Castillo Fuerte
Por Nathan Busenitz
Una Reflexión Posterior al Día de la Reforma.
Fue hace 498 años (y tres días), en octubre de 1517, cuando Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo en Wittenberg, Alemania.
Ese acontecimiento provocó la Reforma Protestante, mientras personas en toda Sajonia y el resto de Europa occidental tomaron una postura en contra de la corrupción y los errores de la medieval Iglesia Católica Romana. En cuanto a Lutero, rápidamente se convirtió en un hombre buscado.
Sólo unos pocos años más tarde, después de una serie de debates y confrontaciones, a Lutero se emitió una bula de excomunión por el papa León X. Fue en junio de 1520. A Lutero se le dio 60 días para retractarse. En su lugar, tomó la copia del decreto papal y la coloco en el centro de Wittenberg y la quemó como una demostración pública de su determinación.
Cuando la noticia llegó a Roma no estaba dispuesto a cambiar sus puntos de vista, Lutero fue denunciado oficialmente por la iglesia católica.
Poco después, el reformador alemán fue convocado para defender sus puntos de vista ante el emperador Carlos V, quien en ese momento era el gobernante más poderoso de Europa.
Debido a que no había separación entre Iglesia y Estado, los gobiernos europeos solían participar directamente en el castigo de los herejes. Lutero sabía que si él iba ser declarado culpable de herejía, y probablemente sería condenado a muerte, así como Juan Huss lo había sido un siglo antes.
El concilio imperial, conocida como la dieta, se reunió en la ciudad de Worms.
Lutero llegó el 16 de abril 1521 y se presentó ante la asamblea el día siguiente a las 4:00 de la tarde. Se presentó una pila de sus libros, y se le preguntó si iba a retractarse de las supuestas herejías que contenían.
Lutero, sabiendo lo que estaba en juego y queriendo de asegurarse de responder de una manera que era a la vez exacta y precisa, pidió más tiempo. Le dieron 24 horas.
Al día siguiente, el 18 de abril de 1521, Lutero declaró audazmente ante el concilio que no iba a retractarse de sus puntos de vista. Famosamente, dijo:
A menos que yo no sea convencido por la Escritura y la simple razón - No acepto la autoridad de los papas y los concilios, porque se han contradicho entre sí - mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo y no voy a retractarme de nada porque ir en contra de la conciencia no es ni justo ni seguro. Dios me ayude. Amén.
Como esas palabras indican, Lutero estaba dispuesto a adoptar una postura audaz, poniendo su vida en la línea de lo que él sabía que era verdad, y hacerlo en presencia del gobernante más poderoso de Europa y ante un sistema religioso corrupto que a menudo respondió a sus detractores quemándolos en la hoguera.
¿Qué fue lo que le dio a Lutero ese tipo de audacia?
La respuesta la encontramos en las palabras de una oración que Lutero oró en la mañana, antes de que comenzara el juicio:
Dios mío, quédate a mi lado en contra de la sabiduría y la razón todo el mundo. No es mía, sino tuya es la causa. Yo preferiría tener días tranquilos y estar fuera de esta confusión. Pero Tuya es, oh Señor, es esta causa. Es justo y eterno. Quédate conmigo, oh Dios verdadero eterno. En ningún hombre yo confío. Quédate conmigo, oh Dios. En el nombre de tu amado Hijo, Jesucristo, quien será mi defensa y refugio, sí, mi castillo fuerte, a través del poder y la fuerza de tu Espíritu Santo. Amén.
Como esas palabras indican, Martin Lutero podían estar delante de un tribunal humano porque era Dios quien estaba junto a él. Él era fuerte en el poder y la fuerza del Espíritu Santo. Su intrepidez vino del hecho de que Jesucristo era su defensa, su refugio, y su castillo fuerte.
Sería varios años más tarde, probablemente en el otoño de 1527, que Lutero escribió su más famoso himno "Castillo Fuerte es Nuestro Dios”, que, por supuesto, hace hincapié en esas mismas verdades.
Ese año en particular, Lutero se puso muy enfermo. Poco tiempo después, la peste llegó a Wittenberg, haciendo que muchos de sus amigos e incluso su hijo se enfermara. Lutero se encontró en un momento de desaliento profundo que rayaba en la desesperación.
Sin embargo, al salir de esa época de adversidad personal grave, Lutero reconoció que Dios no lo había abandonado. Y así, al reflexionar sobre las palabras del Salmo 46:1-3, que pudo declarar,
Castillo fuerte es nuestro Dios,
Defensa y buen escudo.
Con su poder nos librará
En todo trance agudo.
Y luego un par de versos más adelante:
Y si demonios mil están
Prontos a devorarnos,
No temeremos, porque Dios
Sabrá cómo ampararnos.
¡Que muestre su vigor
Satán, y su furor!
Dañarnos no podrá,
Pues condenado es ya
Por la Palabra Santa.Esa palabra del Señor,
Que el mundo no apetece,
Por el Espíritu de Dios
Muy firme permanece.
Nos pueden despojar
De bienes, nombre, hogar,
El cuerpo destruir,
Mas siempre ha de existir
De Dios el Reino eterno. Amén.
Ya sea la dificultad que vino en forma de presión política (de las fuerzas católicas romanas que le buscaban matarlo) o de pruebas personales (como una persistente enfermedad grave), Martín Lutero encontró consuelo y valor al ver a Dios como su refugio y torre de fortaleza.
La misma perspectiva debe ser verdad para nosotros.
Los que conocen al Señor, le aman, y le pertenecen a Él no necesitan temer. Aunque las montañas tiemblen y se derrumben en el mar; aunque reinos suben y caigan; aunque los hombres malvados prosperen; aunque nuestras vidas sean vanidad; y aunque somos vasos frágiles; no tenemos que temer porque nuestra esperanza está en Dios.
Él es nuestra torre de fortaleza; nuestra Roca de defensa; nuestra fortaleza; nuestro refugio seguro en medio del peligro; nuestra guía en medio de la incertidumbre; nuestra ancla en la tormenta; nuestra esperanza de hoy y de mañana; y nuestro amoroso Padre celestial. Nadie nos puede arrebatarnos de sus manos; nada ni nadie puede separarnos de su amor en Cristo Jesús.
Dios está en Su trono. Él está en control. Él es nuestra poderosa fortaleza, y podemos encontrar refugio en Él.
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