosas, durante ese mismo año de 1520 el papado reanudó su persecución contra Lutero cuando se acercaba el momento de que Carlos V visitara Alemania. El 25 de junio de 1520, el papa publicó la bula Exsurge Domine, que iniciaba con las palabras “Levántate, Señor, y juzga tu causa. Un jabalí ha invadido tu viña”. La bula condenaba 41 errores declarados de Lutero, ordenaba que se quemasen sus libros y le daba a Lutero un plazo de 60 días —a partir de la publicación de la bula en su parroquia— para que se sometiese. Cabe preguntarse por qué le dieron tantas oportunidades a Lutero para retractarse cuando el Vaticano acostumbraba excomulgar sin tanta dilación, como el mismo papa lo afirmaba en el proemio de dicha bula. Uno de los supuestos errores de Lutero condenado por la bula era precisamente su oposición a que los herejes fuesen martirizados y quemados, declarando el papa que tales acciones no eran pecado ni contrarios a la voluntad del Espíritu Santo.
Los enviados de Roma enfrentaron oposición por parte de algunos elementos del clero alemán para lograr la publicación formal de la bula. Por su parte, el 10 de diciembre de 1520, Lutero quemó públicamente la bula, junto con obras de sus opositores y otras obras que tradicionalmente habían defendido las pretensiones papales. Y como Lutero, lejos de retractarse, había desafiado al papa, éste publicó la anunciada bula de excomunión el tres de enero de 1521. 16
Se acercaba ya el tan esperado y postergado juicio contra Lutero, el cual tenía también serias implicaciones políticas, ya que la herejía se consideraba un peligro para la unidad y estabilidad del Santo Imperio Romano. Por su lado, el papa presionaba al emperador para que librara al imperio de este enemigo del Vaticano. Pero, Carlos V, por su lado, tenía que actuar con prudencia política pues Federico era fuerte y, aunque no se había pronunciado aún abiertamente a favor de Lutero, tampoco había tomado acción alguna en su contra, sino que, por el contrario, había buscado que recibiese un juicio justo (garantía ésa que muy pocos protestantes habían tenido y tendrían). Finalmente el emperador accedió a las condiciones de Federico, y en abril de 1521, Lutero compareció ante el emperador en ocasión la Dieta Imperial en Worms (Alemania). Lutero sabía que su vida peligraba, a pesar del salvoconducto conseguido por Federico; después de todo, así habían traicionado, aprehendido y quemado a Juan Huss en Constanza 106 años antes. Ahora era él, un monje hijo de un minero, quien se enfrentaba a los poderosos de la tierra. La ocasión evoca en todo su significado las palabras del Salmo 119:41-47:
Venga a mí tu misericordia, Jehová; tu salvación, conforme a tu dicho. Y daré por respuesta a quien me avergüenza que en tu palabra he confiado. No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, porque en tus juicios espero. Guardaré tu Ley siempre, para siempre y eternamente. Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos. Hablaré de tus testimonios delante de los reyes y no me avergonzaré. Me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado. En la primera audiencia, el 17 de abril, Lutero fue examinado por el arzobispo de Trier sobre sus escritos. Parecía que el jabalí no era tan fuerte después de todo. Con voz apenas audible reconoció que los libros que le señalaban eran suyos. Cuando se le preguntó si los defendía todos o quería rechazarlos en parte, Lutero respondió que eso tocaba a Dios y a Su Palabra, que eso afectaba la salvación de las almas, y pidió tiempo para pensar –estaba “demasiado aterrorizado ante Dios para dar una respuesta al emperador”. 17 El emperador le concedió hasta la tarde siguiente. Esa noche, en la soledad de su cuarto, Lutero oró:
