¡Si Solamente Hubiese Sido Salvado Por Mérito!
Por Tim Challies
Una de las tareas más difíciles para cada cristiano es creer profundamente y recordar para siempre que hemos sido salvados por la gracia. Este es un desafío para toda la vida, porque nuestra tendencia natural es siempre volver al mérito, asumir que hemos sido salvados por algo que somos, algo que tenemos o algo que hemos logrado. La gracia – el favor inmerecido – es demasiado para nuestras mentes pecadoras aceptar y para que nuestros corazones pecaminosos abracen. La razón por la que necesitamos escuchar el evangelio una y otra vez es recalibrarnos a nosotros mismos de acuerdo a la verdad: “Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios.” (Efesios 2:8). Tal vez valga la pena el reto de preguntar esto: ¿Cómo viviría si hubiera sido salvo por el mérito y no por la gracia?
Si hubiera sido salvo por mérito, podría estar orgulloso de mí mismo. Podría estar orgulloso y tal vez incluso presumido porque al menos en algún grado mi salvación habría dependido de mí. Hubiera tenido su génesis en algún lugar dentro, en algún pequeño vislumbre de la gracia o del destello de la bondad. Tendría razón para alardear como el dueño de algo que llamó la atención de Dios y mereció el favor de Dios. Pero puesto que soy salvo por la gracia, sólo puedo ser humilde, reconocer que no he hecho absolutamente nada para hacerme digno, y que todo lo que he recibido ha estado aparte de mis esfuerzos, aparte de mis acciones, e incluso aparte de mis deseos. “El que se gloria, que se gloríe en el Señor.” (1 Corintios 1:31).
Si hubiera sido salvo por mérito, podría compararme favorablemente con los demás. Si yo hubiera ganado la salvación en base a algún pequeño rastro interno de bondad, podría compararme con los demás para preguntarme por qué no han sido salvados. ¿Tengo alguna bondad intrínseca en mí que ellos no tienen? ¿O estoy suficientemente motivado para identificar y ejercitar esa poca de bondad? De todos modos, podría compararme a ellos y ganar la comparación. Podría separarme de la masa de la humanidad.
Pero tal como está, no tengo derecho a compararme a los demás y si lo hago, solo veré una mayor evidencia de mi profunda pecaminosidad. Todos somos totalmente depravados, todos igualmente indefensos al pie de la cruz, porque "todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios" (Romanos 3:23).
Si hubiera sido salvo por mérito, podría exigir el mérito de otros. Si hubiera merecido el favor de Dios, sería una prueba de que existimos dentro de un mundo de méritos, un mundo en el que las cosas buenas son dispensadas a aquellos que las merecen según las cosas que son, las cosas que han logrado o tal vez incluso las cosas que han prometido hacer o convertirse. Podría entonces hacer esta exigencia de los demás, que así como yo merecía el favor de Dios, deben merecer mi favor. Podría extender el amor y el respeto sólo a los pocos que se demuestran dignos de ello. Pero vivo en un mundo de gracia y he sido salvo sólo porque Dios eligió extender su gracia hacia mí. Por lo tanto, estoy obligado a extender la gracia a otros. ¿Cómo podría yo retener lo mismo que se me ha dado? “Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. “¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?” (Mateo 18: 32-33).
Si hubiera sido salvado por mérito, podría hacer demandas. Si hubiera ganado mi salvación, podría negociar con Dios para obtener más favores, más privilegios y más beneficios. Podría mantener mi lista de logros y exigir una compensación justa. Podría comparar lo que se ha dado a otros y argumentar por qué soy merecedor de todo lo que Dios les ha dado y más además. Pero puesto que la salvación es un regalo, puedo recibir gozosamente incluso el beneficio más pequeño y el privilegio más bajo como regalo más que como un salario. Puedo saber que incluso el pedazo más pequeño de favor es mucho más de lo que merezco y puedo estar contento con sólo eso. “Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos” (1 Timoteo 6:8).
Una de las tareas más difíciles para cada cristiano es creer profundamente y recordar para siempre que hemos sido salvados por la gracia. Una de las disciplinas más dulces para cada cristiano es meditar en la gracia que Dios extiende a los indignos. Esta es la gracia en la que vivimos, la gracia sobre la que estamos. “Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:1-2).
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