Lo Que Enseña Jueces a la Iglesia
Por W. Robert Godfrey
También toda aquella generación fue reunida a sus padres; y se levantó otra generación después de ellos que no conocía al Señor, ni la obra que El había hecho por Israel. (Jue. 2:10)
Parece increíble que podría suceder. Sólo una generación después de Josué, Israel ya no conocía al Señor. ¿Cómo es posible tal desarrollo?
Esta es una cuestión muy importante, no sólo para los antiguos israelitas, sino para nosotros. Las Iglesias, también, han visto un repentino declive de una generación a otra. ¿Cómo podemos entender y prevenir este tipo de calamidad?
El libro de Jueces proporciona una respuesta muy clara a nuestras preguntas. Su respuesta no dice todo lo que podría decirse en general, pero sí dice cosas específicas, cruciales que debemos reflexionar para comprender tanto la situación de Israel y nuestra vulnerabilidad.
Para empezar, Jueces nos muestra que Israel cayó en desgracia cuando se alejó de vivir por la fe en la Palabra de Dios para vivir por vista en la sabiduría y los valores del mundo. Como vemos en Jueces 2-3, Israel descendió rápidamente en grave pecado y desobediencia, sirviendo las estatuas y altares de los Baales, y casándose con los que no adoran al Señor. La idolatría y los matrimonios mixtos son los grandes pecados contra la cual Josué advirtió a Israel una y otra vez (Jos. 23: 6-13). Y con buena razón, porque estos dos grandes pecados están interconectados. Uno conduce hacia y refuerza al otro.
Este descenso en la idolatría y los matrimonios mixtos, no obstante, no sucede repentinamente. Estos pecados grotescos fueron los resultados finales de diversos compromisos que Israel había hecho antes. Israel había servido al Señor fielmente al comienzo del libro de los Jueces, pero eso comienza a cambiar en Jueces 1:19, donde leemos: “El Señor estaba con Judá, que tomó posesión de la región montañosa, pero no pudo expulsar a los habitantes del valle porque éstos tenían carros de hierro.” No se ve que los israelitas realmente lucharan contra los carros de hierro y fueran derrotados; más bien, parece que ellos vieron los carros de hierro y decidieron no luchar. Esta decisión parece muy razonable y adecuada –para un pueblo que vive por vista. Los carros de hierro eran el arma militar más poderosa de la época.
Israel, sin embargo, fue llamado a vivir por fe en la Palabra de Dios. La Palabra de Dios había llegado a ella a través de Josué, que dijo: “porque expulsarás a los cananeos, aunque tengan carros de hierro y aunque sean fuertes.” (Jos. 17:18). Más adelante en el libro de Jueces, se nos muestra cómo Dios cumplió Su promesa debido a que Deborah y Barak fueron capaces de derrotar a Jabín, un rey de los cananeos, a pesar de que tenía novecientos carros de hierro (Jue. 4: 3). La Palabra de Dios le recuerda al pueblo de Dios que de Dios “No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en las piernas ágiles del hombre. El Señor favorece a los que le temen, a los que esperan en su misericordia.” (Sal. 147:10-11).
Podemos ver lo que salió mal —vivir por vista y no por fe—, pero esto no nos muestra por qué las cosas salieron mal. Por eso, hay que ir de nuevo a las palabras de Josué:
Entonces Josué dijo al pueblo: No podréis servir al Señor, porque El es Dios santo, El es Dios celoso; El no perdonará vuestra transgresión ni vuestros pecados. Si abandonáis al Señor y servís a dioses extranjeros, El se volverá y os hará daño, y os consumirá después de haberos hecho bien."(Jos. 24:19-20).
Ahora espere un momento, usted podría decir. Si Israel no fue capaz, ¿cómo fueron responsables? ¿En qué sentido no fueron capaces? ¿Qué quiso decir Josué cuando dijo esas palabras? No quiere decir que el pueblo era inconverso de forma individual y por lo tanto no pudieron. Él no quiere decir que no serían perfectos en guardar la ley y por lo tanto no podrían. Parece haber dicho que estarían sin líder – no teniendo ni a Moisés, ni Josué, ni los ancianos que les conocían — y de manera que no serían dirigidos y vigilados en la fidelidad a la Palabra de Dios.
Josué estaba reconociendo que Dios no les daría otro Moisés o Josué. Él les daría jueces que sería para ellos salvadores (Jue. 2:16). Pero estos jueces serían sólo líderes regionales y temporales. La lección que Dios estaba enseñando a Israel, ya nosotros, en una variedad de maneras en el libro de Jueces es que el pueblo necesitaba un rey bueno y fiel. El problema de Israel fue claro: "En aquellos días no había rey en Israel. Cada uno hacía lo que bien le parecía” (17:6).
Israel tenía que aprender su necesidad de un rey y a su vez anhelar un rey, no un rey como las naciones, como tendrían en Saúl, sino un hombre conforme al corazón de Dios, es decir, David. Sin embargo, incluso David no pudo proteger y guiar al pueblo de Dios en última instancia. El pecó, su casa se dividió, y murió. ¿Quién, entonces, es el líder —perfecto, fiel y eterno— para el pueblo de Dios? Obviamente, sólo Jesús es tal rey.
¿Cuál es el antídoto, entonces, para la iglesia y sus problemas? ¿Qué es lo que va a preservar un conocimiento salvador de Dios de generación en generación? Es siguiendo al Rey Jesús según Su Palabra. Donde la iglesia no lo haga, se encontrará, al igual que Israel, incapaz de vivir por fe en lugar de vista. Pero donde la iglesia se vuelva a Jesús y sigue a los ministros que predican fielmente su Palabra, vivirá delante de El. El libro de Jueces es un espejo que refleja a la iglesia que nos obliga a preguntarnos: "¿Es Jesús nuestro rey y vivimos por fe en Su palabra?" Si la respuesta es sí, la iglesia de generación en generación conocerá al Señor.
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