¡O Dios, Todopoderoso Dios eterno! ¡Cuán espantoso es el mundo! ¡Mira cómo su boca se abre para devorarme y cuán pequeña es mi fe en Ti! . . . Si voy a depender en cualquier fuerza en este mundo, todo está acabado… ¡O Tu, mi Dios! Ayúdame contra toda la sabiduría de este mundo. Hazlo, te lo ruego… Tú debes hacerlo… por tu propia poderosa fuerza… La obra no es mía sino Tuya. Yo no tengo parte aquí… ¡Yo no tengo nada por qué contender con estos grandes hombre del mundo! Yo con gusto pasaría mis días en felicidad y paz. Pero la causa es Tuya… Y es justa y eterna. ¡O Señor! ¡Ayúdame! ¡O fiel e inmutable Dios!… Tú me has escogido para esta obra. ¡Lo sé!… Por tanto, ¡O Dios, cumple Tu voluntad! No me abandones, por amor de Tu bien amado Hijo, Jesucristo, mi defensa… y mi fortaleza… Y aunque el mundo estuviese lleno de demonios –y este cuerpo, que es la obra de Tus manos, fuese desechado, pisoteado, despedazado… consumido hasta las cenizas, mi alma es tuya. Sí, tengo Tu propia Palabra para asegurármelo. ¡Mi alma te pertenece, y permanecerá contigo para siempre! ¡Amén! ¡O Dios, ampárame! … ¡Amén! 18
“Su oración revela el alma de un hombre humilde postrado ante su Dios, desesperadamente buscando valor para estar firme ante los hombres hostiles. Para Lutero fue un Gethsemaní privado…” 19 A las seis de la tarde del 18 de abril, con voz vibrante, Lutero dirigió un discurso al emperador, príncipes y demás señores, distinguiendo, explicando y defendiendo sus obras. Finalmente se le requirió que respondiera directamente y sin rodeos: “¿Repudiáis o no vuestros libros y los errores que ellos contienen?” Lutero respondió en alemán:
Puesto que Vuestra Majestad y vuestros señores desean una respuesta simple, responderé sin cuernos y sin dientes. A menos que se me convenza con las Escrituras y la simple razón –pues no acepto la autoridad de papas y concilios pues se han contradicho entre sí–, mi conciencia es cautiva a la Palabra de Dios. No puedo retractarme y no me retractaré de nada, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro. Aquí estoy firme, no puedo hacer otra cosa. Que dios me ayude. Amen. 20
Castillo de Wartburg
Un amigo suyo exclamó: “Si no puedes hacerlo, doctor, ya has hecho bastante”. Y ciertamente había hecho mucho más de lo que jamás se hubiera propuesto o imaginado. “Allí se enfrentaban el pasado y el futuro. Alguien habría de ver en este punto el comienzo de los tiempos modernos”. 21 Un hombre solo había desafiado, por motivos espirituales y de conciencia, a las dos poderosas estructuras universales sobre las que descansaba el mundo de su tiempo, y habría de salir triunfante. El estado ya no sería igual, mucho menos la Iglesia. Lutero quedó proscrito de ambos, humanamente estaba solo. 22 El emperador declaró su posición y ordenó a sus súbditos, mediante un edicto imperial, que negasen a Lutero y a sus amigos cualquier auxilio o contacto. Pero el edicto no pudo publicarse debido a que muchos de los electores ya habían salido de Worms. En vista del gran peligro en el que se encontraba, Federico mandó a su gente que “secuestrasen” a Lutero en su camino de regreso, y que fuese llevado al (castillo) Wartburg. Por la gracia y la providencia de Dios, la Iglesia había caído “en manos de Lutero”, pero éste nunca caería “en manos de la iglesia”. En el Wartburg siguió escribiendo y realizó su mayor hazaña literaria, la traducción de la Biblia a la lengua alemana del pueblo.
Nuevamente el arma del cristianismo sería “la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6:17). Lutero no fue el primero en retomar el cristianismo puro y denunciar las deformaciones en que había caído la Iglesia medieval, pero sí fue quien hasta entonces había tenido mejores oportunidades y, por lo tanto, logros más significativos. Lutero no fue el primero en oponerse a la tiranía del papado, pero sí fue el primero que vivió muchos años más para contarlo y seguir confrontando los abusos en doctrina y práctica que aquejaban a la Iglesia medieval. Lutero no fue el primer cristiano en comparecer ante un emperador romano, pero sí fue el primero que no sólo salió triunfante sino que dividió tanto al imperio como a la iglesia visible nominal, 23 ambas instituciones humanas que tenían pretensiones de ser universales.
