EL PAPEL SANTIFICADOR DEL PASTOR EN LA IGLESIA
Richard L. Holland
Director de Estudios de D. en Min.
Profesor Asistente de Ministerios Pastorales
Traducido por Raúl Lavinz
Reimpreso con permiso del Master’s Seminary Journal
“Un ministro santo es un arma impresionante en las manos de Dios”.´[1]
La identificación más significativa y resonante de un líder espiritual del Nuevo Testamento es aquella de un pastor. Aunque la comprensión moderna del término se asocia típicamente en la iglesia con un líder o predicador, el origen de este término proviene de la humilde profesión del cuidado de las ovejas. En el mundo greco-romano de la aristocracia y el contexto religioso de la jerarquía judía el título de “pastor” no era intuitivamente complementario. Contrariamente a los modelos de liderazgo del primer siglo, Jesús mismo, el ejemplo paradigmático de humildad (Filip. 2:5-11), describió su propio liderazgo y cuidado de los creyentes como el de un pastor (Juan 10:11, 14).
El pastoreo de ovejas involucra una constante movilización de las ovejas. El Salmo 23 provee una notable descripción del Señor mismo como el Gran Pastor—el pastor personal del creyente. El lleva a las ovejas a verdes pastos, a aguas de reposo, a sendas de justicia, a través del valle de sombra de muerte, a una mesa servida, y por último a El mismo por siempre. De acuerdo al autor de Hebreos, el camino a la presencia del Señor, nuestro pastor, es a través de la santificación:“Buscad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14). Así como el Señor, en el Salmo 23, conduce a sus ovejas a disfrutar de su presencia por siempre, este versículo establece la trayectoria del ministerio pastoral y la dirección para los pastores bajo sus órdenes. Si nadie verá al Señor, sin santidad, entonces la principal responsabilidad del pastor es servir como un guía recursivo para este sendero de santidad.
Las instrucciones acerca de la santificación, la rendición de cuentas o responsabilidad conducentes al proceso de santificación y la ejemplificación personal de la santificación deberían estar entre las prioridades más altas de un pastor. La santificación es la dimensión de la salvación que consume el todo de la vida de un creyente. Un sondeo de los principales tratados del evangelio así como de programas de adiestramiento evangelísticos revela que se hace hincapié sobre la justificación y la glorificación. La mayoría de las acercamientos al evangelio destacan la bendición del perdón de los pecados en el hecho de ser justos delante de Dios (justificación) y en la esperanza y promesa del cielo (glorificación). Sorprendentemente, la necesidad de santificación está, con frecuencia, ausente. Aun así, la santificación es un componente esencial del evangelio de Jesucristo y ocupa el interés más grande en la vida de un cristiano sobre la tierra.
El dominio semántico del hebreo y el griego respecto a la santificación trae aparejado un triple entendimiento del concepto. (1) Una separación posicional, de una vez por todas, para Cristo en el punto de la salvación (1 Co. 1:30; 6:11). (2) Santidad práctica del creyente lo cual implica arrepentimiento del pecado y avance hacia la justificación (1 Pedro 1:15-16; 2;24). (3) La santidad consumada en el cielo donde todo creyente se asemejará a Cristo—santo, santificado y completamente separado de la presencia del pecado y sus consecuencias (1 Tes. 3:13; He. 12:14; Apoc. 22:15) la santificación bíblica es tridimensional—posicional, progresiva y realizada. Cada una de estas tres dimensiones invoca responsabilidades pastorales. Sin embargo, no se debe confundir responsabilidades pastorales con habilidades pastorales. Sólo Dios puede santificar. Los pastores fieles son simplemente participantes del deseo del Espíritu Santo y trabajan para santificar a los cristianos. No debe causar sorpresa que el apóstol Pedro dirija un inconfundible imperativo a los pastores y ancianos cuando escribe: “pastoread el rebaño de Dios”(1 Pedro 5:2). Los pastores están llamados a ser pastores subalternos del Buen Pastor de tal manera que las ovejas le conozcan y amen. La santificación es el tejido conectivo entre las ovejas y el Salvador.
