Comienza con la Autonegación
Por John MacArthur
4 Y oré al Señor mi Dios e hice confesión y dije: Ay, Señor, el Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia para los que le aman y guardan sus mandamientos, 5 hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho lo malo, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. 6 No hemos escuchado a tus siervos los profetas que hablaron en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra. 7 Tuya es la justicia, oh Señor, y nuestra la vergüenza en el rostro, como sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los que están cerca y a los que están lejos en todos los países adonde los has echado, a causa de las infidelidades que cometieron contra ti." (Daniel 9:4-7)
Como hemos visto hasta ahora, la verdadera oración de intercesión es generada por la Palabra de Dios y se caracteriza por el fervor. Y al ver ahora las primeras palabras registradas de la oración de Daniel en Daniel 9, vemos la siguiente característica: la autonegación.
El corazón de toda oración verdadera es una conciencia inicial de que, para empezar, no perteneces a ese lugar. No perteneces a la presencia de Dios. No tienes nada en ti mismo que te recomiende a Él.
Daniel comienza con ese reconocimiento. Antes de hacer cualquier petición, se confiesa. Contrasta esto con la oración del fariseo en Lucas 18, que oró: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano.” (versículos 11-12).
Jesús dice que Dios ni siquiera escuchó esa oración (en términos de escuchar para responder) porque era santurrón, egoísta y confiado.
Daniel comienza con el reconocimiento de que no pertenecía a la presencia de Dios. Daniel quizás había buscado toda su vida y encontrado todo lo que se interponía entre él y Dios: todos los momentos de su pasado en los que había sido desobediente o sordo a la voz divina. Todo lo que recordaba, lo humillaba.
La humildad es el único punto de vista desde el que surge la verdadera oración. Lo vemos en toda la Escritura. Cuando Abraham se detuvo ante Dios en Génesis 18, dijo: "Ahora me he aventurado a hablar con el Señor, aunque no soy más que polvo y ceniza" (versículo 27).
Cuando Isaías vio una visión de Dios en el capítulo 6, dijo: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque han visto mis ojos al Rey, el Señor de los ejércitos” (versículo 5).
Cuando Juan vio a Jesús en su gloria en el Apocalipsis, "cayó a sus pies como un muerto" (1:17).
Si sientes que no hay poder en tu vida de oración, puede ser porque no hay abnegación. Tal vez no estés reconociendo tu propio pecado antes de hacer tus peticiones. O tal vez esté descuidando el otro aspecto de la abnegación: dejar de lado tu propia voluntad para someterse a la de Dios. Si tratas de usar la oración para presionar a Dios para que te dé lo que quieres, eso no es abnegación.
Considera esta oración de “El Valle de la Visión”:
Sé que a menudo hago tu obra
sin tu poder,
y peco por mi servicio muerto, sin corazón, ciego,
mi falta de luz interior, de amor, de deleite,
mi mente, mi corazón y mi lengua se mueven
sin tu ayuda.
Veo el pecado en mi corazón al buscar la aprobación
de los demás;
Esta es mi vileza, hacer de la opinión de los hombres
mi regla, mientras que
debería ver el bien que he hecho,
y darte gloria,
considerar qué pecado he cometido
y llorar por ello.
Es mi engaño predicar, y orar
y despertar los afectos espirituales de los demás
con el fin de obtener elogios,
mientras que mi regla debería ser diariamente
considerarme más vil que cualquier hombre
a mis propios ojos.
No creo que nadie pueda ministrar a nadie hasta que no tome el camino de la negación de sí mismo. La humildad y la disposición a renunciar a nuestras propias voluntades es un punto de partida necesario. Sin embargo, esta autonegación no es simplemente una confesión de nuestros propios pecados como individuos; implica identificarnos con nuestra comunidad. Veremos este aspecto de la oración de Daniel en la próxima entrada.
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