En su providencia y soberanía, Dios guardó a Lutero para la misión para la que efectivamente lo había llamado. Hasta aquí los factores externos de los inicios de la Reforma luterana en Alemania. Ahora es menester reflexionar sobre los factores internos. ¿Qué fuerza movía a ese “jabalí”? ¿Qué clase de “locura” llevaría a un hombre a desafiar a las poderosas estructuras establecidas de su momento histórico? Las respuestas se encuentran algunos años antes, en la profunda experiencia personal y transformadora que tuvo el monje agustino Martín con el soberano Creador y Juez del universo, a quien finalmente llegó a conocer también como Salvador y Redentor. Lutero, al igual que los demás Reformadores antes y después de él, se asomó a la grandeza de la majestad de Dios, de Su perfecta santidad como soberano del universo. Pero también entendió la gravedad y los alcances del pecado en la humanidad, la consecuente incapacidad absoluta del ser humano para relacionarse con Dios. 24 Particularmente se dio cuenta de su propia maldad (a pesar de ser reconocido como un monje ejemplar en su conducta); entendió que, como afirma La Biblia, “todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caíamos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Is 64:6), y que conforme a la justicia de Dios, “el alma que pecare, esa morirá” (Ez 18:4). ¿Cómo podría reconciliarse con un Dios perfectamente santo? ¿Cómo podría estar en paz con Dios? Este conflicto espiritual llevó a Lutero a estudiar el asunto en san Agustín 25 y, finalmente, en la Biblia. Allí encontró el evangelio, las buenas nuevas de salvación. 26 En sus propias palabras Lutero relataba:
Con ardiente anhelo ansiaba comprender la Epístola de Pablo a los Romanos y sólo me lo impedía una expresión: ‘la justicia de Dios’, pues la interpretaba como aquella justicia por la cual Dios es justo y obra justamente al castigar al injusto. Mi situación era que, a pesar de ser un monje sin tacha, estaba ante Dios como un pecador con la conciencia inquieta y no podía creer que pudiera aplacarlo con mis méritos. Por eso no amaba yo al Dios justo que castiga a los pecadores, sino que más bien lo odiaba y murmuraba contra él. Sin embargo, me así a Pablo y anhelaba con ardiente sed saber qué quería decir.
Reflexioné noche y día hasta que vi la conexión entre la justicia de Dios y la afirmación de que “el justo vivirá por la fe”. Entonces comprendí que la justicia de Dios es aquélla por la cual Dios nos justifica en su gracia y pura misericordia. Desde entonces me sentí como renacido y como si hubiera entrado al paraíso por puertas abiertas de par en par. Toda la Sagrada Escritura adquirió un nuevo aspecto, y mientras antes la “justicia de Dios” me había llenado de odio, ahora se me tornó inefablemente dulce y digna de amor. Este pasaje de Pablo se convirtió para mí en una entrada al cielo. 27
Años más tarde, el gran sistematizador de la teología reformada, Juan Calvino, lo expresaría así: Nuestros adversarios insisten en que Dios se aplaca con sus frívolas satisfacciones; es decir, con su basura y estiércol. Nosotros afirmamos que la culpa del pecado es tan enorme, que no puede ser expiada con tan vanas niñerías; decimos que la ofensa con que Dios ha sido ofendido por el pecado es tan grave, que de ningún modo puede ser perdonada con estas satisfacciones de ningún valor; y, por lo tanto, que esta honra y prerrogativa pertenece exclusivamente a la sangre de Cristo. Ellos dicen que la justicia, si no es tan perfecta como debiera, es restaurada y renovada con obras satisfactorias; nosotros afirmamos que la justicia es de tal valor, que con ninguna obra puede ser adquirida. Por eso, para que nos sea restituida y podamos recobrarla, es menester recurrir y acogernos a la sola misericordia de Dios. 28 Siglos antes, san Pablo escribía:
Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que se basa en la Ley, sino la que se adquiere por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios y se basa en la fe. Quiero conocerlo a él y el poder de su resurrección… (Filipenses 3:7-10)
Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1).
Habiendo conocido a Dios, y habiendo creído en Él como su único y suficiente Señor y Salvador, Lutero comprendió que no dependía de sus imperfectas obras humanas para recibir el perdón de sus pecados; que por la sola gracia de Dios era como un tizón arrancado del fuego del infierno, y que ahora podía estar en la santa presencia de Dios amparado en la promesa de que, “la paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús” (Ro 6:23). Lutero entendió que solo Cristo es digno de que pongamos en Él nuestra fe, y que Él solo es el autor y consumador de la salvación que nos regala por Su sola gracia, recibida por el redimido mediante la sola fide. Fue esta enseñanza, encontrada y fundada en la sola Scriptura, la que lo llevó a denunciar el abuso de las indulgencias y, paso a paso, a descubrir y a rechazar las demás adulteraciones que había sufrido la doctrina y la práctica de la Iglesia. Como el profeta Jeremías, Lutero tenía en su corazón “como un fuego ardiente” metido en sus huesos, y diría como san Pablo, “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” 29 Por eso no se detuvo ante nada; sabía que era la verdad del evangelio y el destino eterno de las almas lo que estaba de por medio.
