El Libro Mayor
Por Tim Challies
Cerca del centro de toda religión existe un libro mayor. Todas las religiones lo reconocen, en un nivel u otro, que la gente hace cosas buenas y cosas malas, y todas las religiones entonces, mantienen un recuento, en el supuesto de que algún día llegará el juicio final. Todas las religiones esperan eso en el día de rendir cuentas, el día de la auditoría, la buena voluntad o la superan en número superan a los malos. Hay esperanza para aquellos que vienen a ese día con un superávit y no hay esperanza para aquellos que vienen con un déficit.
El Islam reconoce el pecado –las obras que contradicen la voluntad de Alá– y llaman a sus seguidores a hacer el bien para superar los malo. Las buenas obras son el arrepentimiento, la oración y ciertos actos de caridad y bondad. Cada uno de ellos van en el libro como créditos destinados a equilibrar los egresos.
El judaísmo reconoce el pecado –violaciones a los mandamientos de Dios– y pide a sus seguidores hacer expiación, la reparación de la relación con Dios, a través de la buena labor de arrepentimiento, a través de la corrección de los daños causados a otra persona, a través de la oración y la devoción. Cada uno de ellos es una entrada al libro mayor que puede ser superior al saldo rojo.
El budismo reconoce el pecado, o algo parecido, y hace un llamamiento a sus partidarios a evitarlo en favor de algo más elevado y mejor. Las malas acciones traen el mal karma que deben ser compensadas por las buenas obras que dan lugar a un buen karma. Cuando la contabilidad viene, el bien debe superar el mal, o el destino no será amable.
El hinduismo reconoce los hechos que nos llevan hacia y las obras que nos alejan, aunque un hindú dudaría en calificar tales hechos como pecado. Sin embargo, hace un llamamiento a sus seguidores a arrepentirse de lo que han hecho que es malo y restablecer la paridad con el arrepentimiento o los actos de contrición.
El catolicismo romano, no reconoce el pecado –actúa de acuerdo con la razón informada por la Divina ley– y pide a su pueblo estar bien con Dios principalmente por la gracia otorgada a través del uso de los sacramentos como el bautismo. Los grandes pecados, conocidos como los pecados mortales, destruyen la gracia de la justificación que luego debe ser restaurada a través de la penitencia y las obras de satisfacción. Aunque el catolicismo reconoce la importancia de la gracia y la fe, todavía demanda obras, acciones meritorias, que pueden ayudar a restablecer el equilibrio.
El cristianismo, el cristianismo de la Biblia, reconoce el pecado –actos que transgreden o no coinciden plenamente con la voluntad revelada de Dios– y pide a sus seguidores evitar el pecado por completo. Hay un libro en la fe cristiana, pero un libro único. Este libro no permite el equilibrio. En el momento en que hay una marca roja, el momento en que se introduce algún pecado en el balance general, los libros se cierran. El bautismo no tiene méritos, la penitencia y la confesión no tiene méritos; las buenas obras no llevan un buen karma y ningún mérito ante los ojos de Dios. El balance no puede ser restaurado por una acción humana.
¿Qué puede hacerse? La respuesta es sencilla: el registro debe ser resuelto por otra persona. El mérito no puede ser intrínseco, por lo que debe ser extrínseco. Y aquí es donde debemos mirar a Cristo en la fe, la fe que reconoce que los méritos de Cristo pueden –han sido– aplicarse a nosotros y una fe que es en sí misma un don de Dios. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe. Y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). La deuda se cancela, se paga, exclusivamente y eternamente por la obra de Jesucristo.
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