Cómo Ofender una Habitación Llena de Calvinistas
Por Tim Challies
¿Quiere saber cómo hacer enojar a un calvinista? ¿Quiere saber cómo ofender toda una habitación llena de ellos? Sólo tiene que traer la antigua premisa acerca de la teología reformada siendo incompatible con el evangelismo. Todos hemos oído eso, todos lo hemos leído, todos lo hemos rechazado.
Se dice en la calle, sin embargo, que los calvinistas hacen evangelistas pobres. Muchas personas están firmemente convencidos de que hay una falla muy arraigada incrustada dentro de la teología reformada que socava el fervor evangelístico. La mayoría le echan la culpa a la predestinación. Después de todo, si Dios ya ha decidido quién será salvo, niega al menos parte de nuestra responsabilidad personal en llamar a la gente a responder al evangelio. O tal vez es sólo el sentido teológico de apertura que nos ata en pequeñas disputas y distinciones matizadas en vez de liberarnos para levantarnos, salir y ocuparnos en la misión.
Nos gusta responder a esta acusación con hechos. Nos vamos a la Biblia para demostrar que la soberanía de Dios no es el rapé que extingue la brasa del fervor evangelístico, sino la chispa que hace que estalle en llamas. Vamos a las páginas de la Escritura para demostrar que la soberanía de Dios y la responsabilidad humana no son incompatibles, sino que la gente realmente es tanto libre y está atada, que Dios escoge a algunos tanto mientras extiende la libre oferta del evangelio a todos. Nos vamos a la historia para demostrar que los grandes misioneros, grandes predicadores, y grandes de los avivamientos del día pasado eran calvinistas, y que la teología reformada era lo que alimentó su misión.
Esas son respuestas buenas y válidas. Pero, en palabras de Bard, tal vez la dama protesta demasiado. La Biblia y la historia responden a la acusación. ¿Pero lo hacen nuestras vidas? ¿Nuestras iglesias?
Cuando me veo a mí mismo, tengo problemas para encontrar una clara línea que se extiende desde mi teología reformada a un celo evangelístico. Puedo trazar fácilmente una línea de mi teología reformada a mis creencias acerca del celo evangelístico, y puedo ir a la historia y mirar a otros hombres y mujeres trazar una línea a partir de sus creencias acerca de la teología reformada a un celo evangelístico.
Pero en los momentos de honestidad, tengo que apropiármelo: Mi vida no lo manifiesta consistentemente. Con demasiada frecuencia, yo soy el cliché. Tengo la teoría. Tengo los hechos. Tengo la historia. Pero yo no tengo el celo. No muy a menudo, de todos modos. No lo suficiente.
Sólo hay muchas veces en las que puedo apuntar a Jonathan Edwards, George Whitefield y el Gran Avivamiento, o William Carey y el gran movimiento misionero del siglo XIX, o Charles Spurgeon y los incontables miles de salvados bajo su ministerio. Tarde o temprano tengo que dejar de mirar a mis héroes y mirarme a mí mismo. No puedo afirmar su celo como mío. No puedo afirmar su obediencia como mía.
Es mi convicción – una convicción arraigada al estrecho estudio de la Palabra de Dios – que el calvinismo ofrece una motivación que conmueve el alma hacia el evangelismo, y que compartir el Evangelio libremente y con gran celo es la aplicación más natural de la verdad bíblica. Pero es mi confesión -una confesión arraigada en la evidencia de mi propia vida – que mi calvinismo demasiado rara vez despierta a mi alma hacia la misión. Las verdades que han rugido en los corazones y las vidas de tantos otros, de alguna manera sólo susurran en mí. La culpa, estoy convencido, no es con la Palabra de Dios, o incluso con mi comprensión de la Palabra de Dios; la culpa es conmigo.
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