Profesión vacía
Por John F. Macarthur
Los primeros trece versículos de Santiago 2 continúan desarrollando el argumento de Santiago de que los creyentes son por disposición hacedores de la Palabra, no meros oidores, además de confrontar el problema del favoritismo, que evidentemente había surgido en la iglesia o iglesias a las que estaba escribiendo. Teniendo en mente que este es el contexto, pasamos a Santiago 2:14, donde después de advertir a sus lectores que serían juzgados por su comportamiento impío y falto de misericordia (v. 13), Santiago se centra en la cuestión esencial: su aparente confusión en cuanto a que la fe es un ingrediente inerte en la fórmula de la salvación. Su desafío no podía ser más claro:
Hermanos míos, si alguno dice que tiene fe y no tiene obras, ¿de qué sirve? ¿Puede acaso su fe salvarle? Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta la comida diaria, y alguno de ustedes les dice: “Vayan en paz, caliéntense y sáciense” pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma. Sin embargo, alguno dirá: “Tú tienes fe, y yo tengo obras”. ¡Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras! Tú crees que Dios es uno. Bien haces. También los demonios creen y tiemblan. Pero, ¿quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta ? ¿No fue justificado por las obras nuestro padre Abraham, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? Puedes ver que la fe actuaba juntamente con sus obras y que la fe fue completada por las obras. Y se cumplió la Escritura que dice: Y creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia; y fue llamado amigo de Dios. Pueden ver, pues, que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe. De igual manera, ¿no fue justificada también la prostituta Rajab por las obras cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque tal como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
Santiago repite su tesis en este pasaje en al menos cinco ocasiones (vv. 14, 17, 20, 24, 26): la fe pasiva no es una fe eficaz, sino un ataque frontal contra la profesión vacía de aquellos cuya esperanza está en una fe inactiva.
Reicke escribe: “Debe señalarse que la discusión es sobre una persona que lo único que hace es decir que tiene fe, aunque la fe de esa persona no es real porque no se manifiesta en sus acciones. El autor no tiene problemas con la fe en sí misma, sino con la concepción superficial de esta, que la reduce a ser una concesión formal, y desea señalar por ello que un cristianismo de meras obras no conduce a la salvación” 13 . De igual manera, Cranfield observa: “La clave para la comprensión de este pasaje es el hecho muchas veces ignorado de que en el versículo 14. el autor no dijo ‘si alguno tiene fe’ sino ‘si alguno dice que tiene fe’. Deberíamos permitir que ese hecho controlara nuestra interpretación de todo el párrafo... La carga de este pasaje no es (como muchas veces se supone) que seamos salvos por fe más obras, sino que somos salvos por la fe genuina, en oposición a la fe falsa” 14 .
Santiago no puede estar enseñando que la salvación se gana por medio de las obras, pues ya ha descrito la salvación como una “buena dádiva” y un “don perfecto” que nos fue entregada cuando “Por su propia voluntad, él [Dios] nos hizo nacer por la palabra de verdad para que fuéramos como primicias de sus criaturas” (1:17, 18). La fe es parte integrante de ese don perfecto que es otorgado sobrenaturalmente por Dios, no concebido independientemente en la mente o voluntad del creyente individual.
Como hemos observado en el capítulo 3, la fe no es una nostálgica añoranza, una confianza ciega o ni siquiera una “convicción interior”, sino una certeza sobrenatural, una comprensión de las realidades espirituales “que ojo no vio ni oído oyó, que ni han surgido en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman. Pero a nosotros Dios nos las reveló por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las cosas profundas de Dios” (1 Cor. 2:9, 10). La fe es un don de Dios, no algo conjurado por el esfuerzo humano, a fin de que nadie se gloríe, ni siquiera por su fe (cf. Efe. 2:8, 9).
