Ni Siquiera Hemos Oído Si Hay un Espíritu Santo
Por Tim Challies
Es una pequeña historia divertida que sólo pudo haber ocurrido durante los primeros días de la iglesia. Pablo ha estado en uno de sus viajes misioneros y, mientras viaja por Asia Menor, tropieza con un pequeño grupo de creyentes. Pero hay algo inusual en ellos, algo que falta. He aquí cómo Lucas lo describe:
1 Y aconteció que mientras Apolos estaba en Corinto, Pablo, habiendo recorrido las regiones superiores, llegó a Éfeso y encontró a algunos discípulos, 2 y les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le respondieron: No, ni siquiera hemos oído si hay un Espíritu Santo. 3 Entonces él dijo: ¿En qué bautismo, pues, fuisteis bautizados? Ellos contestaron: En el bautismo de Juan. 4 Y Pablo dijo: Juan bautizó con el bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyeran en aquel que vendría después de él, es decir, en Jesús. 5 Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. 6 Y cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban en lenguas y profetizaban. 7 Eran en total unos doce hombres. (Hechos 19: 1-6)
Allí en Éfeso, Pablo se encuentra con un grupo de discípulos. Lo que significa exactamente que son discípulos ha sido objeto de mucho debate. ¿Son estos genuinos creyentes antes del Pentecostés que han confiado en Jesucristo pero aún no han oído hablar del Espíritu Santo? ¿O son discípulos de Juan que simplemente nunca se les ha contado sobre Jesús? Para nuestros propósitos probablemente no importa mucho. Cualquiera que sea el caso, Pablo rápidamente llega a ver que algo no está bien.
Tal vez advierte una conducta que muestra la falta de la santificación que es la obra interior del Espíritu Santo. O tal vez los oye hablar de su fe, pero nunca del Espíritu. De cualquier manera, pronto identifica que su teología está seriamente y es peligrosamente deficiente. Aún no han experimentado la morada del Espíritu. ¿Por qué? Porque nadie se los ha dicho. No han sido instruidos en su venida, en su presencia, en su obra, en su absoluta necesidad para el creyente. Así que Pablo corrige rápidamente este descuido, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Inmediatamente se les concede el don de Espíritu para que hablen en lenguas y profeticen.
El problema con estos discípulos fue fácilmente diagnosticado. Pablo podría haber sido tentado a creer que había tropezado con un nido de endurecidos herejes. Podría haber asumido que estas personas habían rechazado al Espíritu Santo, que se les había contado de él y determinaron que no podían creer en tal Dios. Pero era más simple y mucho más inocente. Ellos eran ignorantes. “No, ni siquiera hemos escuchado si hay un Espíritu Santo."
Me encuentro reflexionando en estas personas mientras considero el estado de la iglesia hoy. He estado escribiendo sobre la necesidad de la sana doctrina y la plaga de los falsos maestros. Veo evidencia creciente de la triste falta de sana doctrina en la iglesia de hoy. Y sospecho que entre muchos cristianos encontraríamos una situación no muy diferente a la que leemos en Hechos.
Si hoy fuéramos a hablar con los cristianos en muchas iglesias y les preguntamos acerca de su teología, podríamos escuchar respuestas como, "Ni siquiera hemos escuchado si hay teología". Muchas de estas personas no han rechazado la sana doctrina; ¡nunca la han escuchado! Muchos nunca han estado expuestos a la misma existencia de la teología, a la realidad de que la fe cristiana está establecida sobre un cuerpo de conocimiento revelado en la Palabra de Dios. A muchos nunca se les ha dicho que Dios mantiene a cada uno de nosotros responsable de saber, creer, enseñar y defender las verdades que revela en su Palabra. A muchos jamás se les ha dicho que todos somos teólogos y que la única pregunta real es si seremos buenos o malos teólogos.
Aquellos discípulos de Éfeso eran víctimas de la ignorancia, pero esto fue fácilmente diagnosticado y fácilmente dirigido. Ellos respondieron con obediencia y humildad, y Dios afirmó su fidelidad no sólo dándoles su Espíritu, sino derramando su Espíritu sobre ellos de maneras milagrosas. De la misma manera, confío en que muchos discípulos de hoy responderán con obediencia y humildad a medida que lleguen a saber que ellos también son víctimas de la ignorancia. Que Dios se complazca en enviar maestros a diagnosticar su ignorancia, a explicar su lamentable falta de teología y, a instruirlos en la sana doctrina que los alentará, los edificará y los preservará hasta el día del regreso de Cristo.
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