El Reino de Dios en Lucas (4a. Pte.)
Por Paul Henebury
El Pasaje Clave de Lucas Sobre las Dos Venidas
Es una afirmación atrevida y un tanto subjetiva, pero la parábola de las libras (o de las diez minas[1]) en Lucas 19:11-27 es quizá el pasaje clave de este Evangelio, si no de todos los Evangelios, sobre la teología de las dos venidas del Mesías.[2] Como creo que es tan crucial, le prestaré especial atención. La parábola se introduce de la siguiente manera:
Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. – Lucas 19:11.
Las "cosas" a las que se refiere el versículo 11 son la historia de Zaqueo y el anuncio de Cristo de que la salvación había llegado a la casa del recaudador de impuestos, y que aunque había pecado contra su propio pueblo "también es hijo de Abraham"; es decir, aunque la complicidad de Zaqueo con la clase dominante lo ponía fuera de lugar en lo que respecta a los líderes religiosos judíos, mediante la fe en Jesús se convertía en un heredero de la promesa de Abraham y en un verdadero judío. La introducción de esta nueva parábola adquiere cierta relevancia. Lucas da dos razones para ello: en primer lugar, se acercaban a Jerusalén, la ciudad del Gran Rey (Salmo 48:2; Mateo 5:35). Jerusalén era el lugar donde Cristo pronto encontraría su muerte (Lc. 18:31-33).
La segunda razón de la parábola es crucial para entender si uno va a "dividir correctamente la palabra de verdad" (2 Tim. 2:15). La parábola se da, en parte, para disipar en los discípulos cualquier idea de una llegada inmediata del Reino de Dios.
Aquí salen a relucir varias cuestiones: En primer lugar, hay que notar que el significado del Reino de Dios se entiende mejor como el reino terrenal pactado sobre el que reinaría el Mesías. No se trata de un reino celestial (como la propia parábola disipará). En segundo lugar, este Reino pactado sobre la tierra aparecerá, pero no en el futuro cercano de los discípulos. Tercero, Jesús iba a Jerusalén a morir, no a traer el Reino. Por último, las interpretaciones bíblicas que afirman que Jesús se convirtió en Rey y, por tanto, que alguna forma del Reino de Dios fue inaugurado en el primer advenimiento, deben hacerlo frente a las propias enseñanzas de Jesús aquí, al final de su ministerio.[3] Este cuarto punto deberá ser reafirmado una vez que dejemos el estudio de los Cuatro Evangelios y nos adentremos en los Hechos y las Epístolas.
Los tres primeros versículos de la parábola son los siguientes:
Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. – Lucas 19:12-14.
Los "ciudadanos" (politai) que rechazan a Cristo son, por supuesto, los judíos, la "generación infiel y perversa" de Lucas 9:41. Lo hacen porque lo odian. La palabra griega es miseo, y se refiere aquí a la aversión y la hostilidad hacia toda la persona, no sólo hacia sus acciones.[4] Esto puede parecer un poco fuerte, ya que, si a muchas de estas personas se les hubiera preguntado por su opinión sobre Jesús, tal vez no se hubieran considerado así. Pero los recovecos profundos del corazón son propensos a ser cubiertos por el autoengaño. Tal era el impacto inequívoco de las palabras y las obras de Jesús, que sólo una aversión sostenida hacia Él podría explicar la actitud de la población en general hacia Él. Es cierto que a menudo se caracteriza a los líderes judíos como enemistados con Jesús, pero el pueblo, con toda probabilidad debido a la influencia de sus líderes, tampoco quería a Jesús.[5]
Es importante prestar atención a las palabras que Jesús pone en boca de los que le rechazan: "No queremos que este hombre reine sobre nosotros". El noble aún no había asumido la corona. Trasladando esta imagen a la cronología de la misión de Jesús, esto significa que Jesús (de nuevo) era muy consciente de que no iba a reinar cuando vino la primera vez. No es que no tuviera derecho a gobernar -Lucas 1 a 4 lo deja claro-, sino que, aunque era el Mesías Rey, también era el Mesías que sería cortado en nombre de otros (Dan. 9:26). El prometido Reino Davídico no podía establecerse para florecer sobre el tipo de oposición incalcitrante que siempre encontraría en los corazones inquebrantables de los pecadores. El pecado y sus efectos deben ser tratados. Esa es la tarea del Nuevo Pacto. Y como veremos, el Nuevo Pacto requiere la sangre de Cristo para inaugurarla. La parábola no contiene una oferta del Reino a través de la aceptación del Rey porque la hora ya es tardía (es la última parábola de Lucas antes del final). La escena está preparada. A pesar de la entrada triunfal en Jerusalén que está a punto de producirse, Jesús viaja hacia su muerte, y la muerte se lo llevará; al menos por un corto tiempo. Esta parábola predice que Jesús se irá al cielo (la “patria lejana”) para recibir un reino y luego regresar.[6] ¡Todavía no ha regresado! Por lo tanto, no está gobernando todavía. El Reino es Davídico, es decir, es pactual. El significado de que sea pactual es que su carácter amplio ya está definido hermenéuticamente. No puede ser lo que no se ha especificado que sea.