Bases bíblicas para la Santificación
Nuestra comprensión de la santidad está basada en la santidad de Dios. En 1 Samuel 2:2 Ana declaró, “No hay santo como el Señor”, porque, como Moisés afirma, sólo Él es “majestuoso en santidad” (Éx. 15:11). Las raíces de la comprensión de la santidad de Dios se remontan al libro de Levítico. Dios dirige a Moisés para que ordene al pueblo “Seréis santos porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv. 19:2). Pedro repite esta verdad al ordenar a los creyentes del Nuevo Testamento que sean santos como Dios es santo (1 Pedro 1:15). El creyente es separado para Dios y su carácter ha de ser transformado en el carácter de Dios. La santidad de Dios es el fundamento para todo el pensamiento respecto a la santidad. Sin embargo, esta no es una santidad casual. En uno de sus escritos A.W. Tozer declara
No podemos captar el verdadero significado de la santidad divina si pensamos acerca de algo o alguien muy puro y entonces elevamos el concepto al más alto nivel del que seamos capaces. La santidad de Dios no es simplemente lo mejor que sepamos y que haya sido mejorado infinitamente. No sabemos nada de la santidad divina. Ella está aparte, única, inaccesible, incomprensible e inalcanzable. El hombre natural no la puede ver. El puede temer el poder de Dios y admirar su sabiduría, pero no puede ni siquiera imaginar su santidad.
Arthur W. Pink repite la observación de Tozer al afirmar, “Un Dios inefablemente santo, que aborrezca por completo todo pecado, nunca fue inventado por ninguno de los descendientes caídos de Adán”. La santidad de Dios puede ser la mejor apología para las Escrituras. ¿Cómo podría cualquier ser humano pecaminoso haber inventado un Dios que odia el pecado que tanto ama la carne?.
Isaías escuchó el estribillo de los serafines, “Santo, Santo, Santo es el Señor” (Isa. 6:3). La simple repetición destaca el hincapié en el cielo sobre la santidad de Dios. Ochocientos años después el apóstol Juan tiene una visión de la misma escena en Apocalipsis 4:8, “Y los cuatro seres vivientes, cada uno de ellos con seis alas, estaban llenos de ojos alrededor y por dentro, y día y noche no cesaban de decir: SANTO, SANTO, SANTO, ES EL SEÑOR DIOS, EL TODOPODEROSO, el que era, el que es y el que ha de venir”. La lejanía de Dios de una creación profana está puntualizada cuando estos ángeles honran su perfección moral y singularidad. De igual manera, el que un creyente entienda y persiga la santificación empieza con la observación de la distancia entre el pecado del hombre y la santidad de Dios. En 2 Corintios Pablo confronta a la iglesia en Corinto por entremezclarse con el mundo, y lo hace enfatizando que justicia e iniquidad, luz y tinieblas, y Belial y Cristo no tienen nada en común (2 Co. 6:14-18). El clímax de esta polémica se encuentra en el capítulo 7 versículo 1 donde Pablo afirma “Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. Las promesas a las que el se refiere están mencionadas en el capítulo 6 versículo 18,“Y yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas”. La santificación está arraigada en la comprensión del creyente de la santidad de Dios y su expectativa en cuanto a la santidad de sus hijos, la cual está incrustada en su relación sagrada con Dios el Padre.
No existe un imperativo para un pastor/anciano/supervisor de santificar a los creyentes. Cada parte de la santidad de un creyente—pasada, presente y futura—es el resultado de Dios mismo y su poder. Los mandatos de ser santo son dados a los individuos que tendrán que rendir cuentas personales a Dios. Sin embargo, cada parte del ministerio de un pastor está conectada con la santificación. El predica el evangelio y llama a los pecadores al arrepentimiento (santificación posicional). El reprende la impiedad y anima la justicia en los santos (santificación progresiva). El motiva despertando la esperanza con pensamientos del cielo (santificación realizada). Por ello, el papel santificador del pastor en el Nuevo Testamento se ve por inferencia e implicación.
Hay, al menos, seis dimensiones del papel santificador del pastor implicadas en la Biblia y que serán examinadas en este artículo.
1. El Deseo del Pastor
En Gálatas 4:19 Pablo expresa su intenso deseo por la santificación de los gálatas cuando expresa, “Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros”. El usa la misma raíz que en 2 Corintios 3:18, (formar), para referirse al proceso mediante el cual un pecador cambia en semejanza a Cristo. Este es el deseo profundo y concentrado de Pablo. También es englobante que el verbo que Pablo usa para comunicar sus sentimientos hace referencia a los dolores intensos del nacimiento de un bebé (ωαβιυ). El deseo de un pastor debe ser el ver a su congregación asemejarse a Cristo. Los pastores son los agentes intermediarios en la tarea de crear réplicas de Jesús.