Los verbos de la frase “si alguno dice que tiene fe y no tiene obras” (v. 14) están en presente y describen a la persona que rutinariamente declara ser creyente, pero sin embargo carece continuamente de toda evidencia externa de su fe. La pregunta “¿Puede acaso su fe salvarle?” utiliza la partícula griega negativa me,lo cual indica que se asume una respuesta negativa, y podría ser traducida literalmente como “La fe no puede salvarlo, ¿verdad?”: Santiago, como el apóstol Juan, cuestiona la autenticidad de una profesión de fe que no produce frutos (cf. 1 Jn. 2:4, 6, 9). El contexto indica que las “obras” de las que habla no son el intento de la persona para ganarse la vida eterna, sino actos de compasión (v. 15).
La fe en este contexto es, evidentemente, la fe que salva (v. 1). Santiago está hablando de la salvación eterna. En 1:21 se ha referido a “la palabra implantada la cual puede salvar su vida” y aquí tiene en mente la misma salvación. No está discutiendo si la fe puede salvar; al contrario, se opone al concepto de que la fe pueda ser un ejercicio intelectual pasivo y estéril y aun así salvar. Donde no hay obras, debemos asumir que tampoco existe fe, algo en cuanto a lo cual Santiago se limita a reflejar a Jesús, quien dijo: “Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así también, todo árbol sano da buenos frutos, pero el árbol podrido da malos frutos. El árbol sano no puede dar malos frutos, ni tampoco puede el árbol podrido dar buenos frutos” (Mat. 7:16-18). Sin obras no hay fe, pues la fe auténtica produce inevitablemente obras de fe.
En lo que a esto respecta, aun Charles Ryrie parece defender la “salvación de señorío”:
¿Podrá una fe improductiva, muerta, espuria, salvar a una persona? Santiago no está diciendo que seamos salvos por obras, sino que una fe que no produce buenas obras es una fe muerta...
Una fe improductiva no puede salvar, porque no es una fe genuina. Fe y obras pueden compararse a un vale, cupón, billete o “ticket” para el cielo, impreso en dos mitades con perforación de puntos en el centro. La parte del cupón perteneciente a las obras no sirve, no es buena, para el viaje al cielo, pero la parte que corresponde a la fe no es válida si se le arranca de la que pertenece a las obras 15 .
Santiago presenta a continuación una ilustración en la que compara la fe sin obras con la compasión hipócrita, con las palabras sin acción: “Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta la comida diaria, y alguno de ustedes les dice: ‘Vayan en paz, caliéntense y sáciense’ pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?” (2:15, 16). La fe de un falso profesante es igualmente inútil: “Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma” (v. 17).
Santiago concluye con un desafío para las personas cuya profesión de fe está bajo sospecha: “Sin embargo, alguno dirá: ‘Tú tienes fe, y yo tengo obras’. ¡Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras!” (v. 18). Los comentaristas no se ponen de acuerdo en cuanto a si “alguno” se refiere a un objetor ni cuánto del discurso que sigue se le debería atribuir a este “alguno” en oposición al propio Santiago 16 . Independientemente de la manera en que lo leamos, el punto principal que Santiago está aclarando es este: la única evidencia posible de la fe son las obras. ¿Cómo puede alguien mostrar su fe si no tiene obras? No se puede hacer.
Barnes sintetiza el sentido de este pasaje:
Santiago no estaba cuestionando la fe auténtica y genuina ni su importancia en la justificación, sino la suposición de que la mera fe era lo único necesario para salvar a un hombre, estuviera o no acompañada de buenas obras. Lo que él afirma es que la fe genuina siempre estará acompañada de buenas obras y que solo esa fe puede justificar y salvar. Si no conduce a una vida de santidad práctica... carece de todo valor 17 .
Ortodoxa demoníaca
Santiago continua su asalto a la fe pasiva con esta impactante declaración: “Tú crees que Dios es uno. Bien haces. También los demonios creen y tiemblan” (v. 19).
La doctrina ortodoxa por sí sola no es evidencia de la salvación por la fe, pues los demonios afirman que Dios es uno y tiemblan ante las implicaciones de esa verdad, pero no son redimidos. Mateo 8:29 habla de un grupo de demonios que reconoció a Jesús como el Hijo de Dios e incluso manifestaron temor. Los demonios a menudo reconocen la existencia y la autoridad de Cristo (Mat. 8:29, 30; Mar. 5:7), su deidad (Luc. 4:41) y aún su resurrección (Hech. 19:15), pero su naturaleza diabólica no cambia por lo que saben y creen. Su temerosa afirmación de la doctrina ortodoxa no es lo mismo que la fe salvadora.
