Cómo Derrotar el Pecado
Por Wyatt Graham
La verdad es que todos pecamos. Pero también es cierto que tenemos el poder para vencer el pecado. Considere el argumento de Pablo en Romanos 6. Él nos dice que hemos muerto al pecado (Romanos 6:2) y que el cuerpo del pecado ha sido reducido a la nada (Romanos 6:6). Sostiene, además, que somos libres del pecado (Rom 6:7) y que el pecado no tendrá dominio sobre nuestros cuerpos (Rom. 6:14). Esto ocurrió, dice Pablo, cuando creímos en Cristo. Por lo tanto, nosotros morimos con él en una muerte como la suya y resucitados en una resurrección como la suya (Romanos 6:3-5). En pocas palabras, el pecado murió cuando usted creyó.
Sin embargo, nadie está libre de pecado (1 Juan 1:10; cf Rom 7). Cabe destacar que vivimos con el poder para vencer el pecado y aun peleamos diariamente con el pecado. La tensión entre estos dos principios opuestos no va a desaparecer de este lado de la eternidad. El pecado y el poder para vencer por medio del Espíritu (Rom 8:4) describen toda nuestra vida dual. Esta tela áspera del pecado frota contra nuestra carne, creando todo tipo malestar y dolor. Al mismo tiempo, la suave seda de la santidad es un bálsamo y refrigerio para nosotros. Llevamos una prenda cosida con ambos lienzos, aunque nosotros, los creyentes verdaderos sólo deseamos el vestido de la santidad.
Es a causa de esta tensión que los creyentes deben aprender a derrotar el pecado. Después de todo, si tenemos el poder para vencer el pecado, es mejor aprender a usar ese poder. Una razón importante por la que nuestra lucha contra el pecado parece impotente es porque tenemos puntos de vista erróneos de la santificación. Hay alrededor de cuatro maneras en que la gente trata de derrotar el pecado. Los primeros tres formas de pecado inconscientemente tejen nuestros abrigos, mientras que la última forma permite a los creyentes vestir el abrigo de la santidad. Para ser claro, no estoy abogando por una vida sin pecado antes de que Cristo regrese, sino que estoy defendiendo que a través del Espíritu podemos hacer morir las obras de la carne (Rom 8:13).
El Cazador de Pecado
La primera forma en que tratamos de llegar al olvido del pecado es mediante la creación de metas específicas espirituales para vencer los pecados intratables. Nos damos cuenta de que caemos en enojo con facilidad, por lo que creamos un programa que adormece nuestra ira. Citamos un proverbio, nos imaginamos una imagen tranquilizadora, y nos sentimos satisfechos cuando tenemos éxito. O, tal vez, tenemos un problema con la lujuria, por lo que bloqueamos nuestros exploradores de Internet, y creamos una gran cantidad de otras medidas para evitar el pecado. Creamos estas normas axiomáticas que de ninguna manera transgrediremos. Tomamos y elegimos los grandes pecados de nuestra vida y proclamamos: “El Balrog de los chismes no permanecerá!”
Todo el tiempo nos escapa el hecho de que todo lo que hemos hecho es crear un conjunto de leyes que nos separara de la presencia de Dios. Si el Antiguo Testamento nos ha enseñado algo, es que la ley separa a los creyentes de la presencia de Dios. En lugar de encontrarse con Dios en el monte de Sinaí, Israel corrió y exigió que Moisés mediara la presencia de Dios para ellos (Ex 20:19). No sólo Moisés separa a Dios de Israel, sino el sacerdocio también comenzó a ayudar a Moisés en la mediación de la presencia de Dios con ellos (Ex 24:1). Añadido a todo esto, un complejo sistema de leyes y rituales de pureza separa a la gente de la presencia de Dios (por ejemplo, Lev 1-7). Si bien esas leyes de gracia protegieron a Israel de caer en el pecado, todo el sistema por diseño creó una distancia entre Israel y Dios.
Del mismo modo, cuando señalamos pecados y creamos un sistema complejo por lo cual nosotros tratamos de vencerlo, nosotros creamos la ley. Como la ley por necesidad separa a Israel de la presencia de Dios, así también nos separamos de Dios cuando tratamos de vencer el pecado de esta manera. Nos sentimos vacíos y secos, y en paz. Vencemos la ira, claro, pero nos sentimos separados de Dios. A diferencia de Israel, cada creyente hoy en día tiene libre acceso a Dios por medio de Jesucristo (1 Timoteo 2:5). Así que podemos acercarnos audazmente al trono de la gracia (Hebreos 4:16).