Aquí está el problema. Los pastores mantienen expectativas simultáneas demasiado elevadas y demasiado bajas de sus rebaños. Teológicamente esto tiene que ver con una escatología sobre-realizada o sub-realizada. La escatología afecta todas las dimensiones de la fe en Cristo de una persona. Con frecuencia la escatología es sobre-realizada, es decir, hay una expectativa de que esta tierra será como el cielo en maneras en que nunca lo podría ser. El cielo será un lugar sin pecado, sin luchas, sin dudas, sin dolor, sin lágrimas, con gozo absoluto, felicidad sin fin y un lugar donde la fe será reemplazada por la vista. El pensamiento y la esperanza del cielo tienen la intención, de parte de Dios, de que los creyentes sean atraídos hacia Él como un imán. Sin embargo, a menudo los creyentes invierten la polaridad y atraen las características del cielo a esta tierra. El resultado más probable es el legalismo. Se crean reglas para obligar a las voluntades que se resisten a que se conformen a la perfección celestial. Cuando esto fracasa los pastores se vuelven frustrados, infelices y hasta se sorprenden por la dificultad que tiene su congregación para vivir como extraños y alienados en este mundo (1 P. 2:11). Esta escatología sobre-realizada condujo al error wesleyano de la perfección.
Al otro lado del espectro está la escatología sub-realizada. El mundo es un lugar cómodo y el cielo es un pensamiento distante. En vez de vivir la vida abundante que Jesús prometió, los creyentes se desaniman y empiezan a preguntarse si hay algo que verdaderamente satisfaga en el cristianismo. Los desafíos del cristianismo práctico dominan. Hay una desconfianza que va en aumento acerca de la enseñanza de Jesús en el Sermón del Monte (Mt. 5-7) –de que se puede vivir el Reino aquí y ahora. El resultado es una mentalidad derrotista que conduce a ceder en la batalla con el pecado y sucumbir a la tentación.La paradoja es que muchas veces ambas dominan el pensamiento de una persona. El equilibrio se logra mantener deseando ver a Cristo formado en el pueblo de Dios. El deseo y propósito de todo pastor debería ser lo que Pablo escribió en Efesios 4:11-13, “Y El dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (el énfasis es mío).
2. El Ejemplo del Pastor
Robert Murray M’Cheyne dijo, “La mayor necesidad de mi gente es mi santidad personal”. Juan Calvino se hizo eco, “El llamamiento de Dios trae consigo santidad”. La importancia de la vida ejemplar de un pastor sobre su gente no puede ser exagerada. Pablo relaciona la teología con la vida cuando le dice a Timoteo “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan” (1 Tim. 4:16). Pablo le escribe a Tito, “Muéstrate en todo como ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, con dignidad” (Tito 2:7). El mensaje de Pablo para cada uno de sus discípulos era claro: mantengan la pureza en sus vidas. No pudo ser más claro que en las palabras de Pablo a los corintios y tesalonicenses a quienes les dice: sed imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo (1 Co. 11:1, 4:16; 1 Tes. 1:6). El paralelismo es innegable—el pueblo de Dios ha de imitar a sus pastores e imitar al Señor. En hebreos 13:7 el autor repite el mandato, “Acordaos de vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe”. A medida que los laicos imitan a sus líderes espirituales la característica más digna de imitar es su deseo de conocer a Jesús y de ser conformados a su semejanza. Andrew Murria declaró, “El conocimiento de la grandeza y la gloria de Jesús es el secreto de una vida vigorosa y santa”.
Los pastores están envueltos en sus propias luchas por la santificación y la santidad. Pablo provee una extensa confesión, a los filipenses, acerca de su batalla con el pecado y su persecución del conocimiento pleno de Cristo cuando les dice,
No que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que todos los que somos perfectos, tengamos esta misma actitud; y si en algo tenéis una actitud distinta, eso también os lo revelará Dios; sin embargo, continuemos viviendo según la misma norma que hemos alcanzado. Hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros. Porque muchos andan como os he dicho muchas veces, y ahora os lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo, cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, los cuales piensan sólo en las cosas terrenales (Fil. 3:12-19).
Pablo está claro. Su santidad personal está impulsada por un deseo de alcanzar el propósito de Dios para su salvación y para llevar una vida ejemplar para aquellos que están bajo su cuidado espiritual.
Aun más significativamente, en 1 Corintios 9:26-27 Pablo expresa los sacrificios que hace y la intensidad con la cual lleva/corre la vida cristiana. “Por tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado”. La vida impura descalifica al hombre de Dios del ministerio. El punto no es la pérdida de la vida eterna sino mas bien la inhabilitación para estar envuelto en la obra del evangelio eterno.
