Orando Por los Hijos Adultos
Por Kim Shay
Al orar por mis hijos, a menudo pienso en Ana (I Sam. 1-2). Ella quería un hijo. Le dolió que no podía darle uno a su marido. Ella oró tan fervientemente que el sacerdote Elí pensó que había bebido. Mientras oraba, ella prometió a Dios que si él le daba un hijo, ella se lo regresaría al Señor.
Sabemos cómo termina la historia. Ella tiene un hijo, y ella lo entrega al Señor a una edad muy tierna, poco después de que fue destetado. La posibilidad de entregar a un niño pequeño al cuidado de los sacerdotes es algo que las madres pueden batallar. Ni siquiera quiero dejar a mis niños con niñeras que no son de la familia!
Sin embargo, Ana se las arregla para hacer lo que ella había dicho, y ella deja a Samuel bajo el cuidado de Elí. Su oración en I Samuel 2: 2-10 muestra la razón por la que ella fue capaz de hacerlo: ella sabía quien era Dios. La confianza en la oración viene de saber quién es Dios y confiar en él.
No estoy orando más por niños pequeños. Estoy orando por los adultos. Pero mis oraciones no son tan diferentes. Cuando eran más jóvenes, oraban para que amaran la Palabra de Dios, le sirvan fielmente, dedicaran su vida a vivir una vida que refleje la gloria de Dios. Todavía oro por eso. Realmente no me importa mucho más aparte de esas cosas, porque creo que si esas son sus prioridades, todo lo demás caerá en su lugar para ellos.
Por supuesto oro por cosas específicas. Hay cosas como sus vocaciones, discernir si se casará, o con quién casarse; preocupaciones financieras. Yo ruego por ellos para que encuentren iglesias donde serán alimentados con la Palabra de Dios y sean discipulados.. Pido a Dios que si encuentran con sufrimiento y lucha van a acercarse al Señor y estarán firmes. A veces, es difícil no saber cómo van las cosas. Cuando están con nosotros en casa, tenemos un pequeño vistazo a sus vidas. Eso cambia cuando salen de casa. Puede ser tentador sentirse incómoda que no estamos allí para ayudarlos más. Algunas de sus decisiones son serias, y puede ser tentador preocuparse. Pero yo no tengo por que.
Sé que puedo dejar todo en las manos capaces de Dios. Al igual que Ana, sé quién es mi Dios. Yo puedo tener confianza en mis oraciones porque conozco al Dios al que yo oro. Yo puedo confiar en mis hijos al cuidado de Dios. Confiando en él no significa que siempre va a hacer lo que quiero que hagan, sino que significa que confío en la provisión de Dios para ellos. Al igual que Ana, nuestros hijos, en última instancia, no son nuestros.
Cuando piensa en ello, pasan la mayor parte de sus vidas no como niños bajo nuestro techo, sino como adultos por su propia cuenta. Eso es un montón de tiempo para orar por ellos. Es al muy bueno tener un Dios que es digno de confianza.
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