Santiago implica que la fe demoníaca es mayor que la fe fraudulenta del falso profesante, porque la fe de los demonios produce temor, mientras que para las personas que no son salvas “no hay temor delante de sus ojos” (Rom. 3:18). Si los demonios creen, tiemblan y no son salvos, ¿qué podemos decir de los que profesan creer y ni siquiera tiemblan? (cf. Isa. 66:2, 5) 18 .
El puritano Thomas Manton resume perfectamente la sutil naturaleza engañosa de la ortodoxia estéril que constituye la fe demoníaca:
[Es] un sencillo asentimiento vacío a cosas tales como las propuestas en la Palabra de Dios, que permite a los hombres saber más pero sin ser mejores, más santos o más celestiales. Los que la tienen creen en las promesas, las doctrinas y los preceptos, además de en las historias... pero aun así, no es la fe viva que salva, porque el que la tiene encuentra que su corazón se compromete con Cristo y cree tanto en las promesas del evangelio referidas al perdón de sus pecados que las busca como su felicidad; cree tanto en los misterios de nuestra redención por medio de Cristo que toda su esperanza, paz y confianza provienen de ello; y cree tanto en las amenazas, ya sea de plagas temporales o de maldición eterna, que en comparación con ellas todas las cosas intimidantes del mundo son como nada 19 .
Fe muerta
Santiago pronuncia su reprensión más fuerte hasta ahora: “Pero, ¿quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” (2:20). Califica al objetor de “vano”, en el sentido de “vacío, defectuoso”, pues se trata de una persona hueca debido a que le falta la fe viva: su confesión de fe es un fraude y su fe es puro fingimiento.
Hiebert escribe: “’¿Quieres saber?’ (theleis gnona i ), implica una falta de disposición por parte del objetor a enfrentar el asunto. Esta falta de disposición a aceptar la verdad revelada no es debida a la ambigüedad del asunto sino a su resistencia a reconocer la verdad. El infinitivo de aoristo traducido como ‘saber’ también puede significar ‘reconocer’ o ‘asumir’ y exige un acto de reconocimiento por parte del objetor, cuya negativa a hacerlo implicaría una perversidad interior en su voluntad” 20 .
En el versículo 20 tanto “fe” como “obras” llevan artículos definidos en griego (“la fe sin las obras”). “Muerta” es arg ē , que significa “estéril, improductivo” y cuyo sentido parece ser que es improductiva para la salvación. Aunque otras versiones lo traducen como “estéril” o “inútil”, “muerta” es sin duda el sentido adecuado aquí (cf. vv. 17, 26), pues la ortodoxia muerta no tiene poder para salvar e incluso podría ser un obstáculo para la fe verdadera y viva. De modo que Santiago no contrasta los dos métodos de salvación (fe y obras), sino más bien dos tipos de fe: una que salva y otra que no.
El Apóstol está simplemente confirmando la verdad expuesta en 1 Juan 3:7-10:
Hijitos, nadie los engañe. El que practica justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede seguir pecando porque ha nacido de Dios. En esto se revelan los hijos de Dios y los hijos del diablo: Todo aquel que no practica justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.
El comportamiento justo es un resultado inevitable de la vida espiritual, por tanto la fe que no produce esta conducta está muerta.
Para no extendernos demasiado, debemos seguir adelante sin examinar de cerca los ejemplos de la fe viva en las vidas de Abraham y Rajab (2:21-25) 21 . Sin embargo, lo que sigue es una declaración resumida de la enseñanza de Santiago en este pasaje: tanto Abraham como Rajab, a pesar de provenir de extremos opuestos del espectro social y religioso, tuvieron una actitud de disposición a sacrificar lo más importante para ellos por causa de su fe, y esa sumisión fue la prueba de la autenticidad de la fe de ambos.