A la inversa, en 2 Pedro 2 el apóstol describe a los falsos maestros. Tanto la vida como el ministerio de un falso maestro están caracterizadas por una ausencia de santidad. Su influencia es descrita como que “enreda” a su gente en las contaminaciones del mundo (v. 20). En otras palabras, ellos tienen u ministerio de-santificador el cual es el resultado de componendas con el mundo. Los líderes cristianos pueden sacrificar su liderazgo cuando intentan relacionarse, hacerse amigos y agradar a su gente en vez de influenciarles con una vida de santidad inquebrantable. Una vida santa exige rechazo y ridículo o admiración e imitación. Alfred E. Garvie lo dijo de esta manera,
Si el predicador va a predicar santidad, él mismo debe desear santidad y debe impresionar a sus oyentes como uno que está persiguiendo la santidad. Una reputación inconsistente con las sagradas funciones del predicador no sólo le roban a su mensaje su vida y poder sino que, a pesar de él mismo, el carácter de un hombre afectará el tono y contenido de su predicación. Un hipócrita consumado posiblemente pueda dar la impresión de una santidad que no posee.
La Biblia nunca llama al pastor a predicar algo que no practica. De hecho, Jesucristo condena a los líderes religiosos de su época por enseñar una cosa pero estar viviendo otra (Mt. 23:3). Jesús les prometió el infierno a quienes permitieran que la hipocresía echara raíces en sus corazones lo cual conduce al autoengaño y la condenación (Mt. 7:21-23). Un pastor debe santificar a su gente mediante el ejemplo.
3. La Predicación del pastor
La predicación es el medio que usa Dios para santificar a su pueblo. En Juan 17:17 Jesús ora para que Dios “los santificara [a los discípulos] en la verdad” y define que la verdad es la Palabra de Dios. Entonces, esta se convierte en la razón fundamental para predicar la Palabra de Dios—la santificación progresiva del pueblo de Dios. La respuesta de Isaías a la santidad de Dios fue predicar (Isaías 6:8). La Palabra es el medio para que el Espíritu de Dios santifique a los creyentes.
El encargo de Pablo a Timoteo es un recordatorio oportuno del papel de la Escritura en la santificación. “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16-17). La santificación de los creyentes es un producto derivado de pastores que ven a un Dios santo en sus estudios y predican a un Dios santo desde sus púlpitos. Los predicadores deben predicar la naturaleza y expectativas santas de Dios. Thomas Scott declaró,
Deje por fuera el carácter santo de Dios, la excelencia santa de su ley, la santa condenación a la cual los transgresores están predestinados, la santa belleza del carácter del Salvador, la santa naturaleza de la redención, la santa tendencia de la doctrina de Cristo, y la santa moderación y conducta de todos los verdaderos creyentes: entonces coloque un esquema de religión no santa de este tipo: represente a la humanidad en una condición lastimosa, más bien por infortunio que por crimen: hábleles mucho acerca del amor lastimero de Dios para con ellos, de sus agonías en el huerto y en la cruz; todo esto sin mostrar la necesidad, o la naturaleza, de reparación que exige el pecado: hable de su gloria presente y su compasión por los pobres pecadores; de la liberalidad con la cual El otorga el perdón; de los privilegios que los creyentes disfrutan aquí y de la felicidad y gloria reservada para ellos en el más allá: bloquee esto con nada acerca de la regeneración y santificación, o represente la santidad como algo que no tiene que ver con la conformidad al carácter santo y a la ley de Dios: usted habrá inventado un evangelio verosímil, calculado para seguirle la corriente al orgullo, aplacar las conciencias, atraer los corazones y exaltar los sentimientos de los hombres naturales que no aman a nadie sino a ellos mismos.
Si el propósito de la predicación es proporcionar al Espíritu palabras con las cuales resucitar las almas muertas, entonces la santidad de Dios debe ser predicada. George Marsden evalúa el contenido de la predicación durante el Gran Despertamiento y el efecto que tuvo en los oyentes y escribe lo siguiente:
En medio de debates sobre el Gran Despertar, Edwards hizo un comentario que dice mucho acerca de los efectos de la predicación. Durante períodos intensos de despertamientos, con frecuencia los evangelistas predicaban diariamente, o aun con mayor frecuencia, a la misma audiencia. Los opositores al despertar sostenían que no era posible que la gente recordara lo que habían oído en todos estos sermones. [Jonathan] Edwards respondió que, ‘El principal beneficio que se obtiene de la predicación tiene que ver con la impresión hecha en la mente en el momento de la misma [de la predicación] y no por el efecto que aflore después mediante el recuerdo de lo predicado’. En otras palabras, la predicación debe ser diseñada, primordialmente, para despertar, para sacar a la gente fuera de sus sueños ciegos anclados en las comodidades adictivas de sus pecados. Aunque sólo Dios puede darles nuevos ojos para ver, la predicación debería estar planeada para sobresaltar al no converso, o al converso, que esté adormitado en sus pecados (como todos lo hacen) a que reconozca su verdadera condición.
