Pero A Otros Les Va Peor
Por Tim Challies
Le pregunté sobre su enfermedad, su dolor, su sufrimiento. Me contó por lo que estaba pasando, las dificultades que ya había enfrentado y el rudo camino que se avecinaba. Ella describió el dolor persistente, las píldoras poderosas, los feos efectos secundarios, la incapacidad de vivir una vida normal. Luego dijo, casi en tono de disculpa, “Pero sé que otras personas han sufrido mucho más.” Le hablé a él sobre su matrimonio y las severas pruebas que había sufrido por parte de su esposa. Hablamos de su dolor al ver que su matrimonio se disolvía a su alrededor, su lucha con la vergüenza y su tentación hacia la amargura. Y él también lo dijo: “Pero sé que otros están mucho peor.”
Esta es nuestra tentación en el sufrimiento, compararlo con lo que otros han soportado y minimizar nuestro sufrimiento en relación con el de ellos. “No puedo quejarme cuando ha soportado tanto mientras yo solo he soportado esto.” “Sí, ha sido difícil, pero luego pienso en lo que ha soportado esa otra persona, y entonces ¿quién soy para quejarme? ...”
Esto no está del todo mal, ¿verdad? Tropezar mi dedo del pie no me da derecho a compadecerme con alguien que ha perdido una pierna. Perder a mi perro no equivale a perder un hijo. Pero eso no es lo mismo que decir que esas cosas no importan o que no son genuinamente dolorosas. Eso no es lo mismo que decir que esas cosas no comprenden el verdadero sufrimiento. Y eso ciertamente no es lo mismo que decir que esas cosas no le importan a Dios.
Es en tiempos de dolor y agitación, ya sea leve, moderado o severo, que se vuelve especialmente importante recordar que nos relacionamos con Dios como hijos a su padre. Un padre amoroso no exige una angustiosa miseria antes de expresar compasión sincera, sino que simpatiza con cada dolor y limpia cada lágrima. Un padre amoroso no exige que el dolor de un niño se vuelva más severo que el de sus hermanos antes de tomarlo en sus brazos, sino que de inmediato lo arroja sobre su rodilla con palabras de consuelo y manos de misericordia. ¿Por qué pensaríamos menos de Dios?
Nuestro Dios no es un gobernante lejano que ejerce una autoridad indiferente sobre el universo, sino un ayudante presente en nuestros tiempos de problemas, cada vez que tenemos problemas. Él no exige que justifiquemos nuestros dolores antes de sentirlos o racionalizar nuestras lágrimas antes de derramarlas. Él es “es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1). Él no insiste en que nuestro problema se eleve hasta cierto punto o alcance antes de que se convierta en ese refugio y fortaleza.
Él es en todo momento y en toda situación "el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación" (2 Corintios 1: 3).
En su enfermedad, en su dolor, en su sufrimiento, no se compare inmediatamente con los demás, y no sienta la necesidad de justificar su dolor ante Dios. No se revuelque silenciosa y estoicamente. Diríjase primero a su Padre, clame a Él y reciba Su consuelo.
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