La Máxima Expresión De La Compasión Divina
POR JOHN F. MACARTHUR
Hebreos 2:17–18; 4:15
El hecho de que Dios sea compasivo y misericordioso es una buena noticia para los pecadores. Es la razón por la que no siempre recibimos lo que merecemos.
Y esa compasión encuentra su máxima expresión en la persona y la obra de Jesucristo, Dios en carne humana. La propia encarnación fue una expresión de compasión e identificación con nuestra debilidad (Hebreos 4:15). En Cristo podemos ver innumerables expresiones de la compasión divina traducidas en manifestaciones humanas que comprendemos fácilmente y con las que nos identificamos, incluyendo la tristeza, la simpatía y las lágrimas de dolor.
Aunque sin pecado, Jesús sufrió todas las consecuencias del pecado en medida infinita, y al sufrir así, se identifica con la miseria de todos los que sienten los dolores de la angustia humana. Para empezar, ésta fue la razón por la que Dios Hijo se hizo hombre:
Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados…Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. (Hebreos 2:17–18; 4:15)
Estas afirmaciones muestran que la misericordia divina va mucho más allá de la empatía por nuestros sufrimientos físicos. Por supuesto, la bondad de Dios incluye una sincera preocupación por nuestro bienestar temporal, terrenal y físico, pero es infinitamente más que eso. Tanto la compasión de Dios como la obra terrenal de Cristo deben considerarse en última instancia como redentoras. En otras palabras, las más tiernas misericordias de nuestro Señor se ocupan principalmente de la salvación de nuestras almas, no sólo del sufrimiento de nuestros cuerpos.
Sin embargo, como la enfermedad, la discapacidad, el dolor y todas las demás formas de sufrimiento físico son efectos de la caída y frutos de la maldición del pecado, la compasión de Dios por la situación humana incluye una gracia especial hacia los que sufren físicamente. Vemos una prueba vívida de ello en el ministerio de sanidad de Jesús. La sanidad física no fue el punto central de su misión terrenal. Él vino, por supuesto, "a buscar y salvar lo que se había perdido" (Lucas 19:10) - a proporcionar la redención y la vida eterna a los pecadores. Su único mensaje era el evangelio, que comenzaba con un llamado al arrepentimiento (Mateo 4:17) y culminaba con la promesa del descanso eterno para las almas cansadas (11:29).
Pero a lo largo del camino, se encontró con multitud de enfermos, cojos, ciegos y otras personas que sufrían físicamente. Sanó "toda clase de enfermedades y toda clase de dolencias entre el pueblo" (Mateo 4:23; cf. 15:30-31), incluyendo discapacidades congénitas (Juan 9; Marcos 7:32-35); casos crónicos, médicamente desesperados (Lucas 8:43-47); y casos de severa posesión demoníaca (Marcos 5:1-16).
Esas sanidades físicas eran muestras vívidas tanto del poder como de la compasión de Jesús. Eran pruebas de su deidad y demostraciones vivas de su autoridad divina. Establecieron su capacidad ilimitada para liberar a cualquiera y a todos de la esclavitud, el castigo y las consecuencias del pecado.
Como tal, el ministerio de sanidad de Jesús ilustra el mensaje del evangelio, una verdadera expresión de la compasión divina, y una verificación definitiva de sus credenciales mesiánicas. Pero la sanidad física no era el punto central de su mensaje ni el propósito principal de su venida. De nuevo, vino para propiciar el pecado y comprar la redención para los pecadores. Y lo hizo sufriendo en su lugar, muriendo por sus pecados.
El evangelio, entonces, proclama el camino hacia el perdón, la redención, una posición correcta con Dios, y el regalo de la vida eterna. El evangelio no es una garantía de que el sufrimiento terrenal será desterrado de nuestra experiencia. No promete la sanidad inmediata o automática de todas las aflicciones físicas.
De hecho, el sufrimiento en sí mismo puede ser una gracia por la que somos perfeccionados, moldeados a la perfecta semejanza de Aquel que sufrió en nuestro lugar (1 Pedro 1:14-17). "Porque a vosotros se os ha concedido, por causa de Cristo, no sólo creer en él, sino también padecer por él" (Filipenses 1:29). Y "los sufrimientos de este tiempo no son dignos de compararse con la gloria que nos ha de ser revelada" (Romanos 8:18).
Es por eso que ningún televangelista o autoproclamado sanador de fe hoy en día puede realmente sanar como lo hicieron Cristo y sus discípulos. No es que Cristo haya cambiado o que el poder de Dios haya disminuido. El problema es que los llamados sanadores de fe han malinterpretado el evangelio.
El verdadero significado del evangelio está ligado a una comprensión precisa de esa famosa profecía de Isaías 61:1, que Jesús leyó en voz alta en la sinagoga en Lucas 4:18:
El Espíritu del Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos. (Lucas 4:18)
Los "pobres" a los que prometió bendecir son "los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mateo 5:3). Los "cautivos" a los que anuncia la libertad son "los que por temor a la muerte estuvieron sometidos a esclavitud toda su vida" (Hebreos 2:15), es decir, los que están esclavizados por el pecado (Romanos 6:17). Los "ciegos" que recuperan la vista son los que "se convierten de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás a Dios, para recibir el perdón de los pecados" (Hechos 26:18). Y los "oprimidos" que son liberados son los que antes estaban bajo la opresión del pecado y de Satanás (Hechos 10:38).
En otras palabras, lo que el evangelio anuncia es algo que las sanidades físicas simplemente simbolizaban; algo más vital, más duradero, más trascendental y más real que el alivio temporal de los dolores de la aflicción terrenal. El Evangelio nos da el único remedio verdadero y duradero para el pecado y todas sus culpas y repercusiones.
Además, debido a que obtenemos tantos beneficios eternos de nuestros sufrimientos terrenales, la misericordia que nos sostiene a través de nuestro sufrimiento es en realidad una misericordia mayor que si Dios simplemente borrara todo rastro de penuria o dificultad de nuestras vidas. Por decirlo claramente, la sanidad instantánea no sería espiritualmente tan valiosa para nosotros como la gracia toda suficiente que nos cuida en medio de nuestro sufrimiento (2 Corintios 12:9-10).
Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:16-18)
Sin embargo, como sabemos que Dios nunca cambia, podemos decir con absoluta certeza que su corazón está lleno de compasión por los que sufren. Nuestras vidas y ministerios deberían reflejar también esa compasión, especialmente hacia los que están agobiados por la agonía física en esta vida. No podemos proclamar fielmente el amor de Dios si descuidamos ese deber.
Disponible en línea en: https://www.gty.org/library/blog/B160801
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