4. El Discipulado del Pastor
El mandato del pastor para que discipule se origina con la Gran Comisión. Jesús dejó a la iglesia, especialmente a sus líderes, la tarea de ser disciplinados y hacer discípulos. En Mateo 28:18-20 los discípulos avanzan a Galilea para testificar de la ascensión de Jesús. Sin embargo, antes de observarle partir escucharon las famosas palabras instruyéndoles a “ir a todas las naciones….”. Hacer discípulos es el medio para la santificación efectiva. Predicar, aconsejar y consolar son todas partes del discipulado cuyo propósito es la santidad.
El mandato de Jesús involucra iniciación y seguimiento. El evangelismo tiene que ver con ir haciendo discípulos mientras que equipar es el proceso de hacer maduros a los discípulos. El verbo que da la pauta en este pasaje es “hacer discípulos” (manthano). El tiempo aoristo indica urgencia y la naturaleza abarcante de la orden. Esta orden es modificada por tres participios, “ir” (poreuthentes), “enseñar” (didaskowntes) y “bautizar” (baptizontes). El participio “ir” se interpreta mejor si se le considera contemporáneo con el imperativo “haced discípulos” ya que precede al verbo finito (hacer discípulos) y tiene al tiempo aoristo similar al verbo finito. Los dos últimos participios se deberían ver como “participios de medios” que indican los medios por los cuales se va a cumplir el imperativo. En otras palabras, Jesús está diciendo: a medida que ustedes vayan hagan discípulos a través de su enseñanza e identifíquelos a través del bautismo. La meta de todo discipulado es crear una independencia dependiente de Cristo. Todo el que viene a Cristo es instantáneamente un tipo de creyente bebé recién nacido. Ellos no saben qué hacer, o pensar o decir, sin embargo tienen una cantidad maravillosa de entusiasmo por el Señor. El papel del pastor es mover al creyente desde este estado de infancia hasta un lugar de imitación visible de Jesús, lo cual es más evidente en una vida santificada.
Esta es la razón por la cual los creyentes son llamados “santos” en el NT. El término “santos” en si mismo es la forma nominal del verbo hagiazo, el cual es el verbo principal del NT que se traduce como “santo”. Pablo se dirige a los Romanos (1:7), Corintios (1 Co. 1:2, 2 Co. 1:1), Colosenses (1:1), Efesios (1:1) y Filipenses (1:1) como santos. Los creyentes son salvados y llamados con un “llamamiento santo” (2 Ti. 1:9) por la gracia de Dios. El pastor ha de explicar a sus discípulos lo que es este “llamamiento santo”. El llamamiento santo es la meta de Dios para todos los creyentes. El predestinó a los santos para que sean conformados a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:29). Leemos en Efesios 2:10, “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Pablo refuerza la santidad de los creyentes como el plan de Dios para nuestra salvación, “quien llevó El mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 P. 2:24). Pablo les dice explícitamente a los tesalonicenses que cualquiera que no esté viviendo una vida santificada está fuera de la voluntad de Dios (1 Tes. 4:3) porque “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (4:7). Este propósito está enraizado en la autoridad de Jesús, el conocimiento de Dios y el empoderamiento por el Espíritu Santo.Un pastor no sólo debe predicar acerca del valor que Dios coloca en la santidad sino el punto hasta el cual Dios está dispuesto a ir para lograr esa santidad. Dios disciplina a sus hijos “para que participemos de su santidad” (He. 12:10) y la razón detrás de esto es porque sin santidad “nadie verá al Señor” (He. 12:14). La importancia que el predicador coloque sobre la santidad en su gente es un vislumbre respecto a su comprensión del carácter de Dios y cuan seriamente el desea que su rebaño vea al Señor.
