¡Exijo Justicia!
Por Tim Challies
La semana pasada pasé un par de horas en Dachau, el infame campo de concentración nazi. Se destaca hoy como una especie de monumento al mal, un recordatorio de lo que la humanidad es capaz de hacer. Fue aleccionador caminar por los jardines, ver los cuarteles, recorrer el museo, y mirar en las largas filas de celdas de aislamiento. Fue horrible ver la pared salpicada que se utilizó como el telón de fondo de los pelotones de fusilamiento, caminar a través de una cámara de gas, y mirar a los hornos que fueron utilizados una vez para disponer de tantos cuerpos. Las cosas que había visto en las películas y leído en los libros estaban allí mismo, delante de mí. Todo era tan real.
Mientras caminaba de vuelta a través de las puertas de Dachau y en las calles de Munich, el grito de mi corazón era por justicia. No es justo que tantas personas deberían haber sido detenidas y confinadas y asesinadas en ese campo (y en muchos otros campos como ese). No es justo que personas debían haber sido ejecutadas por sus opiniones políticas impopulares, por su religión, por su origen étnico, o por todas esas otras razones arbitrarias. Estaba mal. Muy, muy mal. La experiencia común al salir de un campo como ese es sentir profundo dolor mezclado con un profundo deseo de justicia.
La justicia existe para tratar el mal. Si no había ningún mal en este mundo, no habría necesidad de justicia. Pero el mal existe, y por lo tanto la justicia debe existir también. El clamor por la justicia es universal. Nunca ha habido una persona que no la ha deseado en un momento u otro. Este anhelo se debe a la imagen de Dios en nosotros. Las rocas no quieren justicia; los animales no la quieren. Nosotros si. Anhelamos la justicia, porque llevamos la imagen de un Dios justo.
Mientras salía de Dachau sentí un profundo anhelo de justicia. Yo sólo no quiero el tipo de justicia que obtenga una cadena perpetua, sino una justicia cósmica, una justicia completa, la propia justicia de Dios contra los malhechores. Una cadena perpetua apenas paga la deuda para un hombre que mató a cientos o miles o millones.
Pero yo tenía una comprensión más profunda y más inquietante: Si quiero justicia para ellos, también debo querer justicia para mí. No puedo tener las dos cosas. O la justicia debe existir para todos los delitos, o no debe existir para ningún crimen. Debe existir para los que violan la ley de Dios en formas inusuales y extremas y los que violan la ley de Dios en una manera común y menos notable. Si va a haber justicia para los violadores y asesinos y gente que crea campos de concentración, también debe haber justicia para los mentirosos, codiciosos y chismosos. Si queremos vivir en un mundo donde exista justicia por los crímenes de guerra, también tenemos que vivir en un mundo donde exista justicia por los crímenes del corazón.
Me gusta ser exigente respecto a la justicia, levantarla de tal manera que caiga sobre los demás, pero no sobre mí. Pero de lo que me di cuenta mientras salí de Dachau es que si quiero justicia por ellos, también debo quererla para mí. Si quiero un mundo que en lugar de simplemente arbitraria sea consistentemente justo, debo querer justicia para mis propias transgresiones también. Y lo que a atravesó en la penumbra y me dio esperanza es que se ha hecho justicia y será hecha. Para los que están en Cristo, las demandas de la justicia ya se han cumplido mediante nuestro Salvador. Para aquellos que no están en Cristo, el tiempo de la justicia se avecina. Se hará justicia.
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