El problema más serio que presentan estos versículos es la cuestión del significado del versículo 24: “Pueden ver, pues, que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe”. Hay quienes imaginan que esto contradice lo que dice Pablo en Romanos 3:28: “Así que consideramos que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley”. Juan Calvino explicó esta aparente dificultad:
Claramente se ve que [Santiago] habla de la declaración y manifestación de la justicia, y no de la imputación; como si dijera: los que son justos por la verdadera fe, dan prueba de su justicia con la obediencia y las buenas obras, y no con una apariencia falsa y soñada de fe. En resumen: él no discute la razón por la que somos justificados, sino que pide a los fieles una justicia no ociosa, que se manifieste en las obras. Y así como san Pablo pretende probar que los hombres son justificados sin ninguna ayuda de las obras, del mismo modo en este lugar Santiago niega que aquellos que son tenidos por justos no hagan buenas obras... Y así, por más que den vueltas y retuerzan las palabras de Santiago, no podrán concluir otra cosa que estas dos sentencias: que la vana imaginación de fe no justifica; y que el creyente declara su justicia con buenas obras 22.
Santiago no está en desacuerdo con Pablo: “No son antagonistas enfrentados cruzando sus espadas, sino que están espalda con espalda a fin de enfrentar diferentes enemigos del evangelio” 23 . Como hemos visto, en 1:17 y 18 Santiago afirmó que la salvación es un don otorgado conforme a la voluntad soberana de Dios, pero ahora está enfatizando la importancia del fruto de la fe (la conducta justa que la fe genuina siempre produce). Pablo también vio las obras justas como la prueba necesaria de la fe.
Los que imaginan una discrepancia entre Santiago y Pablo rara vez observan que fue este segundo quien escribió “¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!” (Rom. 6:15), así como “Una vez libertados del pecado, han sido hechos siervos de la justicia” (v. 18). Pablo, por tanto, condena el mismo error que Santiago está exponiendo aquí, y nunca defendió ningún concepto de fe inactiva.
Cuando Pablo escribe: “Porque por las obras de la ley nadie será justificado delante de él” (Rom. 3:20),
está combatiendo el legalismo judío que insistía en la necesidad de las obras para ser justificado, mientras que Santiago insiste en la necesidad de obras en las vidas de los que han sido justificados por la fe. Pablo insiste en que nadie puede ganarse la justificación por su propio esfuerzo; Santiago exige que la persona que ya declara estar en una relación sana con Dios por medio de la fe debe demostrar, por medio de una vida de buenas obras, que se ha convertido en una nueva criatura en Cristo, algo con lo que Pablo estuvo totalmente de acuerdo. Pablo estaba erradicando las “obras” que excluían y destruían la fe salvadora; Santiago estaba estimulando una fe adormecida que minimizaba los resultados de la fe salvadora en la vida diaria 24 .
Tanto Santiago como Pablo reflejan la predicación de Jesús: el énfasis de Pablo nos recuerda al espíritu de Mateo 5:3 (“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”), mientras que la enseñanza de Santiago tiene el tono de Mateo 7:21 (“No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”); Pablo representa el comienzo del Sermón del monte y Santiago el final. Pablo declara que somos salvos por la fe sin las obras de la ley, y Santiago declara que somos salvos por la fe que se pone de manifiesto por medio de las obras. Tanto Santiago como Pablo vieron las buenas obras como una prueba de la fe, no como un camino hacia la salvación.
Santiago no pudo ser más explícito, pues está confrontando el concepto de la “fe” pasiva, falsa, vacía de frutos de la salvación. No está discutiendo sobre las obras además de la fe o aparte de esta, sino que está mostrando por qué y cómo obra siempre la fe viva, además de luchar contra la ortodoxia muerta y su tendencia a abusar de la gracia.
El error al que ataca Santiago sigue de cerca la enseñanza de la salvación que niega el señorío: es una fe sin obras, la justificación sin santificación, la salvación sin una nueva vida.
Una vez más, Santiago recuerda al propio Maestro, quien insistió en una teología del señorío que implicaba obediencia en lugar de mera palabrería. Jesús reprendió a las personas desobedientes que se le habían acercado solo nominalmente: “¿Por qué me llaman: ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que digo?” (Luc. 6:46). La lealtad de palabra, según él, no llevará a nadie al cielo (Mat. 7:21).