Pablo fue de casa en casa (Hechos 20:20, 31) enseñando todo el consejo de Dios de manera que pudiese presentar a la iglesia “completa en Cristo” (Col. 1:28). La madurez espiritual es la meta que Pablo define como la participación en la plenitud de Cristo (Ef. 4:13). William G. T. Shedd hace esta observación, “[El clérigo] no es sólo un predicador, cuya función es impartir instrucción pública ante una audiencia, sino que es también un pastor, cuyo oficio es dar consejos en privado y en persona, de casa en casa y hacer que se sienta su influencia en la vida social y doméstica de su congregación”. El discipulado efectivo es solidificado por medio de la inversión de una vida en otra. Pablo no sólo había intimado con los Efesios; los Tesalonicenses también experimentaron la misma entrega y amor. Pablo compara su devoción a los Tesalonicenses con el cuidado de una madre nodriza (1 Ts. 2:7) en el cual el afecto era tan fuerte que “hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos” (2:8). El resultado final de estos esfuerzos es que haya un pueblo de Dios santificado y santo.
5. La Oración del Pastor
Si la santificación es una obra de Dios, entonces un pastor debería interceder por su gente para que se manifieste la gracia santificante de Dios. Samuel es un ejemplo primordial de oración intercesora. Cuando Israel pidió un rey Dios se disgustó con su pedido (1 Sam. 8:7-8). Samuel sabía esto e informó a Israel sobre la respuesta de Dios (1 Sam. 12). Sin embargo, ya que era imposible invertir este deseo de rechazar a Dios como su rey, él instó a Israel a que demostrara su lealtad a través de un servicio incondicional (1 Sam. 12:20). Les animó a que no vacilaran en su entrega a Dios cediendo a favor de otras fuentes de seguridad. Mientras Samuel escuchaba sus muestras de arrepentimiento, animaba a Israel a permanecer fieles a Dios y pronunció las famosas palabras, “Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto” (1 Sam. 12:23). El compromiso de Samuel con su responsabilidad de pastorear al pueblo de Dios es de orar por ellos no fuera a ser que pecara.
Daniel hizo la función de pastor para una Judá que estaba en el exilio y ofreció una oración de arrepentimiento a favor de su nación (Daniel 9). Él dijo, “Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra…Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos…todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos…hemos pecado, hemos hecho impíamente” (Daniel 9:3-15). Daniel admite que ha habido iniquidad colectiva, voluntariedad, rebelión, rechazo de las advertencias proféticas, desobediencia e impiedad. Sin embargo, el no se detiene con una mera confesión sino que se arrepiente en nombre de toda la nación. El busca el perdón colectivo, “Ahora, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos; y haz que tu rostro resplandezca sobre tu santuario asolado, por amor del Señor…Oye, Señor; oh Señor, perdona” (Dan. 9:17,19). Los pastores harían bien en seguir el ejemplo de Daniel y orar por su gente; orar por la santidad de ellos, por su separación del mundo y apelar a Dios para que envíe su Espíritu a que se mueva en los corazones de sus hijos y produzca, en sus vidas, la semejanza a Cristo.
Esta fue la oración de Pablo por las iglesias que había plantado. En Efesios 6:18 Pablo ora de esa manera. En el contexto de la guerra espiritual él concluye la sección con cuatro referencias a la oración en un solo versículo destacando el rol necesario de la oración para una vida santa. Aunque Pablo engloba a todos los creyentes en la oración intercesora con el propósito de la santificación comunitaria, es obvio que el pastor está incluido.
Pablo confesó a los Colosenses que él continuamente les recordaba y oraba para que fueran llenos del conocimiento y sabiduría de Dios. Le suplicaba que les diera poder a los Colosenses para “andar como es digno el Señor” (Col. 1:10a) y que tuvieran una sola ambición “agradarle en todo” (Col. 1:10b).El deseo y la oración de Pablo por los Filipenses era similar al que tenía por los Efesios y Colosenses. La carta más personal y tierna de Pablo a su rebaño es a la iglesia en Filipos. Él empieza su carta con las siguientes palabras: “Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”(Fil. 1:9-11). La meta de un amor que abunde en el conocimiento y discernimiento es la sinceridad e irreprochabilidad en el día de Cristo. El les suplica a que se “comporten como es digno del evangelio de Cristo” (Fil. 1:27). Hasta su recordatorio sobre la humildad tiene como meta el probar que “seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil. 2:15). Debe haber una distinción entre la vida de un creyente y la vida de un no creyente. Los no creyentes deben sentir este abismo moral entre sus acciones y aquellas de los creyentes lo cual debería crear oportunidades evangelísticas en un mundo encaminado al infierno.
