Una Palabra a los que Predican la Palabra
Por Tim Challies
Ha pasado un par de meses desde que tuve el privilegio de predicar, y estoy deseando entrar en el púlpito de nuevo en un par de semanas a partir de ahora. Siempre es un gozo y siempre una gran responsabilidad. Al leer los comentarios de Kent Hughes sobre Isaías fui cuestionado por su “Palabra a los que Predican la Palabra”-su prólogo a la serie de comentarios Que Prediques la Palabra para la cual el se desempeña como editor general. Es una poderosa meditación sobre el deleite de Dios en la predicación.
Hay momentos en que estoy predicando en que he percibido especialmente el deleite de Dios. Por lo general tengo conocimiento de ello a través del silencio poco natural. La tos siempre presente cesa y las bancas de la iglesia dejan de crujir, rayendo un silencio casi físico al santuario a través de mis palabras, que navegan como si fueran flechas. Yo experimento una elocuencia mayor, por lo que la cadencia y el volumen de mi voz intensifican la verdad que estoy predicando.
No hay nada como eso –el Espíritu Santo llenando una vela, el sentido de su deleite, y la conciencia de que algo está ocurriendo entre los propios oyentes. Esta experiencia, por supuesto, no es única, porque miles de predicadores tienen experiencias similares, incluso los mayores.
¿Qué ha ocurrido cuando este se lleva a cabo? ¿Cómo podemos explicar esta sensación de su sonrisa? La respuesta para mí ha venido de las antiguas categorías retóricas de logos, ethos y pathos.
La primera razón de su sonrisa es el Logos, en cuanto a la predicación, la Palabra de Dios. Esto significa que en tanto estemos ante el pueblo de Dios para proclamar su Palabra, hemos hecho nuestra labor. Hemos hecho exégesis del pasaje, extraído el significado de sus palabras en su contexto, y aplicado principios hermenéuticos sanos en la interpretación del texto para que podamos entender lo que sus palabras significaron para sus oyentes. Y eso significa que hemos trabajado mucho hasta que podamos expresarlo en una frase lo que el tema del texto es para que nuestro bosquejo surja del texto. A continuación, nuestra preparación será tal que, en tanto nosotros predicamos, no vamos a estar predicando nuestros propios pensamientos acerca de la Palabra de Dios, sino la Palabra verdadera de Dios, sus logos. Esto es fundamental para complacerlo en la predicación.
El segundo elemento en conocer la sonrisa de Dios en la predicación es éthos-lo que eres como persona. Hay un peligro endémico de la predicación, que es tener las manos y el corazón cauterizados por las cosas santas. Phillips Brooks lo ilustra por la analogía de un conductor de tren que llega a creer que él ha estado en los lugares en los que anuncia a causa de su alto y fuerte anuncio de ellos. Y es por eso que Brooks insistió en que la predicación debe ser “la interposición de la verdad a través de la personalidad.” A pesar de que nunca perfectamente podemos encarnar la verdad que predicamos, debemos estar sujetos a ella, desearla, y hacerla una parte tan importante de nuestra ethos como sea posible. Como el puritano William Ames dijo, “Al lado de las Escrituras, nada hace que un sermón más para traspasar, que cuando sale del afecto interior del corazón sin ningún tipo de afectación [pretensión].” Cuando el ethos del predicador respalda su logos, este será el deleite de Dios.
Por último, esta pathos —pasión personal y convicción. David Hume, el filósofo escocés y escéptico, que una vez fue cuestionado como se le vio ir a escuchar predicar a George Whitefield: “Pensé que no creías en el evangelio” Hume respondió: “No lo creo, pero él si.” ¡Sólo así! Cuando un predicador cree lo que predica, habrá pasión. Y esta fe y pasión necesaria conocerá la sonrisa de Dios.
El deleite de Dios es una cuestión de logos (la Palabra), ethos (lo que eres), y pathos (tu pasión). A medida que predicas la Palabra puedes experimentar su sonrisa –el Espíritu Santo en tus velas!
R. Kent Hughes
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