El Vaticano hace creer a sus seguidores que sus obras pueden merecer el perdón de sus pecados 30 cuando, por el contrario, tal pretensión es una afrenta al regalo de la gracia de Dios. Tan importante fue para Lutero la doctrina de la justificación por la fe que la llamó articulus standis vel cadentis ecclesiae (el artículo sobre el cual se levanta o se derrumba la Iglesia); y realmente era el artículo sobre el cual se levantaba o se derrumbaba su propia vida. Pero más importante aún es que ciertamente este es el artículo sobre el cual se levanta o se derrumba el destino eterno de cada uno de nosotros. Soli Deo Gloria
Notas:
- Segunda parte de la cuarta estrofa; versión en castellano (“Castillo fuerte es nuestro Dios”) por Juan B. Cabrera. Este himno fue compuesto por Lutero (parafraseando el Salmo 46) durante un periodo de severa depresión que sufrió en 1527. Johann S. Bach usó este himno en su cantata No. 80, y en un preludio para órgano (BWV 720), ambos bajo el mismo título que el himno de Lutero en alemán. De hecho, un historiador alemán dijo que en el transcurso de trescientos años un solo alemán comprendió cabalmente a Lutero; éste fue Bach, lo cual puede también notarse en la influencia que tuvo aquél en las composiciones litúrgicas de éste. También Felix Mendelssohn usó la música del himno de Lutero como tema para el cuarto movimiento de su Sinfonía No. 5, “La Reforma”, opus 107, para celebrar el tricentenario de la Dieta de Augsburgo (1530) que fijó los términos de la libertad de culto en Alemania y la base doctrinal de la Iglesia Luterana. ↩
- Martín Lutero, Las noventa y cinco tesis, México, DF: CUPSA, s/f; pp. 2-3. Una versión en castellano está disponible en http://www.geocities.com/Athens/4326/tesis.html. Y el original en latín en: http://www.fh-augsburg.de/~harsch/lut_thes.html. ↩
- Si alguien piensa que el tema de las indulgencias ha sido superado por la Iglesia de Roma, baste referirlo al testimonio del exsacerdote católico-romano holandés Herman J. Hegger, quien escribe que hasta el día de hoy se sigue concediendo a España el privilegio de que allí se vendan bulas a las que va ligada una indulgencia plenaria. Asimismo escribe que, “En la sobria Holanda existe incluso una sociedad de seguros aprobada por el episcopado, a saber, la Sociedad de San José,, en la ciudad de Alkmar, que abre pólizas de seguro contra los castigos del Purgatorio, mediante misas de difuntos. Una documentación al respecto ya apareció en la revista “In De Rechte Straat”; allí se evidencia que cerca de 400,000 católico-romanos neerlandeses han firmado una póliza semejante” (Madre, yo te acuso, 2ª ed., Velp, Países Bajos: Fundación en la Calle Recta, 1988; pp. 147-148). ↩
- Parece irónico(y por lo mismo muchos católico-romanos no lo creen) que con motivo de las celebraciones del 500 aniversario del natalicio de Martín Lutero, en un pomposo acto oficial, Juan Pablo II levantó la excomunión contra Lutero y se refirió a él con palabras elogiosas Asimismo, en mayo de 1983, una Comisión Mixta católico-luterana internacional declaró esto en un documento aprobado por el mismo papa: “Consideramos conjuntamente a Lutero como testigo del Evangelio, maestro de la fe y voz que llama a la renovación espiritual” (Martín Lutero, Testigo de Jesucristo, Revista Eclesiástica Brasileña, 1983; p. 830. Citado en Samuel Vila, ¿Se renueva la Iglesia católico-romana?, Barcelona: Editorial CLIE, 1987; p. 175). Ver también: http://www.ielu.org/ecumenismo/dialogocatolicoluterano/lutero.htm. Cabe preguntar, no obstante, ¿qué con los que sufrieron y siguen sufriendo persecución por causa de “la herejía de Lutero”? ↩
- V. gr.: “Ponderadas, pues, y expuestas todas estas cosas según las fuerzas que el Señor se ha dignado concederme, concluyo que no es justificado el hombre por los preceptos de la vida honesta, sino por la fe de Jesucristo; es decir, por la ley de la fe; no por la letra, sino por el espíritu; no por los méritos de las obras, sino por la gracia gratuita.” (Agustín de Hipona, “Tratado de la Gracia”, en Obras de san Agustín, VI, p. 177, Ed. Escelicer, Madrid. Citado en Samuel Vila, A las fuentes del cristianismo, 5ª ed., Barcelona: Editorial CLIE, 1976; pp. 214-215.) ↩
- La Biblia: Jeremías 20:9 y 1ª Corintios 9:16.30 La enseñanza oficial del Vaticano a partir del Concilio de Trento (1545-1563) es que: “Si alguno dijere que los hombres se justifican por la sola imputación de la justicia de Cristo… o también que la gracia, por la que somos justificados es sólo el favor de Dios, sea anatema… Si alguno dijere que la fe justificante no es otra cosa que la confianza de la misericordia que perdona los pecados por causa de Cristo… sea anatema” (Concilio de Trento, Sesión VI, cánones 11 y 12). Ver también Sesión VI, cánones 30 y 32, y Sesión XIV, canon 13. ↩
Tomado de aquí
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