La oración de Pablo por los Tesalonicenses fue la misma. Justo antes de introducir una sección sobre la santificación y su relación con la pureza moral, admitió ante los Tesalonicenses que había estado orando fervientemente día y noche de manera que “sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1 Tes. 3:13). En su segunda carta a la misma iglesia, escribió, “Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo”(2 Tes. 1:11-12). Samuel, Daniel y Pablo afirman que la oración de un pastor por su gente es la prueba de tornasol para su teología de la santificación. El pastor que no ora cree que la obra de Dios se puede llevar a cabo en el poder de la carne.
6. El Liderazgo del pastor en la Adoración pública
Spurgeon pronunció estas palabras,”La iglesia es el lugar más preciado sobre la tierra”. La reunión colectiva de los santos debería requerir adoración pura de lo más profundo de sus corazones. Sin embargo, la adoración pública es un reflejo de la adoración en privado. No obstante, es el deber del pastor promover un ambiente en el cual la adoración sea una experiencia santificante.
Orden.
El pastor debe mantener el orden en la iglesia. Pablo escribió a los Corintios que el orden se debe mantener durante el ejercicio de los dones porque Dios es un Dios de orden y no de confusión (1 Co. 14:33). En relación a la iglesia en Efeso, Pablo instruye a Timoteo en relación al rol de los hombres, las mujeres, los diáconos, los ancianos y el pastor en la reunión colectiva (1 Tim. 2-3, 5). Es de esperarse que haya orden durante la adoración pública y el pastor la debe mantener. Como uno de los ancianos, el pastor debe evaluar las cualificaciones de otros líderes para el ministerio (Tito 1:5-9). Pablo le informa a Tito que el orden en la iglesia brota del orden en la vida personal de cada anciano, incluyendo la suya propia.
Comunión.
La Cena del Señor es un tiempo de arrepentimiento, tanto personal como colectivo, para la iglesia. Moisés oró a favor de Israel y Aarón, por causa de su pecado, para que tuvieran arrepentimiento y santidad (Éx. 32-34, Dt. 9:18-20). Como se observó más arriba, Daniel oró por Judá que estaba en el exilio, admitiendo su pecado, iniquidad, rebelión y desobediencia (Dn. 9). La Comunión opera como un tiempo de autoexamen (2 Co. 13:5) y confesión de manera que la iglesia pueda permanecer pura (1 Co. 11:27-32), experimentando la aprobación de su Señor. Es responsabilidad del pastor conducir a la iglesia a un tiempo de confesión y regocijarse por el perdón del pecado confesado.
Música.
La música de la iglesia debería reflejar y promover la santidad de Dios. David puso aparte a levitas específicos para guiar a la congregación en la adoración santa de Dios. (1 Cr. 25:1). Debido a que el gusto musical de la congregación abarca un amplio espectro, el pastor tiene la responsabilidad espiritual de pastorear esta dimensión de la adoración. El es, de hecho, el verdadero líder de adoración. El contenido y estilo de la música de adoración debe ser regulada por la madurez espiritual del pastor, su influencia pastoral, sabiduría y sentido de la santidad de Dios.
Esfuerzo Ministerial.
Si el pastor desea saber a qué se parecerán los hombres de la iglesia dentro de diez años sólo necesita pararse frente al espejo. A través del discipulado el está desarrollando clones espirituales de sí mismo. Jesús dijo, “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro” (Lucas 6:40). Si se espera excelencia ministerial, la excelencia debe ser ejemplificada. La característica que distinguía el ministerio de Pablo era la agonía, el trabajo y el esfuerzo (Col. 1:28). Las palabras del griego que están detrás de la traducción al castellano denotan esfuerzo y dedicación extenuantes. Epafras era un ejemplo de dicho esfuerzo, de quien Pablo dice que siempre trabajó de todo corazón por los Colosenses (Col. 4:12). Es responsabilidad del pastor marcar el ritmo y avivar el nivel de intensidad de los miembros en el ministerio animándoles en pos de la excelencia. Si lleva Su nombre, merece lo mejor de nosotros.
La Santificación como imitación de Jesús
En 2 Corintios 3:18 Pablo plantea una de las más absolutas y concisas declaraciones sobre la santificación—sin usar el término. El explica, “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo, la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. La santificación progresiva es, esencialmente, el proceso de estar siendo conformado a la imagen de Jesucristo. El verbo pasivo μεταμορφουμεϕα (”estar siendo transformado”) quiere decir que hay un agente divino detrás de todo el proceso de la santificación. El medio a través del cual Dios lleva a cabo esta metamorfosis es la visión del creyente de la gloria del Señor (την δοξαν κυριου). Este pudiera ser el mayor de los versículos imperativos acerca de la santificación y el término “santificación” ni siquiera se menciona.