Lo que hace que combatamos el pecado aun mas mortalmente es que a menudo nos centramos en un pecado en perjuicio de nuestra lucha en contra de todos los demás pecados. Si la ira es nuestro problema, combatimos ese vicio mediante la creación de un sistema para erradicarlo totalmente mientras que luchamos por la lujuria. Nótese bien, la Escritura nos dice que no debemos enfocar y atacar un pecado a la vez sino hacer frente a todos los pecados en todo momento. “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal..” dice Pablo (cf. Rom 6:12). Él no dice: “que no haya un pecado en particular que ya no reine en su cuerpo.”
En resumen, las leyes / reglas bien intencionadas a menudo puede llegar a separarnos de Dios. Cuando tratamos de construir una sola muralla contra la pared del pecado, nos enfocamos tanto en el que echamos de menos la contraofensiva lanzada contra nuestras defensas Otros pecados sigilosamente y poseen nuestras almas, que se suma a la sensación de vacío y falta de vida espiritual que nuestra ley creada ya ha añadido.
La amargura prevalece y aún no sabemos por qué. Yo he vencido la ira / lujuria / chismes / etc. esta semana, así que ¿por qué estoy tan amargado y vacío? Respuesta: porque has creado métodos o leyes y te has olvidado de luchar contra todo pecado en todo momento.
Déjelo Ir y Déjelo a Dios
La segunda manera en que intentamos de caer en pecado es a través de renunciar a la esperanza de que Dios se hará cargo. Cuando nos damos cuenta de que sólo hemos logrado mortificar pecados en sólo unas pocas áreas, pero hemos fracasado en muchos otros lugares, nos deprimimos. Suspiramos sobre el hecho de que no podemos lograr nuestras metas espirituales para la semana, mes o año. “Trabajamos durante tanto tiempo, ¿qué pasó?” Pensamos. “¿Por qué me siento tan espiritualmente seco?”, reflexionamos. Pronto empezamos a sospechar que el problema es que hemos tratado de combatir el pecado en nuestro propio poder, y tendremos razón.
“Tal vez”, razonamos, “si yo simplemente lo dejo ir y se lo dejo a Dios gano la batalla por nosotros, vamos a estar bien.” Pero la batalla es agotador, el pecado crece, y nos sentimos solos. Por lo tanto, nos desprendemos de nuestro esfuerzo y dejamos que Dios lo haga por nosotros. Mientras que nuestro corazón puede estar en lo cierto en muchos aspectos, lo que a menudo equivale a esto es darnos por vencidos en la lucha contra el pecado, porque estamos desanimados.
El mayor problema con este “método” para combatir el pecado es que Dios no quiere a su pueblo viva de esta manera. Él desea que usted se “ocup[e] en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12-13). La santificación involucra tanto a nosotros como Dios. Él quiere que derrotemos el pecado a través de nuestros esfuerzos con su Espíritu obrando a través de nosotros. En otra parte, Pablo escribe: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis” (Romanos 8:13). Es el Espíritu quien nos da el poder para vencer el pecado a través de nuestros esfuerzos.
Por desgracia, cuando nos sentimos vacíos porque la ley y los pecados ocultos nos separan de la presencia de Dios, nos damos por vencidos. Nosotros simplemente nos detenemos, pensando que darse por vencido y dejar que Dios se encargue de nuestro pecado es lo correcto. Al final, no es así como Dios nos ha llamado a vivir. Dios nos llama a luchar contra el pecado por medio de su Espíritu. Darse por vencido no es simplemente una opción.
La Lista de Ejecución
Una tercera manera en que tratamos de romper el pecado es a través de la creación de un itinerario detallado de los pecados para morir y virtudes a cultivar, y a menudo tenemos éxito cuando hacemos esto. Dejamos airarnos, chismear, y nos ponemos a hablar con nuestros vecinos más. “Hey, nos hemos topado con un paso en nuestra vida espiritual,” nos observamos a nosotros mismos. En ocasiones, no somos capaces de hacer lo que tenemos que hacer de acuerdo con nuestras normas, y nos precipitamos en la depresión. Pero lo superamos. Y muy pronto empezamos a ir por nuestro camino, teniendo éxito en nuestro apasionado triunfo sobre el pecado, o eso creemos.