Eso está en perfecta armonía con Santiago: “Pero sean hacedores de la palabra, y no solamente oidores engañándose a ustedes mismos” (1:22); “Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma” (2:17) 25 .
13. Bo Reicke, “The Epistles of James, Peter and John”, The Anchor Bible (Garden City, NY: Doubleday, 1964), 37:32.
14. C. E. B. Cranfield, “The Message of James”, The Scottish Journal of Theology 18/3 (septiembre de 1965), 338.
15. Charles C. Ryrie, ed., Biblia de Estudio Ryrie - Versión Reina-Valera 1960 (Grand Rapids, MI: Portavoz, 1991), 1743.
16. Hiebert, The Epistle of James, 182-85; ver también Zane C. Hodges, “Light on James Two”, Bibliotheca Sacra 120/480 (octubre-diciembre de 1963), 341-50.
17. Albert Barnes, Notes on the New Testament (reimpr., Grand Rapids, MI: Baker, 1983), 13:50.
18. Lenski escribe: “‘Bien haces’ es ciertamente una ironía, porque a continuación dice: ‘También los demonios creen y tiemblan’. El verbo temblar denota un terror que hace que a uno se le erice el cabello. Esto cae como un trueno porque nunca antes se ha presentado una ilustración de la fe muerta tan impactante como esta. Sí, hasta los demonios tienen fe. ¿Les dirá esta “persona” que es suficiente? ¿Sugerirá que los demonios son salvos por su fe, que el cristiano al que le dice ‘Has [profesado] tu fe’ no necesita una fe mejor?” R. C. H. Lenski, The Interpretation of the Epistle to the Hebrews and the Epistle of James (Minneapolis: Augsburg, 1966), 585.
19. Thomas Manton, The Complete Works of Thomas Manton(London: Nisbet, 1874), 17:113-14.
20. Hiebert, The Epistle of James , 188.
21. Estos versículos son estudiados detalladamente en John MacArthur, Jr., True Faith (Chicago, Moody, 1989), 123-31.
22. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, trad. Cipriano de Valera (Rijswijk: Fundación Ed. de Literatura Reformada, 1999), II:636.
23. Alexander Ross, “The Epistles of James and John”, The New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1954), 53.
24. Hiebert, The Epistle of James , 175.
25. Vale la pena señalar que Zane Hodges ha publicado un folleto acerca de Santiago 2 que desafia más de cuatro siglos de erudición protestante. Como reconoce que sus perspectivas son inusuales, sugiere que todas las interpretaciones convencionales de Santiago 2 están fundamentalmente equivocadas y se propone corregirlas en un tratado de treinta y dos páginas. Hodges escribe: “No solamente no existe una interpretación comúnmente aceptada de Santiago 2:14-26 en el protestantismo posterior a la Reforma, sino que de hecho todas las maneras más importantes de leer este texto están equivocadas. Y no solamente equivocadas, sino muy equivocadas. Tan incorrectas son estas perspectivas que si el propio Santiago las escuchara, ¡se sorprendería y horrorizaría!” Zane D. Hodges, Dead Faith: WhatIs It? (Dallas: Redención Viva, 1987), 7 (énfasis en el original). Otro profesor evalúa las declaraciones de Hodges con escepticismo: “Tal vez una de las características más intrigantes (y desconcertantes) del libro de Zane C. Hodges... es que hasta donde yo sé no existe otro intérprete en toda la historia de la iglesia que apoye la interpretación de los pasajes que él considera. Eso no significa necesariamente que Hodges esté equivocado, pero sin duda significa que probablemente lo esté, y probablemente signifique que no ha reflexionado con la suficiente seriedad sobre la serie de falacias conectadas con [insertar las presuposiciones personales en el texto bíblico]”. D. A. Carson,Exegetical Fallacies (Grand Rapids, MI: Baker, 1984), 137. Menciono el folleto del profesor Hodges porque su voz tiene mucha influencia entre los convencidos por la posición de la negación del señorío. Le he respondido en el artículo “Faith According to the Apostle James”, Journal of the Evangelical Theological Society , 33/1 (marzo de 1990), 13-34. Gran parte de este capítulo ha sido adaptado de ese artículo.
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