La parábola de las libras continúa en los versículos 15-26 con una descripción de las tres mayordomías dadas por el noble a sus siervos y su recuento “Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino.” (Lc. 19:15). Me aleja de mi propósito en este libro exponer esta parte de la parábola, pero observe en que el noble vuelve ahora como rey.
Habiendo tratado ahora con sus siervos, el rey se dirige a los que lo rechazaron:
“Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí.'” – Lucas 19:27.
Recordando que en una parábola una cosa puede ser sinónimo de otra, no se debe minimizar la severidad del trato a los que insistieron en no tener al nuevo rey para reinar sobre ellos. El AT describe a Yahvé viniendo con ira sobre sus enemigos (p. ej., Isaías 2:19-21; 61:2; 63:1-6), y el NT seguirá su ejemplo (p. ej., 2 Tesalonicenses 1:7-10; Apocalipsis 19:11-16). Ninguno de los enemigos del rey entra en su reino.
[1] Una mina equivalía a unos cuatro meses de salario.
[2] Sorprendentemente, esta parábola recibe un tratamiento relativamente ligero por parte de Darrell Bock en su clásico comentario sobre Lucas.
[3] La similitud de esta parábola con la Parábola de los Talentos de Mateo 24:14-30 ha sido objeto de mucha discusión. Hay que señalar tres puntos: 1. Jesús era un maestro itinerante, y es impensable que sólo pronunciara una parábola en un solo momento. Como ha dicho N. T. Wright, “¿Hay algún narrador registrado que haya contado historias sólo una vez, y además de la forma menos elaborada posible?” - Jesús y la Victoria de Dios, Minneapolis: Fortress Press, 1996, 633-634 n. 83. 2. La parábola de los talentos de Mateo no trata de la persona del rey rechazado y que regresa. 3. El hecho de que Jesús utilizara parábolas similares para transmitir diferentes enseñanzas debería alertarnos sobre el peligro de equiparar con demasiada rapidez dichos comparables de Jesús relatados en otros lugares.
[4] H. Seebass, “miseo,” New International Dictionary of New Testament Theology, Colin Brown, General Editor, Grand Rapids: Zondervan, 1975, Vol. 1. 555.
[5] La mención de una delegación enviada tras el noble recuerda la delegación judía enviada a Roma en el año 6 d. C. para implorar a César que no permitiera que el despreciado Arquelao continuara como etnarca sobre Judea. Véase por ejemplo Craig A. Evans, Luke, 287.
[6] Los oyentes de esta parábola estaban familiarizados con el concepto de alguien que se va para recibir un reino porque los césares eran conocidos por dispensar el gobierno de esa manera (por ejemplo, Herodes el Grande y Herodes Antipas. Véase Paul Barnett, Jesus & the Rise of Early Christianity, 72-73, 113). Sin embargo, cuando se comprende el Prólogo de Juan, resulta un poco extraño que el exaltado Hijo de Dios tenga que abandonar la tierra que le fue dada para recibir el Reino. La extrañeza de esto se explica, por supuesto, en el hecho de que Él debe asegurar primero la victoria sobre el pecado y la muerte como el Siervo obediente, incluso si eso significa ser despreciado, rechazado y crucificado (cf. Heb. 12:1-2).
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