Policarpo: Morir Bien
Por Wyatt Graham
Nadie puede escapar de la muerte y el morir, y en un momento todos vamos a tener que considerar lo que significa morir bien. La importancia de morir bien puede resumirse en las palabras venerables del Capitán Kirk, “Se le ha ocurrido a usted que el cómo hacer frente a la muerte es al menos tan importante como la forma en que nos ocupamos de la vida?” Como cristianos, todas las personas deberíamos comprender la importancia de terminar bien. Considere Hebreos 3:14: “Porque somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos firme hasta el fin el principio de nuestra seguridad” Para un creyente, terminar bien es parte de lo que significa ser un partícipes de Cristo.
Por ello, muchos creyentes han considerado no sólo lo que significa morir, sino cómo morir. Aunque pueda sonar como un tema sombrío para considerar, los cristianos a través de los siglos se han preguntado cómo un creyente debe morir.
Habiendo considerado el hecho de que las personas mueren, los puritanos llegaron a la conclusión de que una persona debe tratar de “morir bien.” Al “morir bien,” quieren decir que una persona debe aceptar la muerte con su claridad, sin dejar de ser fieles al Señor. Dado que las definiciones de este tipo a veces pueden sonar hueco, quiero ofrecer a usted un ejemplo concreto y legendario de lo que significa morir bien.
A tal fin, se me ocurre ningún ejemplo mejor que Policarpo. Este pastor del siglo segundo de Esmirna encontró la muerte, de tal manera que puede ser calificado como bien morir. Si usted nunca ha pensado en esto antes, entonces la historia de Policarpo podría ayudarle a considerar lo que significa morir así, firmes en la fe hasta el final.
Durante una época de intensa persecución, muchos cristianos se aferraban a la fe. Los primeros cristianos describen los dolores del martirio de esta manera: “Porque también cuando estaban tan desgarrados por látigos que la estructura interna de su carne era visible hasta las venas internas y arterias, ellos soportaron con tanta paciencia que incluso los espectadores tuvieron piedad y lloraron” (Mart. Pol. 3.2). Los que murieron fielmente al Señor se les concedió una medida de honor y respeto de otros creyentes, y en última instancia del mismo Sñor (Mateo 10:32).
Ante esta forma sórdida de ejecución, Policarpo se mantuvo fiel. De hecho, cuando escuchó por primera vez que los romanos buscaban su vida, “él no estaba preocupado, pero quería permanecer en la ciudad” (Mart. Pol. 5.1). Pero su congregación tenía otras ideas y le rogaron que se ocultara. Y así lo hizo. Durante este tiempo en la clandestinidad, se pasaba días y noches en oración. Un día, se volvió y dijo a sus compañeros: “es necesario que yo sea quemado vivo” (5,2). Poco después fue descubierto.
Aceptando su muerte, cuando la policía irrumpió en su domicilio, se limitó a decir, “Que la voluntad de Dios se haga” (7,1). Los soldados se lo encontraron esperando y sereno. Policarpo se ofreció a alimentar a la policía cansada. ¡Después de todo, habían pasado tanto tiempo tratando de encontrarlo!
El capitán de la policía, Herodes por su nombre, lo llevó ante sus padre Nicetes, y trataron de convencerlo para que se arrepitiese de su fe en Cristo. Ellos dijeron: "¿Qué hay de malo en decir, César es el Señor (Καῖσαρ)?" (8,2). Policarpo respondió con el silencio en un primer momento, y luego dijo que no le convencerían de arrepentirse de Cristo. Después de un tiempo, Herodes y Nicetes (que por cierto no era muy agradable) lo golpearon y lo llevaron al estadio para encontrar la muerte.
En el estadio, Policarpo vio una corona de sangre y un procónsul que disfrutaba el juicio. El procónsul dijo Policarpo que considerara su edad y actuara con responsabilidad. Para alguien de su edad, ¿por qué arriesgarse a muerte por una cosa tan tonta como la fe cristiana? Juramos por el honor de César,” demandó el procónsul, “¡arrepiéntete! y dí: “mueran los impíos” (porque los cristianos negaban a los dioses paganos; 9,2)!. Continuó por un rato de esta manera, finalmente exigió que Policarpo “renegara al Mesías” (9:3).
En esta última amenaza, Policarpo respondió: “Durante ochenta y seis años le he servido y no me ha hecho ninguna injusticia. ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey que me ha salvado” (9,3). Aunque el procónsul continuó amenazando cada vez más, Policarpo no se arrepentía. Pronto después de eso lo ataron a la estaca y lo quemaron vivo, como había esperado Policarpo.
Usted podría preguntarse por qué escribí sobre el morir bien. Después de todo, en América del Norte probablemente no tenemos que preocuparnos de que el gobierno nos está matando simplemente por ser cristianos. Sin embargo, todos tenemos que preocuparnos acerca de cómo morimos, y Policarpo sirve como ejemplo de un hombre que no teme a la muerte, sino que permaneció fiel al Señor hasta el final. ¿Vamos a enfrentar a la muerte del mismo modo, firme en el Señor, confiando al final o vamos a deslizarnos lentamente, arrastrándonos lejos de la fe de nuestro Señor quien nos ha salvado? Policarpo se erige como un ejemplo y un recordatorio de que no sólo tenemos que considerar nuestra vida y nuestra vida después de la muerte, sino también hay que pensar en cómo nos vamos a encontrar con la muerte.
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