Hermanos, no Somos Estrellas de Rock
Por Travis Allen
Todo el mundo quiere un pedazo de la lista de inscriptos de hoy. Son buscados por los editores de libros, organizadores de congresos y admiradores de todo el mundo. En ciertos círculos, algunos de ellos tienen problemas para moverse sin ser vistos.
Sólo para ser claro, no estoy hablando de Hollywood, Nashville, o Washington, DC, estoy hablando del lugar más feliz sobre la tierra: Evangelicalandia. Y para ser aún más acentuado, no estoy hablando de los herejes ó charlatanes del “evangelio de la prosperidad”. Estoy hablando de respetables líderes cristianos –como John Piper, RC Sproul, y John MacArthur.
Es por eso que estaba tan atraído por el panel de discusión en este año, junto a la conferencia de Together for the Gospel sobre el tema de los pastores de celebridad. Fue alentador escuchar a hombres bien dotados, con una amplia influencia, que no piensan de sí mismos como celebridades. Y no quieren que el resto de nosotros piensen en ellos de esa manera tampoco. Hombres célebres, dirigiendo ministerios célebres, denunciando el estatus de celebridad. Eso sí que es algo para celebrar.
Los hombres de ese panel uniformemente reconocieron el desafío del ministerio cristiano en nuestra cultura de la celebridad. Actores y deportistas, políticos y músicos, divas y dopados –que a menudo son los productores de de las tonterías más estúpidas populares que dominan nuestros medios hoy. Nos sirven un flujo constante de ese tipo de ideas simplistas. Se infiltran nuestros sentidos visuales y auditivos a través de todos los medios, inundando nuestras mentes.
La pregunta es, ¿qué deberían hacer los cristianos al respecto?
En primer lugar, los cristianos no deben celebrar a sus líderes como el mundo celebra sus semidioses. Ese tipo de pensamiento es carnal, mundano e impío. Ese tipo de pensamiento divide a los cristianos –no los une– ya que resta valor a la gloria que pertenece sólo a Cristo.
Pablo reprendió a los corintios para eso mismo en 1 Corintios 1-4. “Entonces, ¿qué es Apolos? ¿Y qué es Pablo? Servidores por medio de los cuales habéis creído...” (1 Cor. 3:5, énfasis mío). Si Pablo no murió por los Corintios (1:13), entonces no tiene tampoco a ningún que haya muero por los elegidos: los miembros de la iglesia de Cristo.
Pablo dijo: “Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.” (1 Cor. 4:1, énfasis mío). Como tal, deberían agradecer por servirnos la comida del Maestro, incluso pueden ser honrados por traerla fielmente, semana tras semana, sin que se derrame en el suelo. Pero nunca deben ser adorados o adoradas de ninguna manera. Ese tipo de adulación pertenece a nuestro Dios trino, y a El solamente.
Hoy en día la iglesia evangélica de América tiene que poseer ese reproche. La amonestación de Pablo a los Corintios es la advertencia del Espíritu para nosotros. Tenemos que examinarnos a nosotros mismos para ver si hemos estado cometiendo el pecado de admirar a los siervos de Cristo más que a Cristo. Si es así, debemos confesarlo, arrepentirnos y adorar solamente a Dios.
Al mismo tiempo, los ministros cristianos asumen parte de la culpa. Los pastores tienen la responsabilidad dada por Dios de observar a sus ovejas, para reconocer y evitar los peligros inherentes en el terreno. En nuestro entorno, en nuestros días, es un deber pastoral desviar la atención de la gente desde la vasija hasta el tesoro que contiene (cf. 2 Cor. 4:7).
Eso es exactamente por que Pablo dijo lo que dijo en 1 Corintios 1-4. Relató a los Corintios que tan intencionadamente estaba contra la cultura en su ministerio. “Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimonio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabiduría… Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (2:1, 3, 4).
Las estrellas de rock de la época de Pablo fueron llamados sofistas, oradores con las lenguas de plata. Manejaban gran habilidad oratoria como expertos en la retórica y el debate. Eran ingeniosos y encantadores, y podrían influir en el público con facilidad. Los Sofistas recorrieron el circuito de conferencias (no muy diferente de algunas de nuestras propias celebridades), atrayendo a multitudes enormes, deslumbrando e impresionando a la plebe con cera elocuente sobre cualquier tema, ascendiendo hacia alturas esotéricas o haciendo, incluso que los temas mundanos sonaran absolutamente sublimes. En un día sin medios de comunicación –radio, televisión, Internet– los sofistas lo eran.
Contrariamente al sentido común, Pablo quería ser más diferente de los sofistas como sea posible. ¿En qué estaba pensando? ¿No quería Pablo atraer a grandes multitudes? ¿No deseaba ver a un gran número, enjambres de personas, que viniesen a Cristo?
No es que Pablo no estaba preocupado acerca de los resultados. De hecho, estaba tan preocupado por los resultados que él escogió subvertir las expectativas culturales. No darle al pueblo lo que ellos querían, en cambio, él les dio lo que necesitaban: una proclamación fiel del mensaje del evangelio. Pablo proclamó “el testimonio de Dios” a los Corintios, determinando “no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” (2:1, 2). El quiso salir del camino, para darle a los Corintios una “demostración de Espíritu y de poder” en el anuncio claro y sencillo del evangelio, para que su “fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (vv. 4, 5).
¿Y por qué Pablo actuó así? Debido a que la sabiduría de los hombres condena a los hombres. Es sólo el poder de Dios en el Evangelio que los salva.
Ningún cristiano verdadero intencionadamente se propone sostener y adorar a un pastor famoso. Y ningún pastor fiel, celebrado o despreciado, quiere a su congregación le rinda adoración tampoco. Que cualquier persona incluso caiga en la tentación de elevarlo es un pensamiento aterrador.
Pero el peligro está con nosotros en todo momento, en todas las culturas. Desde Corinto hasta los Estados Unidos, desde el primer siglo hasta el 21, todas las culturas son culturas de celebridades, con tendencia a adorar a sus héroes de la guitarra y estrellas de rock. Es el peligro de la idolatría que se esconde en cada corazón humano. Incluso el anciano apóstol Juan era susceptible a la elevación de la criatura por encima del Creador.
“Y cuando oí y vi, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostró estas cosas. Y me dijo: No hagas eso; yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios.” (Apocalipsis 22:8-9)
Conociendo el peligro que se esconde dentro de nuestros corazones –especialmente los insidiosos propios de la cultura norteamericana, con las tentaciones incesantes proporcionados por los medios de comunicación moderna –es nuestro deber como cristianos, pastor y congregación por igual, a obedecer la orden del ángel:
“Adora a Dios.” Y adórale solo a El.
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