Respondiendo al Tonto
Por Greg Bahnsen
En los últimos dos estudios que hemos empezado a mirar a la apologética, desde el punto de vista bíblico. Se ha observado que (1) el panorama intelectual del incrédulo es el de un "tonto" (en el sentido bíblico), (2) el incrédulo proclama una pseudo-sabiduría que es en realidad un odio y destrucción, de conocimiento, (3) Dios hace enloquece la sabiduría del mundo y la pone en vergüenza a través de Su pueblo, el cual está capacitado para derribar toda imaginación exaltada contra un conocimiento de Él, y (4) con el fin de dar una respuesta al necio, el creyente debe seguir un procedimiento en dos partes: (a) negarse a responder en términos de presupuestos del necio, porque socavan la posición cristiana, y luego (b) responder en términos de presuposiciones del tonto con el fin de mostrar a dónde se conducen es decir, a la futilidad epistemológica.
Aquí encontramos el curso necesario para dar una respuesta a cada hombre que demande razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pedro 3:15). La estrategia de apologética planteada anteriormente cumple la condición establecida por Pedro de defender la fe, para “santificad a Dios el Señor en vuestros corazones.” Al negarse a suspender la verdad presupuesta de la Palabra de Dios cuando discutimos con los que critican la fe cristiana, reconocemos el señorío de Cristo sobre nuestra forma de pensar. Su palabra es nuestra máxima autoridad. Si tuviéramos que razonar con el incrédulo de tal manera que confiamos en nuestras propias facultades intelectuales o las enseñanzas de los (llamados) expertos (en ciencia, o historia, o lógica, o lo que sea) más que confiar en la veracidad de la revelación de Dios, terminaríamos con el argumento (si es consistente), coincidiendo con los incrédulos. En el lenguaje de Proverbios 26, le contestaríamos al tonto y terminaríamos por parecernos a él.
Además, mediante el empleo del procedimiento de apologética establecida anteriormente, podemos llegar a la misma conclusión que llegó Pablo en 1 Corintios 1, que el panorama intelectual del incrédulo está basado en su insensatez. En consecuencia, nos podemos preguntar retóricamente "¿Dónde está el sabio?¿Dónde está el disputador de este siglo?” El hecho de la cuestión es abundantemente manifiesto: Dios ha enloquecido la sabiduría de este mundo, y lo hace por medio de la palabra de la cruz. Al demostrarle al tonto que sus presuposiciones pueden producir sólo un falsamente llamado conocimiento, el creyente le responde de manera tal que no puede ser sabio en su propia opinión. De esta manera este doble procedimiento en la apologética presuposicional apunta hacia el éxito argumentativo sin comprometer la fidelidad espiritual. Hace una descripción razonada de la esperanza cristiana, así como reducir todas las posiciones contrarias y críticas a la impotencia. Es preciso recordar en este punto, por supuesto, que el apologista debe hacer este trabajo destructivo “con mansedumbre y reverencia” (1 Pedro 3: 15b).
Un resumen útil e instructivo del enfoque presuposicional a la apologética se da en 2 Timoteo 2:23-25.
Pero rechaza los razonamientos necios e ignorantes, sabiendo que producen altercados. Y el siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, corrigiendo tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad,.
En primer lugar, este pasaje deja muy claro que el apologista simplemente no debe tener una actitud arrogante en el trato con los no creyentes. Él debe ser suave, paciente, cortés, y no pendenciero. Estos atributos son difíciles para la mayoría de las personas que tienen fuertes posiciones doctrinales y que son diligentes en defender esas posiciones. Es fácil llegar a ser testarudo y celosos en dominar a su oponente. Sin embargo, es la actitud opuesta, que es pacífica y gentil, que demuestra que nuestra sabiduría es de lo alto (Santiago 3: 13-17).
En segundo lugar, este pasaje enseña que aquellos que tienen el reto de defender su fe no deben consentir responder en términos de una incredulidad tonta. Pablo nos manda rechazar las preguntas necias –esto es, las preguntas dadas desde el punto de vista de los tontos. No hemos de someternos a la perspectiva autónoma que suprime la verdad de Dios; no estamos para cumplir con la demanda de la neutralidad agnóstica en nuestras discusiones. La pregunta orientada a la necedad debe ser echa a un lado. Sin embargo, evitar preguntas tontas no toma la forma de silencio, porque el pasaje anterior indica que debemos educar al interrogador. Una respuesta que debe darse, pero no una respuesta que se ajuste a las presuposiciones necias detrás de la pregunta. De lo contrario resultará en contención en lugar de educación.
En tercer lugar, se revela que el incrédulo “se opone a sí mismo.” Mediante sus presuposiciones necias el incrédulo realmente se vuelve contra sí mismo. Se suprime la clara verdad acerca de Dios, la cual es fundamental para la comprensión del mundo y de uno mismo, y afirma una posición que es contraria a su mejor conocimiento. Él está intelectualmente esquizofrénico. Esto debe quedar claro para él.
Cuarto, Pablo indica que lo que necesita el incrédulo no es simplemente información adicional. En su lugar, tiene que voltear su pensamiento totalmente; debe someterse a una conversión a un conocimiento genuino de la verdad. Hasta que esto tenga lugar el incrédulo tendrá un conocimiento de Dios que lo condena (cf. Rom. 1: 18ss), sino que un conocimiento genuino o sincero de la verdad —un conocimiento salvador— puede solamente venir con una conversión. El creyente debe ser enseñado a renunciar a su autonomía fingida y someterse a la clara palabra de la autoridad de Dios.
Por último, el pasaje citado más arriba no deja ninguna duda en cuanto a cuál debe ser la fuente del éxito de apologética: la voluntad soberana de Dios. Un hombre se convertirá sólo si Dios se lo concede. Ya que es el quien determina el destino de todos los hombres (cf. Ef. 1: 1-11), Él es quien determina también si nuestro testimonio apologético será fructífero o no. Por lo tanto es necesario que evitemos cualquier intento de "mejorar" el enfoque de las Escrituras a la apologética. Nuestro deber es ser fiel a las instrucciones del Señor. Él bendecirá la obediencia a Su voluntad; el éxito no puede venir al eludirla.
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