¿Qué Pasó con la Hermenéutica Literal? (4a. Parte b)
Por Mark Snoeberger
Una segunda ley recibida del lenguaje que se puede deducir del uso común es la Jurisdicción de la Intención del Autor. Propuse en el articulo anterior que un texto puede tener un solo significado en un contexto dado; esta semana me sugiero, además, que el único árbitro de esa significado es su autor. Este axioma fundamental del lenguaje es capturado mnemotécnicamente por la declaración de Fee y Stuart, "Un texto no puede significar lo que nunca quiso." El significado de un texto dado se encuentra siempre en la intención original del autor: nunca se puede cambiar después de los hechos por un lector, cierta fuerza ajena, o incluso (después de una reflexión más profunda) por el propio autor. El significado denotativo es estático y perpetuo.
Por supuesto, el significado de la Escritura no es uniformemente perspicaz, y es imposible entrevistar a un autor o entrar en su mente para una aclaración. El significado puede, a veces, ser difícil de alcanzar. Pero ya que el autor está usando las normas establecidas de gramática, sintáctica, y léxicas de un contexto histórico determinado, podemos con paciencia reducir considerablemente las opciones. Esto es lo que se entiende por interpretación gramatical-histórico. Y puesto que el propósito de la Escritura es la revelación, debemos esperar que Dios no estaría en el hábito de ofuscar ese significado.
Debido a la singularidad de las Escrituras como una unidad infalible, también tenemos otra herramienta interpretativa a nuestra disposición, a saber. la analogia fidei, o la analogía de la fe (a veces llamada la analogia scriptura o la analogía de la Escritura). Con esto queremos decir que las opciones de interpretación para un texto dado se pueden clasificar como probable, posible, improbable o imposible no sólo en vista de lo factores lingüísticos, sino también teniendo en cuenta factores teológicos. Así, por ejemplo, cuando Pablo dice que “el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28) y Santiago que “el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe.” (Santiago 2: 24), sabemos que ciertas interpretaciones lingüísticamente posibles de este par de textos no son teológicamente posibles.
Pero si bien hay que reconocer la conveniencia de las apelaciones a la analogia fidei, también debemos ser muy conscientes de la susceptibilidad de este principio a los abusos. En concreto, mientras que la analogia fidei puede ayudar a reducir el número de opciones lingüísticas durante el curso de la exégesis, no puede crear nuevas opciones lingüísticas que el autor evidentemente nunca pretendió. Así, por ejemplo, después de que Dios aclara largamente y con especificidad inequívoca de que la simiente biológica de Abram sería eternamente abundante (Gen 15:2-5), no es posible que un intérprete moderno permita que esta denotación explícita desaparezca en favor de una "mayor semilla" y un "Gran Israel" que Abram no tenía en cuenta en esta ocasión histórica particular. Del mismo modo, después de que Dios invita a Abram a dar paso a través de la tierra de la promesa para establecer su longitud precisa, anchura y contornos (Gen 13:17), no es posible que esta denotación explícita desaparezca en favor de una "mayor tierra" que Abram no tenía en cuenta en esta ocasión histórica en particular. Del mismo modo, cuando los profetas dedican decenas de capítulos de júbilo sobre bendiciones milenarias que son geológicas, zoológicas, meteorológicas, agrícolas, médicas, políticas, sociológicas, etc., no es posible para el lector moderno darle u nuevo significado a estas bendiciones como meramente espirituales.
Interpretar la Escritura, de tal manera que se le de un nuevo significado las palabras de un autor sin su permiso, y por lo tanto desterrar a ese autor de sus propias palabras. Y esto simplemente no puede ocurrir en cualquier teoría sostenible de idioma.
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