Como nos sentimos bien sobre el cumplimiento de nuestras metas espirituales, podemos comenzar a sentirnos algo satisfechos en nuestra lucha porque lo hemos comprobado en nuestra lista semanal de santidad. Pronto nos juzgamos a nosotros mismos y a los demás por nuestra lista de lo que es “correcto” y “malo.” Puede ser una lista correcta pero sin duda algunas cosas en ella son culturalmente derivadas o simplemente normas externas. Podríamos haber hecho como John Owen escribió una vez, “imponer el yugo de una auto-mortificación (matando) sobre nuestros cuellos [el nuestro y de los demás], que ni nosotros ni [nuestros] antepasados cuenca fueron capaces de llevar”(Owen, 7). Pronto empezamos a evaluar las condiciones de los demás sobre la base espiritual de nuestra “lista de ejecución” o “itinerario de los pecados.”
Esto se llama legalismo, y sucede cuando miramos de arriba abajo a las personas que no cumplen el mismo objetivo espiritual que tenemos. Miramos hacia abajo a los que llegan tarde a la iglesia o no visten bien. Miramos hacia abajo sobre los que sentimos que llevan su libertad en Cristo demasiado lejos. Miramos hacia abajo sobre aquellos debido a su postura teológica. Todo esto puede equivaler a legalismo, y así nos sumergimos en pecados, aunque creemos que estamos flotando en la superficie del agua.
Esta lista ejecución-santificación adolece del problema de tener una descomunal viga perforando su ojo, mientras que juzga otros que tienen paja en los ojos (cf. Mt. 7:3-5). Al mismo tiempo, también sufre de una forma de legalismo que cree que al crear y llevar a cabo una larga lista de pecados semanalmente le hará un santo.
La lucha contra TODO pecado en TODO momento por la técnica del Espíritu
Cazar pecados individuales, abandonando la lucha, y escribir listas enciclopédicas no se logrará la meta. Cada técnica pierde la marca. Al centrarse en un pecado, se crea una larga lista de reglas (o leyes) para luchar contra un pecado y pasa por alto cientos de otros pecados corriendo por la puerta trasera. Al darnos por vencidos, simplemente desobedecemos al Señor en nuestra lucha contra el pecado. Por último, a través de la creación de un libro mayor de cuerno de la abundancia de pecado, sufrimos de legalismo y la falsa seguridad que obtenemos de estimarnos a nosotros mismos como “santo.”
El cuarto, y creo que la forma en que Dios quiere para nosotros que derrotemos el pecado, es luchando contra todo pecado en todo momento por medio de confiar en el Espíritu. Cuando Pablo dice que el pecado ya no nos domina, lo dice en serio. Y la razón de que esto es verdad es porque el Espíritu es la fuente de poder para nuestro cambio (Romanos 8:13).
En la práctica, esto significa que aceptamos que algunos pecados tienen una mayor presencia en nuestra vida. Tomamos nota de nuestras debilidades y somos conscientes de ellas. Pero no sobre-enfocamos y así hay olvidamos que peleamos contra todo pecado. Esto significa que nunca nos rendimos –ni siquiera soñar con ello. Esto significa que quemamos nuestros paginas de longitud titánica de pecados con los que luchamos y vencemos/fallamos semanalmente. En su lugar, nos damos cuenta de que tenemos que luchar contra todo pecado y sumergirnos, a la vez que confiamos en el Espíritu de Dios para que nos cambie.
No tenemos que deprimirnos cuando fallamos en una zona a menudo, esto se debe a que no nos hemos centrado excesivamente en este pecado y por lo tanto nos sentimos abrumados por defecto en lo que creemos que es “el” único pecado que debemos enfrentar. Nosotros no creamos leyes para luchar contra este pecado, separándonos de Dios. En su lugar, tenemos la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento y el sentimiento de intimidad con el Señor.
No nos limitamos a darnos por vencidos, porque confiamos en que Dios realmente está y nos cambiará de un nivel de gloria a otro. Esto no es una promesa vacía. Por lo tanto, nos esforzamos por ocuparnos por nuestra salvación con temor y temblor.
Nos detenemos con el legalismo. Nos damos cuenta de que no importa cuán “bien” lo llevemos a cabo una semana, hemos pecado de mil maneras que no hemos reconocido. Dejamos de juzgar a la gente por los estándares artificiales de justicia que creamos. En su lugar, aprendemos a enfocarnos en nuestra relación con el Señor por mediación de su Escritura y la oración. A través de este medio el Espíritu nos cambiará.
En resumen, el direccionar el pecado no es tanto una cuestión de métodos o técnicas, sino más bien se trata de un reconocimiento de nuestro pecado todos los días con la esperanza de la renovación diaria por el Espíritu. Es una batalla constante y vigilante contra toda forma de pecado, en todo momento, teniendo en cuenta las deficiencias de las líneas y tomando animo en las victorias. Y nunca se da por vencido hasta que el día del Señor nos lleve a casa
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