Llegar a ser conformado a la imagen del Señor involucra tanto el reflejo como la imitación. “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). El deseo pastoral de Pablo por los Corintios, de que fueran más como Jesús, los acercó a su propio ejemplo [el de Pablo]. Cantidad de volúmenes podrían haberse [y se han] escrito acerca de los innumerables matices y aplicaciones de la santificación, pero la meta y el proceso de la santidad de un creyente se puede reducir a imitar a Jesús. De la misma manera, la imitación del Señor por parte de un pastor es el resumen y corona de su responsabilidad ministerial. Cuando un pastor puede decir, “Imítenme a mí así como yo imito a Cristo”, es justo decir que su santificación es digna de ser emulada.
Conclusión
El fundamento para el rol de santificación de la supervisión pastoral esta basado en el rol sacerdotal en Levítico. Nadab y Abiú fueron escogidos para representar la santidad de Dios. Ellos continuaban en el linaje de su padre Aarón quien representaba a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios (Éx. 29:45-46). Estos dos hermanos estaban entre el selecto grupo que se habían acercado al Monte Sinaí cuando Moisés subió a hablar con Dios y recibir de Él las tablas de piedra que contenían los Diez Mandamientos. Nadab y Abiú eran hombres de gran reputación. Como sacerdotes recién ordenados habían pasado la semana previa a los eventos de Levítico 10, en el Tabernáculo con Dios preparándose para su servicio sacerdotal. Con sus propios ojos habían visto salir fuego del lugar Santo y consumir la ofrenda quemada en 9:24. Pero en medio del frenesí de Levítico 9, los dos hermanos olvidaron la santidad de Dios y cometieron un error mortal. La historia está registrada en el capítulo 10.
Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño que él nunca les mandó. 2 Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová. 3 Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló.
Detrás de Aarón, Nadab y Abiú eran los siguientes en experiencia y familiaridad con las cosas de Dios en el Tabernáculo y su adoración. Sin embargo, cuando ellos fracasaron en tener en estima la santidad de Dios tratándole de manera deshonrosa, Dios tomó sus vidas. Los sacerdotes eran hombres santos de Dios, representantes de la santidad de Dios ante el pueblo de Dios. Cuando esta primera generación de sacerdotes cesó, de cumplir su responsabilidad, Dios intervino. Los hijos de Aarón quedaron canonizados por la eternidad como un ejemplo horrorífico de maltrato y subestimación de la santidad de Dios. De igual manera, el pastor es un hombre de Dios que predica la santidad de Dios y motiva al pueblo de Dios al mismo nivel de santidad.
La base del rol de un pastor en el proceso de santificación de su pueblo comienza en su propio corazón. Así como el fracaso en el liderazgo espiritual está arraigado en el mal manejo de la santidad de Dios (Nadab y Abiú), el éxito está cimentado en el hecho de tomar en serio la santidad de Dios. Entonces, para ser un ayudante fiel en la santificación, el predicador debe perseguir su propia santidad en todas las áreas de su vida. Las palabras de Alfred Garvie sirven como un punzante recordatorio para todo pastor a quien le importe su santidad personal, la santificación de nuestros congregantes y nuestro Dios quien es maravillosamente santo. Garvie escribe,
La vida está hecha de la suma total de muchas cosas pequeñas. Por lo tanto, la ética de un predicador debe ser del más alto orden. El debe, resueltamente, rehusar comprometerse con el pecado en su propia vida. Una vez que se juega con el pecado, es tolerado y luego se practica. Por lo tanto, uno debe gobernarse a sí mismo con mano de hierro y no contemporizar con el mal en ningún molde o forma. Es fatalmente fácil condenar en otros lo que uno se permite en su propia vida. Aquí es donde se puede ver la constante necesidad de una vida de oración individual, devoción, autoexamen, humildad de corazón, autocrítica y autosacrificio a favor de otros. Esto no es sencillo, pero es el precio que cada uno debe pagar para poder ser de utilidad.
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Las citas Bíblicas han sido tomadas de la Biblia Versión Reina-Valera 1960 (RVR60) © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960.
Notas:
[1] Andrew A. Bonar, Memoir and Remains of Robert Murray M’Cheyne (Carlisle, Pa.:Banner of Truth Trust, 2004) 282. ↩
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