La Excelente Oración de Daniel
Por John MacArthur
No creo que sea posible subestimar la necesidad y el valor de la oración. Y cuanto más estudiemos las Escrituras, más volveremos a este mismo tema porque aparece en toda la Biblia.
Pero de todos los pasajes del Antiguo Testamento que se refieren a la oración, quizá no haya ninguno más fino que el de Daniel 9. Ahora bien, no nos da instrucciones directas sobre cómo orar. En cambio, nos proporciona un modelo majestuoso de lo que es y debe ser la oración. En lugar de enseñar por precepto, enseña por el maravilloso ejemplo de Daniel.
A lo largo del libro que lleva su nombre, Daniel es un ejemplo de excelencia espiritual. Estaba muy por encima de todos los que le rodeaban, y su fe audaz y su integridad nos llaman la atención mientras leemos. Pero quizás una de sus características más notables es que era un hombre dedicado a la oración. De hecho, su compromiso con la oración es lo que le hizo ser arrojado al foso de los leones en Daniel 6.
Sus oraciones tampoco eran desprovistas de raíces o místicas. Daniel oraba en respuesta a las Escrituras. Y su oración en Daniel 9 es una respuesta específica a una profecía del Libro de Jeremías que dice que Dios rescatará a Judá de Babilonia después de 70 años (Jeremías 25:11-12). Cuando Daniel leyó esta profecía siendo ya un anciano, pudo hacer las cuentas y darse cuenta de que la liberación estaba a sólo unos años de distancia. Y a la luz de este descubrimiento, lleva a cabo esta notable oración con un espíritu de humildad y reverencia:
Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti. Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos. De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado, y no obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.
Conforme está escrito en la ley de Moisés, todo este mal vino sobre nosotros; y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios, para convertirnos de nuestras maldades y entender tu verdad. Por tanto, Jehová veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho, porque no obedecimos a su voz.
Oh Señor, conforme a todos tus actos de justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en derredor nuestro.
Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo.. (Daniel 9:4-5, 7-10, 13-14, 16, 18-19)
Esta oración es larga y rica, y en las próximas semanas quiero examinarla detenidamente. Al hacerlo, encontraremos principios intemporales sobre cómo debemos tener comunión con Dios, hacer peticiones para nosotros mismos e interceder por los demás.
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